Publicado: 24 May 2018, 01:20
- (...) a mi no me jodas, López, yo me lavo las manos. Llamamos a criminalística para que analicen la escena y yo me piro al Destellos, que en un rato es happy hour y hoy toca noche de mulatitas (...)
La voces de los dos policias, la de Sols con bastante más volumen, se filtraban con relativa claridad a través de la puerta, mientras discutían algún tipo de protocolo policial en la supuesta escena del crimen. Sin quitar el ojo de la entrada, Cesc inició una silenciosa búsqueda por la habitación en busca de pistas en las ropas. Tal vez fuera la paranoia que se apoderaba del venture, pero esa intermitente olor de sangre que iba y volvía le dificultaba mantener su habitual sangre fría, casi era mareante. Aún así consiguió mantener un mínimo sigilo y concentración mientras revisaba la cómoda, el cesto de ropa sucia, un par de camisetas por el suelo... sin resultado. Abrió el armario, de doble hoja, y una pequeña colección de fotografías pegadas en el interior de la puerta le devolvió una serie de isntantáneas rurales, de Galicia, si eso que aparecía al fondo en un par de ellas eran hórreos. En varias de ellas un chico sonriente y bajo de cabellos rizados negros sonrería al objetivo. ¿Antón? El pensamiento se le heló a Cesc en la cabeza cuando al abrir la segunda puerta del armario esa misma cara, blanca y con un rictus antinatural apareció a menos de medio metro suyo. El cuerpo frío de el chico de las fotografías, inmóvil y desnudo, había sido encajado en el interior del mueble como el chachis de un coche viejo que se compacta en una desguace.
Entonces Cesc se dió cuenta, tal vez con un escalofrío, que hacía por los menos un minuto que no escuchaba ni a Sols ni a López hablar, y un silencio absoluto reinaba en el piso.
La voces de los dos policias, la de Sols con bastante más volumen, se filtraban con relativa claridad a través de la puerta, mientras discutían algún tipo de protocolo policial en la supuesta escena del crimen. Sin quitar el ojo de la entrada, Cesc inició una silenciosa búsqueda por la habitación en busca de pistas en las ropas. Tal vez fuera la paranoia que se apoderaba del venture, pero esa intermitente olor de sangre que iba y volvía le dificultaba mantener su habitual sangre fría, casi era mareante. Aún así consiguió mantener un mínimo sigilo y concentración mientras revisaba la cómoda, el cesto de ropa sucia, un par de camisetas por el suelo... sin resultado. Abrió el armario, de doble hoja, y una pequeña colección de fotografías pegadas en el interior de la puerta le devolvió una serie de isntantáneas rurales, de Galicia, si eso que aparecía al fondo en un par de ellas eran hórreos. En varias de ellas un chico sonriente y bajo de cabellos rizados negros sonrería al objetivo. ¿Antón? El pensamiento se le heló a Cesc en la cabeza cuando al abrir la segunda puerta del armario esa misma cara, blanca y con un rictus antinatural apareció a menos de medio metro suyo. El cuerpo frío de el chico de las fotografías, inmóvil y desnudo, había sido encajado en el interior del mueble como el chachis de un coche viejo que se compacta en una desguace.
Entonces Cesc se dió cuenta, tal vez con un escalofrío, que hacía por los menos un minuto que no escuchaba ni a Sols ni a López hablar, y un silencio absoluto reinaba en el piso.