A su término, voy levantando paulatinamente mi cabeza sin dejar de parar mi mente que ha estado pensando en como exponerle mis ideas a una líder, que a mi forma de ver, parece más digna que la de mi propia manada.
Mis ojos se encuentran con los suyos. Esos dos pozos negros que irradian una pasmosa seguridad y rectitud. No tengo temor, ni desconfianza, y aún así sigo precavido por no caer en la trampa de confiar ciegamente en ella, pues la vida me ha enseñado a confiar sólamente en mi mismo.
-No puedo prometerte conseguir ser el acólito más prometedor de tus creencias- Empiezo con tono firme, sin fisuras. -Creo en el deber, en la responsabilidad, en la justicia y en aplacar la podredumbre antes incluso de que pueda asomar la cabeza. Adoro la lealtad y admiro la confianza. Detesto la traición y las viscisitudes sociales. No contemplo una realación sincera sin una confianza plena. -Prosigo antes de hacer un parón sin dejar de mirar a la Obispo sin pestañear- Defenderé a los míos de los peligros de los que advierte las creencias de la secta, y seguiré sus designios, más no por ella, sino por los individuos que puedan conseguir ganarse mi afecto, como vos, mi señora -vuelvo a hacer una pausa con un rostro inmutable. No es un discurso. Es una sentencia. Una declaración de principios- Creo firmemente que sin honor no somos nadie, y a la vez, creo que los viajes intangibles, hay que seguirlos por las personas que se merecen tu vida, no por un deseo romántico de patriotismo. -Levanto los brazos en señal de sumisión por si mis palabras enfurecen a la Obispo.- Estos son mis principios y mis creencias, y aunque espero que puedan confraternizar con sus enseñanzas, me temo que nunca dejarán de ser mi prioridad. ¿Cree por tanto, mi señora, que sigo siendo merecedor de su tiempo? -Termino enfatizando con todo el respeto que soy capaz de dar-
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