
DETRÁS DEL MURO: EL GHETTO DE VARSOVIA
Por Robert Hatch
¡Muere! ¡Por mi madre, por mi padre, por mis hijos, por nuestra vida! ¡Te estoy apuntando! ¡Oh, Dios mío, por favor, que el tiro alcance su objetivo!
-Diario de Noemí Szac-Wainkranc, una luchadora del Ghetto de Varsovia.
Existe una foto que quizás el lector ya conozca: un niño pequeño, con los brazos en alto y los ojos llenos de terror, mirando preocupado hacia delante mientras los soldados nazis lo apuntan con sus rifles.
Esta foto, como otras muchas de las fotografías menos agradables de la Segunda Guerra Mundial, muestra a los protagonistas de un día cualquiera en el infierno creado por los nazis en el Ghetto de Varsovia. Y aunque el niño de la foto sobrevivió al horror nazi, muchos de sus compañeros de escuela, amigos, maestros y parientes no.
Algunos de los residentes menos afortunados del Ghetto todavía embrujan la zona en la que los nazis los encerraron como ratas. Para los habitantes Sin Reposo del Ghetto de Varsovia, el lema “Nunca más” es un lema que pronunciar con desafío –incluso ante las fauces del mismísimo Olvido.
HISTORIA
Vais a combatir a los desechos de la humanidad…los judíos bolcheviques…Debéis ser implacables en el exterminio de esa escoria…
-El General Jürgen Stroop, dirigiéndose a sus tropas durante la Revuelta del Ghetto de Varsovia.
PRELUDIO AL PURGATORIO
El 1 de septiembre de 1939, la Fall Weiss, la guerra relámpago de los nazis, se abrió paso a través del territorio de Polonia. Las caballerosas tropas polacas –con sus caballos y sus sables- se encontraron inevitablemente en inferioridad frente a los Panzers de la Wehrmacht y los Stukas de la Luftwaffe. El 17 de septiembre las tropas soviéticas invadieron Polonia por el este, y pronto todo el país fue ocupado.
Varsovia, la capital de Polonia, no fue conquistada con tanta facilidad. La ciudad resistió hasta el 27 de septiembre. La defensa de la ciudad fue animada y dirigida por el valeroso alcalde de Varsovia, Stefan Starzynski, que emitió discursos contra los nazis desde un transmisor móvil de radio –hasta que fue capturado y enviado a un campo de concentración. Allí Starzynski fue brutalmente torturado y finalmente fusilado en 1943.
Y de esta forma Varsovia, el centro cultural de los tres millones de judíos polacos y hogar de más de 300.000, quedó firmemente apresada dentro del puño de hierro del régimen nazi. La Gestapo se desplegó por los antiguos callejones empedrados, los ciudadanos fueron obligados a registrarse para obtener cartillas de racionamiento y por todas partes surgieron letreros con la palabra “VERBOTEN” –“prohibido”.
Los 300.000 judíos de Varsovia –que pronto se convertirían en 500.000 a medida que llegaban refugiados del resto del país- pronto descubrieron que por lo que a ellos se refería, había muy pocas cosas que no estuvieran “verboten”. En diciembre de 1939 los nazis ordenaron que todos los judíos por encima de los doce años llevasen brazaletes distintivos –pero no “demasiado altos” ni “demasiado bajos”, o recibirían una paliza. A medida que el gobierno de los invasores estrechaba su cerco, la lista de cosas verboten se extendió exponencialmente. La educación fue declarada verboten para los judíos (algunos valientes educadores siguieron trabajando en escuelas caseras ilegales, y a menudo fueron ejecutados por su osadía). Una profesión tras otra fue declarada verboten para los judíos: periodismo, derecho, medicina. La propiedad de negocios fue declarada verboten –los judíos fueron obligados a vender sus propiedades a ciudadanos nazis a precios meramente simbólicos o simplemente les fueron confiscadas. La matanza ritual de ganado fue declarada verboten, haciendo que la carne “kosher” (preparada según los rituales judíos) fuese prácticamente imposible de conseguir.
