Atrás quedaba la jungla de cristal y acero de la urbe. El hormigón y la polución de Los Ángeles se visualizaba ahora como el reconocible skyline de una postal antigua, desde los cristales del coche volador de Michael. El justiciero religioso, había introducido aquellas coordenadas encontradas en el taller de la amalgama, dispuesto a coger los mandos del vehículo varias millas antes de la llegada a aquella misteriosa ubicación.
Habían salido de allí con muchos menos problemas que con los que habían entrado. Ningún obstáculo que los impidiera salir de la boca del lobo, ya rumiados y escupidos a la madrugada, de la mano viciada de la tecnocracia. O al menos, aquella era la sensación que algunos tenían. Los amigos de Tetsuo esperaban con caras largas, esperando una buena justificación de su jefe para no rebelarse por el tiempo perdido. En señal de compensación les dió el resto del "día" libre. En las esquinas de las casas, miradas indiscretas de los latinos, esperaban con atención la marcha de los asiáticos para retomar el control del barrio
El cansancio empezaba a hacer mella en la cábala, que intentaban descansar, medianamente apretados en el auto, apoyando las cabezas sobre la mámpara que los separaba del exterior. El vuelo regular del coche, y la fina lluvia contra la capota que les despedía, alimentaban el sueño, mientrás se dirigían a aquel remoto lugar de Nevada, sin saber muy bien porqué ni para qué. Tan solo, parecían obrar de buena fe, ante la llamada auxiliadora, de al fin y al cabo... otro ser humano. Al menos, ahora Lang, conocía que el bastardo de Langdon, aquel supervisor censor de sueños e instigador de "fortuitos" accidentes, estaba detrás de todo aquello. Y eso era más que suficiente para tirar del carro con sus compañeros, si alguno insistía en dudar de la misión.
Los párpados empezaban a pesar, e iban cayendo como oxidadas persianas con el balanceo del viaje. En la retaguardia, la metropolis angelina, con sus miles de historias, con sus millones de intereses y de tejemanejes. Por delante, una enorme masa flotante de polvo rojizo, que parecía estática sin permiso para entrar en la ciudad. Pronto, el vehículo volador se metería en aquella niebla arenosa, que pareciera llevaros directamente hasta las colonias del planeta Marte... "- << Emigra o degenera...>>" se escuchaba entre los anuncios de la radio que buscaban voluntarios para la extramigración marciana. Una radio, que tras la información deportiva, comentaba una noticia, que a aquellos que os manteníais en duermevela, os llamó la atención:
-" <<... gran expectación entre la comunidad astronómica por el tránsito de Mercurio por el sol, visible en estos días en la franja del medio oeste comprendida entre las Rocosas y el Mississippi. Este hecho no era visible desde hace justamente una década y no será hasta el 2052, cuando el planeta más cercano a nuestro astro rey, vuelva a pasar por delante de nuestras diminutas, cósmologicamente hablando, conciencias...>> "
{ https://www.youtube.com/watch?v=4sCXkpZsBRg - Brothers In Arms from Mad Max Fury OST }
El impacto seguido de la incansable y creciente alarma acústica de desactivado del piloto automático os despertó de inmediato. Las sacudidas del coche en pleno descenso os hacían zozobrar teniendo que agarraros con fuerza ante la cinética e imparable caída. Una estela de fuego salía de la parte posterior de otro proyectil que pasaba cerca del vehiculo, que empezaba por la propia inercia a salir de la nube de polvo, al menos de la mayor densidad de la misma. Así, pudieron ver ríos de asfalto negro, comidos por la arena y la poca vegetación seca que corría entre ellos.
Allí, abajo, al menos en un primer vistazo, varios vehiculos chatarrosos del desierto, al menos tres, perseguían a toda velocidad al coche volador de Michael, cómo ávidos cazadores tras su presa. Dentro de aquellos boggies rectificados, parecía haber gente variopinta, pero era imposible de observar con detenimiento a aquella velocidad. Tan solo, la figura hiéretica que sobresalia por el techo de uno de aquellos autos destartalados que parecían correr por el desierto sin que las piedras, los cactus y los socabones fueran obstáculos notables, y que sostenía sobre su hombro un humeante lanzacohetes. Tenía los cabellos claros y desaliñados, y las arrugas en sus ojos, denotaban un gesto juguetón y sonriente en aquel preciso momento. No podía buscarse la sonrisa en su boca, pues esta era tapada por una máscara entubada que mostraba la mandíbula de una calavera.
El impacto contra el suelo se produciría en 10, 9, 8...