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- ¿Ves, capullo...? La tierra es plana... y si quisieras, tú y yo podriamos llegar hasta el final juntos. No hay obstáculos para tí y para mí, gatito... ni siquiera esos carcas de la Torre... - dijo Verónica señalando con la mano izquierda al tranquilo y oscuro horizonte mediterráneo, mientrás permanecía sentada en una de aquellas rectángulares piedras que conformaban el dique del puerto de Barcelona. A su derecha un tiarrón del norte, que apenas había aguantado tres cubatas y un tiro, y al que Verónica sujetaba por el pelo cómo un muñeco de trapo. A su izquierda, Cesc Fornals, con una sonrisa bobalicona... ante la naturalidad de aquella chiquilla sin filtro, y ante la incomprensión de como podía estar tan enamorado de ella, teniendo diferencias tan grandes. La tontería del tierraplanismo, no era sino un tonto ejemplo más... pero una diferencia al fin y al cabo.

Detrás de ellos y apenas unos metros por debajo, el Mini Cooper Negro de Soldevilla con las puertas abiertas, y haciendo que sonara a toda caña el 'House of Fire' de Alice Cooper, rompiendo el monótono silencio de la madrugada, permitiendo disfrutar del buen rock and roll, pero impidiendo escuchar el quinquilloso ruido de los grillos, y el placentero sonido del batir de las olas contra las rocas...

Un orgásmico gemido de Verónica fue seguido por el golpear del cuerpo contra las rocas, del muchacho irundarra que caía adormecido entre los huecos de las rocas, para dormir sin duda una buena mona. Los ojos de la Bestia de Verónica miraron con profundidad a Cesc. Con los colmillos desplegados, en aquella boca, ahora de amapola... que teñían su carmín azul en un violeta oscuro, le dijo a Fornals: -¿Por que tú no vas a abandonarme nunca?, ¿Verdad, Franqui?... ni aunque la cosa se pusiera jodidamente chunga - Los ojos de Cesc miraron hacia la sangre y la boca hipnótica de Soldevilla - Ni aunque el mismísimo Caín, viniera a buscarme... - y ambos se besaron en un beso lascivo y profundo de sangre que acabó con la sonora risa de Soldevilla, su dedo índice en la nariz de un Cesc que luchaba por controlar a la bestia, tras el apenas perceptible consumo de vitae... ¿Ácaso podía un amor verdadero fundamentarse en mentiras?