Incluso las necesidades básicas de la vida finalmente se convirtieron en verboten para los judíos durante la ocupación nazi de Polonia. No todas las cartillas de pan eran repartidas en igualdad: mientras los polacos considerados “arios” recibían una ración de 2.500 calorías por día (no era un festín, pero sí suficiente para vivir), los judíos eran obligados a conformarse con 184 (para ilustrar la escasez de esta ración en estos momentos estoy comiendo unos aperitivos y bebiendo una cerveza mientras escribo y un platillo de cortezas de cerdo tiene aproximadamente el doble de calorías de una ración diaria de los judíos de Varsovia durante la ocupación nazi).
Obviamente, estos escasos suministros tenían que ser complementados de alguna forma para evitar morir de hambre. Y de hecho, apareció un importante mercado negro en la clandestinidad del Guetto de Varsovia. Los judíos ricos y los que trabajaban para la Gestapo a menudo podían obtener raciones adecuadas y otro tipo de bienes. Sus contrapartidas más pobres se veían obligadas a mendigar pan en las calles, comer la corteza de los árboles o, demasiado a menudo, morirse de hambre. La visión de los cuerpos consumidos yaciendo en las aceras, a menudo desnudados por gente que les robaba las ropas para comerciar o para procurarse calor, se convirtió en un espectáculo común en los barrios judíos de Varsovia.
Con todas estas cosas verboten, era inevitable que algunos judíos de forma deliberada o inadvertida violaran las normas impuestas por los nazis. Los nazis respondieron a las transgresiones con castigos inconcebibles para un pueblo que se consideraba civilizado. Los judíos fueron apalizados u obligados a realizar espectáculos humillantes como limpiar las calles con la lengua –y estos “transgresores” eran los afortunados. Otros eran llevados a la prisión Pawiak de Varsovia y fusilados o simplemente recibían un disparo en la calle como perros.
Todavía era peor la política de responsabilidad colectiva impuesta por los nazis. Cuando Jakub Pinchus Zylbring, un ladronzuelo, disparó a un policía polaco, todos los residentes de su apartamento fueron ejecutados en represalia.
Pero los nazis tenían mejores cosas que hacer que supervisar el comportamiento de la subhumana escoria judía, así que nombraron un consejo de judíos para que gobernara a sus compañeros. Este consejo, el Judenrat, un grupo de 24 hombres elegidos principalmente por su pasividad y servilismo a la Gestapo; su “Obmann” (anciano), Adam Czerniakow, había sido un ingeniero sin ningún tipo de autoridad entre la comunidad judía antes de su nombramiento.
Ostensiblemente creado para gobernar a los judíos de Varsovia, el Judenrat se convirtió en una mera herramienta para facilitar la brutalización de la comunidad judía. Utilizando al Judenrat como pantalla, los oficiales de la Gestapo y las SS fueron capaces de registrar a los judíos de la ciudad y preparar su deportación al ghetto –y desde allí a los campos de la muerte. El Judenrat también alistó obreros para períodos de trabajo forzoso, aunque incluso en este aspecto los judíos ricos consiguieron evitar la presión, utilizando el soborno para cambiar su posición en las cuotas de trabajo a costa de sus compañeros más pobres.
SE LEVANTA EL MURO
Durante el año 1940, los ciudadanos de Varsovia, arios y judíos por igual, contemplaron con preocupación la construcción de un gran muro de ladrillo rojo que clausuraba todo un barrio. Este muro se alzó de forma implacable e ininterrumpida, cerrando toda una parte de la ciudad. Los ciudadanos de Varsovia, especialmente los judíos, no pudieron dejar de percibir que el barrio así cercado era una de las zonas más pobres y miserables de Varsovia, en la que ya residían muchos judíos; los nazis intentaron acallar los rumores de que se estaba construyendo un ghetto diciendo que estaban planeando utilizar el barrio y su muro cubierto de alambre de espino como zona de entrenamiento para comandos urbanos.
Esta mentira de los nazis no era especialmente creíble. Pocos se sorprendieron cuando el 3 de octubre de ese año –día de Rosh Hashanah- los nazis finalmente hicieron un anuncio largo tiempo esperado: todos los judíos debían entrar en el ghetto antes del 31 de octubre o serían deportados.
