Publicado: 01 Ago 2018, 23:13
{ https://www.youtube.com/watch?v=QXWPdivFaTg - Me dejó marchar by Coque Malla }
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Francesc se despidió, tras quedar conforme con las instrucciones de Daren, de sus compañeros de Coterie dentro del mismo bar. Decidieron salir espaciados, en una especie de juego de espías al que empezaban a aprender a jugar. Como niños de una pandilla, intentando encontrar un tesoro. Pero aquí no había casa en los árboles, ni bicicletas tuneadas, ni peleas contra otros niños. Aquí había presión y dececpión, muerte y destrucción.
Un corto abrazo con ambos, fue su modo de decir adiós, con una sonrisa de aparente control, de una tranquilidad con máscara, rompible para cualquier que conociera medianamente al ventrue. Salió del bar, no si antes subirse las solapas de la americana. En madrugada, aún en verano, el sereno caía sobre los hombros, calándote los huesos. Cartera cruzada, y bastón abriendo paso, como un machete en la jungla. La jungla urbana en la que se había convertido Barcelona. Se maldijo por haber mandado a casa por segunda vez en la noche a Arnau*1... pero Barcelona estaba solitaria, y callada. Cómo si una hecatombe nuclear hubiera pasado. Tal vez una horda de tórtolas ya había pasado por allí aniquilando a todas las palomas, y con ello, cualquier resquicio de paz.
Le dolía tanto la pierna, que decidió seguir caminando. La goma del bastón era seguido por los dos zapatos caros, cuyo pisar cercano interactuaba con el ruido lejano de los coches en calles más transitadas. Le dolía tanto la maldita pierna, que se la arrancaría allí mismo. El dolor físico le ayudaba a olvidar el cacao mental en el que se hallaba inmerso. Una punzada constante que alborotaba su muerto sistema nervioso. El hambre empezaba a pegarle fuerte en el pecho, recordándole quien mandaba allí. Diciéndole una vez, lo que era, y lo que necesitaba.
Unos cuarenta minutos después, el rostro hastiado, cansado y canino de Cesc se reflejaba frente al cristal rugoso del portal de su edificio, mientras giraba la llave en el bombín. Aún mantuvo su cara de ventrue seguro de sí mismo. Su rostro de abogado de éxito. Y no fue menos en el ascensor. Su perfil se cortaba en los diferentes reflejos de las cuatro paredes del ascensor. Todos mostraban aquella silueta de business man sin sentimientos, cuya frialdad le había hecho subir como la espuma. Un letrado de renombre que se había hecho asi mismo desde un abrupto acontecimiento que cortó las raíces de su juventud. Que supo salir de la autocompasión para forjarse un destino glorioso... aquel era Francesc Fornals. Hasta que la maldición llegó arrasandolo todo.
Cómo le arrasó un vendaval de sentimientos al desmoronarse tras la puerta de su piso. Se dejó deslizar con la espalda contra la madera, - sí, sí, como en las peliculas - llorando como un crío, pensando en el destino maldito. Hundiéndose en el pesar de la soledad, ahogándose en el silencio de la ausencia. Podía sentirla de nuevo allí, mientras dos lágrimas de amapola abrían surcos en sus frías mejillas.
No pudo desear tantas cosas en tan poco tiempo. Ojalá aquellos sentimientos que sentía por Soldevilla, tambien fueran implantados. Aquello si sería algo que ni siquiera podría calcular su precio. Algo por lo que estaría dispuesto a dar todo su patrimonio, quien sabe si su propio ser... empezar de nuevo. Un reinicio forzoso de alma, espíritu y mente, incluso aunque fuera con la maldición eterna; pero con su ausencia sobrellevada... para siempre.
Así permaneció durante bastante tiempo, hasta que comprendió una vez más que nada iba a pasar por regocijarse en aquellos sentimientos. Había llegado, sorprendiendose de nuevo, al mismo punto de no retorno al que llegaba casi cada noche. Se secó las lágrimas con el dorso de los puños de la americana, sin importarle un carajo que se tratara de un traje de dos mil euros. El autoinflingimiento trajo consigo el hambre. Otra carrera de obstáculos para el patricio.
Cómo un autómata sacó su herramienta más preciada para aquellas necesidades. Su móvil. Cómo él que pedía comida a domicilio, repasó cada uno de los contactos de su rebaño. Por segunda vez en la noche desde que pudo escapar del Glen Little con sobrepeso, la suerte le sonrío. En línea aparecía su vecina, Judith Heredia, con sus 18 años recién cumplidos. Un par de mensajes de ida y vuelta fueron suficientes, para sentir la puerta de los vecinos abrir y cerrar como si fuera la Zeta Jones en "La Trampa". Y un par de copas de vino solo de ida, fueron suficientes, para que el cuello de Judith se mostrará jugoso, como un filete a un vagabundo.
Apenas la chiquilla se enteró. El envelesamiento que le producía el buenorro de su vecino con el que tanto había fantaseado en sus noches más juguetonas y autocomplacientes, se le estaba tirando al cuello*2. Y las dos bestias de Cesc salieron a flote. La de la maldición, ansioso de la vitae que calmara su llamada. Y la bestia humana, que buscaba en otros placeres el pecado necesario para olvidar... lo inolvidable. Judith, durante un segundo se revolvió indefensa, ante lo que estaba a punto de pasar, pero sólo fue una llamada contra el pudor, que de nada sirvió. Un sentimiento de vértigo ante su primera vez.
Los botones y los besos volaron al unísono. Las prendas iban despegándose del cuerpo en una perfecta sincronía, en un baile de pasión de dos invitados muy distintos. Uno salvaje que llevaba la voz cantante, y una comedida, que se dejaba llevar. Y así el sofá fue testigo de los avatares más salvajes de Francesc, que penetraba a la muchacha sin tener el cuidado necesario, sin conservar la fragilidad de la muchacha y cuya cara era una mezcla de dolor y placer. Fornals probablemente estaba pasando la línea de lo que él era... ¿era algo nuevo en su condición?... ¿Tenía algo que ver el hecho de que fuera uno de ellos?... ¿Se comportaría así un miembro de la Espada?... Sea como fuere, Cesc seguramente habría estropeado un momento inolvidable para ella, e insignificante para él. Sobre todo cuando la echó como un perro, mientras ella le besaba la espalda, mimosa y envelesada.
Por primera vez en mucho tiempo, la sangría que allí se había producido no necesitaba explicación. Al igual que no la tenía su propio comportamiento para la cara atónita de la muchacha, mientras le cerraba la puerta en las narices. Y de nuevo volvío a caer contra la puerta, de nuevo como en las películas, sintiéndose, inevitablemente, la mayor mierda sobre la faz de la tierra... una tierra que a la noche siguiente, le devolvería una nueva oportunidad.
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