Y así, durante el mes de octubre de 1940 Varsovia vivió un extraño flujo de actividad mientras el medio millón de judíos de la ciudad se trasladaron junto con sus posesiones a un barrio de cien bloques de edificios y 27.000 apartamentos. A menudo fueron obligados a dejar sus posesiones atrás, y los judíos asustados y desposeídos fueron obligados a encerrarse apelotonados en edificios miserables compartidos por varias familias. Otras familias se vieron obligadas a separarse para que todos sus miembros consiguieran tener un techo en el que cobijarse.
Durante el traslado quizás el peor incidente se produjo en la clausura del hospital. Los nazis insistieron en que los pacientes del hospital judío de Varsovia, incluso los enfermos terminales, fuesen trasladados al reducido hospital del ghetto; sin embargo, se negaron a proporcionar ambulancias para realizar el traslado. Los doctores fueron obligados a contemplar impotentes cómo sus pacientes sufrían y morían durante el traslado. Sin embargo, lo peor estaba por llegar: una vez llegaron al hospital del ghetto las instalaciones eran tan inadecuadas que los enfermos vivos a menudo tuvieron que compartir cama con los que morían.
Y así llegó noviembre, y el temido Ghetto de Varsovia se convirtió en realidad. Unas 500.000 personas –aproximadamente el 30 % de los habitantes de la ciudad- habían sido encerrados aproximadamente en una superficie que equivalía a un 2,5 % de Varsovia.
EL HORROR OCULTO
En América las estadísticas realizadas durante el cruento período de los tiroteos en automóvil han revelado un interesante fenómeno: un desproporcionado número de los conductores muertos por arma de fuego conducía detrás de cristales tintados. A partir de este dato muchos psicólogos han teorizado que al estar tras una pantalla, oculto de la vista, la persona es percibida menos como humano y más como un blanco potencial.
Los judíos del Ghetto de Varsovia posiblemente habrían estado de acuerdo con esta lógica. Desde detrás del muro de ladrillo rojo y coronado de alambre de espino, apartados de la vista de sus vecinos arios, los judíos de Varsovia se convirtieron en víctimas de atrocidades jamás soñadas hasta entonces.
Escuadrones de las SS comenzaron a patrullar con perros las calles del Ghetto, dando palizas al azar, saqueando y violando. Peor todavía, algunos oficiales de las SS iban en coche a través de las atestadas calles del Ghetto, atropellando peatones para divertirse. Por si esto no fuera lo bastante “entretenido”, los nazis disparaban a los transeúntes al azar, apostando entre ellos si eran capaces de alcanzar a sus objetivos en la mano, la rodilla, el ojo o el cerebro.
Peor que las SS, si es que ello era posible, eran los miembros de la OH (Ondnung-Huter), la policía judía nombrada para “patrullar” el Ghetto. A menudo se trataba de apóstatas o antisemitas resentidos por haber sido considerados judíos y encerrados con ellos, por lo que los miembros de la OH añadieron el odio y la venganza personal a la caprichosa crueldad de sus amos. Los habitantes del ghetto los apodaron “dachsunds” (perros policía), una alusión al proverbio yiddish “El perro termina siendo más cruel que su amo”.
El propio Ghetto estaba dividido en tres secciones. El “Ghetto Central” contenía el edificio del Judenrat, el cuartel general de las SS, y la estación de ferrocarril Transferstelle (pronto rebautizada como Umschlagplatz, el temido “Almacén de Recarga” desde el que los judíos eran deportados a los campos de la muerte). El “Ghetto Productivo” contenía las fábricas de inversores nazis como Toebbens y Schultz. El distrito de los Cepilleros contenía tiendas que producían cepillos para la Wehrmacht. En la periferia de estas zonas “civilizadas” se encontraba el “Ghetto Salvaje”, una aterradora tierra de nadie de ruinas y edificios ruinosos sin agua, calefacción, electricidad o gas. El Ghetto Salvaje era el refugio de los criminales y posteriormente de los partisanos contra los nazis.
El viaje al interior y al exterior del Ghetto se encontraba estrictamente controlado. La posesión de un “Ausweis” –un pase que indicaba que el portador era un trabajador registrado en una fábrica alemana- era una necesidad absoluta; los desafortunados que no poseían un Ausweis sufrían toda clase de terribles destinos, incluyendo la deportación inmediata a un campo de la muerte. Cualquiera sorprendido intentando entrar o salir del Ghetto sin permiso tenía suerte si era liberado tras pagar una multa o sufrir una paliza, la mayoría de estos infortunados eran simplemente ejecutados.
A pesar de esta prohibición y el control de los nazis, el próspero mercado negro de Varsovia siguió incrementando su volumen. Enfrentados a la perspectiva de morir de hambre, muchos habitantes del Ghetto se arriesgaron a provocar la ira de los nazis introduciendo de contrabando comida y otros bienes. En una ocasión llegó a introducirse ganado vivo en el Ghetto mediante una combinación de rampas inclinadas y sobornos a los guardias. Se creó un ingenioso sistema de cañerías para introducir leche desde la parte “aria” de la ciudad y hacerla fluir en el ghetto.
Pero a pesar del ingenio de los judíos, no fue suficiente. La vida en el infernal Ghetto abarrotado se convirtió en un ejercicio cotidiano del darwinismo social tan defendido por los científicos nazis. Los habitantes ricos del Ghetto (y había unos pocos, en su mayoría colaboradores de la Gestapo) comían en restaurantes, bebían en bares e incluso asistían a espectáculos nocturnos, mientras sus compañeros menos afortunados se morían literalmente de hambre en el exterior de los edificios. Además la combinación de cadáveres abandonados en las calles y la carencia de un sistema sanitario e higiénico eficaz provocó la aparición de enjambres de parásitos y de brotes de tifus.
“¡MUERTE A LOS NAZIS!"
A medida que las tácticas de terror de los nazis se intensificaban y las condiciones de vida empeoraban, comenzó a extenderse un sentimiento de rabia entre los marginados de Varsovia. Frustrados por la opresión nazi, y todavía más por la complicidad tácita del Judenrat y la brutalidad abierta de la OH, se formaron varios grupos militantes clandestinos.
Inspirados por la valentía de los judíos de Bielorrusia, que habían obligado a los nazis a retirarse de su territorio, aunque sólo fuera temporalmente, los judíos polacos intentaron organizar un movimiento de resistencia de la misma forma que habían reconstruido ventanas con cristales rotos. Algunos judíos intentaron unirse a los demás polacos en el “Armja Krajowa” (Ejército de Cracovia), pero por desgracia la resistencia polaca era tan antisemita como los nazis a los que se oponían, y se negaron a ayudar a los judíos y en ocasiones incluso los traicionaron a sus oponentes mutuos.
Así que los judíos se vieron obligados a apañárselas por sí mismos. Aparecieron periódicos clandestinos de ideología sionista y socialista llamando a la resistencia armada. A nivel individual varios judíos lanzaron unos pocos contraataques contra los opresores de las SS y los judíos colaboracionistas, yendo tan lejos como atentar contra el jefe de la policía OH. La respuesta nazi fue brutal. Alertados por espías infiltrados en el Ghetto, los oficiales de las SS actuaron, ejecutando grupos de judíos seleccionados al azar.
El sentimiento militante entre los judíos de Varsovia fue exacerbado por el terrible invierno de 1941. Obligados a vivir en condiciones miserables, a menudo sin calefacción de ningún tipo, en temperaturas bajo cero, incluso los judíos más acomodados se vieron obligados a cometer actos ilegales simplemente para sobrevivir: Los que se negaron a hacerlo se unieron a los cadáveres que ya se encontraban en las aceras. De noche las calles de Varsovia resonaban con los llantos de dolor de los niños huérfanos, inadecuadamente vestidos y sin comida.
A finales de 1941 llegó al Ghetto un salvador potencial. Pinya Kartin, un gran soldado y químico, un héroe de guerra polaco y miembro del “Polska Partja Robotnicza” (Partido Comunista de Polonia), se infiltró en el Ghetto de Varsovia y comenzó a entrenar partisanos entre los judíos. Bajo el alias de “Andrew Schmidt”, Kartin instruyó a los jóvenes judíos en tácticas de guerrilla urbana, combate sin armas y otras técnicas. Bajo el ojo vigilante de “Schmidt” se fabricaron granadas y cócteles Molotov para el día en que se iniciaría la revuelta contra los nazis.
Sin embargo, la chispa de esperanza no duró mucho. El 17 de abril de 1942 se produjo una purga de la Gestapo especialmente brutal. Cincuenta y dos judíos –incluyendo niños de dos y tres años- fueron tiroteados en las calles. Se produjeron ejecuciones similares hasta que Kartin fue descubierto y capturado el 30 de mayo de ese mismo año. El héroe fue llevado a la prisión Pawiak y ejecutado, como tantos otros antes que él.
Pero la valentía de Kartin había inspirado a muchos jóvenes de Varsovia. Uno en particular, un joven judío llamado Mordechai Aielewecz, tomó el testigo de Kartin…hasta el triste final.
OPERACIÓN REINHARD
¡Si queréis sobrevivir no tenéis otra alternativa que luchar! ¡En cuanto os pongan camino de Treblinka estaréis condenados! ¡Resistid!... ¡Convertid el Ghetto en otro Stalingrado!
-Un panfleto antinazi distribuido en el Ghetto de Varsovia.
El final no tardaría mucho en llegar. El 20 de enero de 1942 en una mansión en el suburbio de Wannsee en Berlín, una conferencia de los oficiales de más alto rango del Partido Nazi se había reunido para discutir “el problema judío”. La “Solución Final” acordada fue la completa aniquilación de la raza judía. El Reichsführer Heinrich Himmler ordenó la transformación de varias instalaciones de los campos de concentración en “campos de exterminio”: zonas específicamente diseñadas para el asesinato de judíos a gran escala.
En Varsovia se encontraba la mayor concentración de judíos que quedaban en Europa, y por lo tanto sólo era cuestión de tiempo que las decisiones de la Solución Final llegaran hasta las puertas de la ciudad. En esencia, la Operación Reinhard era una sentencia de muerte contra los habitantes del Ghetto (del medio millón original todavía quedaban unos 400.000, el 20% restante había muerto víctima del hambre, las enfermedades o la violencia) y fue ejecutada el 18 de julio de 1942.
La Operación Reinhard –según explicaron los nazis al Judenrat- consistía en el “reasentamiento” de judíos. Todos los judíos de Varsovia, a excepción de los miembros del Judenrat, los portadores de Auswisen y sus familiares inmediatos serían trasladados a “campos de trabajo” para ayudar al Reich alemán en la guerra. El reasentamiento consistiría en unas 60.000 personas –en su mayoría los elementos inferiores del ghetto, razonaron los miembros del Judenrat- y ese traslado ayudaría a aliviar la horrible sobrepoblación…
Y así, con la bendición de sus líderes, los judíos de Varsovia fueron trasladados a la estación Umschlagplatz y cargados en trenes con destino a Treblinka, Sobibor, Chelmno y Auschwitz.
¿Descubrió Adam Czerniakow, el inefectivo Obmann del Judenrat, el verdadero significado de la Operación Reinhard o simplemente se había cansado de su despreciable posición? Nadie sabe exactamente qué combinación de factores lo llevaron al suicidio el 23 de julio o a escribir una enigmática nota final que ponía “Hasta el último” que fue encontrada bajo su cadáver. Rápidamente fue sustituido por Marek Lichtenbaum, un peón nazi, y a continuación comenzó la Operación Reinhard.
Los miembros de los movimientos de resistencia, más cínicos y realistas que sus supuestos líderes, pronto descubrieron exactamente lo que significaba el “reasentamiento”. Bajo el liderazgo del joven Mordechai Anielewecz, la “Zydowska Organzacja Bojowa” (ZOB) (Organización Judía de Lucha) se dio a conocer el 28 de julio de 1942. Rápidamente inició una campaña de propaganda animando a los judíos a resistirse al reasentamiento a toda costa.
Pero los nazis no podían ser ignorados. La Operación Reinhard continuó durante aquel terrible año, y finalmente fueron trasladados más de los 60.000 judíos previstos inicialmente como corderos al matadero. Bandas de “askaris” –matones antisemitas de origen ucraniano, lituano y letón- fueron enviadas al ghetto para seleccionar a los judíos. Las tarjetas Ausweis, que supuestamente impedían que su portador fuera trasladado, eran rotas ante las narices de sus propietarios. Incluso la policía OH se dedicaba frenéticamente a capturar judío tras judío, aterrados por un terrible aviso: Un miembro de la OH que no trajera por lo menos siete judíos al día ocuparía un lugar en los vagones de transporte a los campos de trabajo.
Y así la Umschlagplatz se convirtió en una estación de horror, mientras las masas del Ghetto de Varsovia eran golpeadas, concentradas y apelotonadas en sus ataúdes móviles.
LOS DÍAS DE ENERO
Mein Gott! Die Juden haben Waffen! (¡Dios mío! ¡Los judíos tienen armas!)
-El último grito del primer soldado nazi en morir en la Revuelta del Ghetto de Varsovia.
Mordechai Anielewecz se encontraba cada vez más frustrado. Aunque el ZOB había conseguido algunas victorias contra los askaris e incluso contra las SS durante el invierno de 1942, la combinación de la inflexible indisposición de la resistencia polaca a ayudar a los judíos y la tozuda reticencia de los judíos a creer las terribles historias que llegaban sobre los campos de la muerte limitaron la efectividad de su grupo.
Pero el Ghetto de Varsovia había sufrido un cambio dramático. Las masas de judíos habían sufrido una severa reducción; la mayoría posiblemente habían “subido por la chimenea” en Treblinka o Auschwitz. Del medio millón original de los judíos de Varsovia, apenas quedaban unos 60.000.
El ZOB no perdió más tiempo. Los primeros ataques de la guerrilla judía fueron esporádicos y tentativos, pero incesantes. El lugarteniente de Mordechai Anielewecz, Israel Kanal, disparó contra el jefe de la OH el 25 de agosto de 1942 y esta acción fue seguida por una serie de ataques contra los informadores de la Gestapo. El 1 de septiembre, el ZOB utilizó una incursión aérea soviética como cobertura para atacar que un convoy alemán, robando armas y municiones. Mientras tanto el ZOB y otros movimientos aliados hicieron lo que pudieron para obtener armas en otros lugares, o dinero para comprarlas en el mercado negro.
Uno de los aliados de Mordechai Anielewcz, aunque se mantenía independiente de su mando, era un grupo indisciplinado dirigido por el loco guerrillero Moishe el Bolchevique. Esta banda caótica se instaló en el arrasado Ghetto Salvaje y atacó a los invasores nazis.
Mordechai Anielewecz era consciente de que el tiempo se acababa y adiestró frenéticamente a sus luchadores durante el largo otoño e invierno. Cuando no estaban entrenando, los miembros del ZOB se dedicaban a convertir el Ghetto en una trampa mortal. Una ingeniosa serie de fuertes subterráneos fue construida, y varios edificios fueron unidos por escaleras instaladas en el segundo piso. Los luchadores del Ghetto trasladaban sus suministros y atravesaban Varsovia recurriendo a las alcantarillas de la ciudad (El rumor persistente de que los vampiros Nosferatu de Varsovia ayudaron a los miembros del ZOB nunca ha sido demostrado ni negado). Fuertes, minas, túneles secretos…a comienzos del año 1943, el Ghetto había sido transformado meticulosamente en un laberinto mortal.
Los defensores acumularon todas las ventajas que pudieron. Casi a comienzos de 1943, el Reichsführer Heinrich Himmler ordenó que el Ghetto de Varsovia quedara completamente destruido para el 15 de febrero. El 18 de enero los soldados nazis invadieron el ghetto y comenzaron a despejar la zona…
…y fueron recibidos con una lluvia de bombas incendiarias, balas y granadas. De todas partes del ghetto los judíos salieron para cobrarse venganza de sus carceleros nazis. Con la ayuda de una granada casera, Emily Landau, una chica de 17 años, fue la primera en matar a un nazi –y la primera judía en morir, alcanzada por el fuego de fusiles. En un instante el Ghetto de Varsovia se había convertido en un campo de batalla y para los nazis, en una terrible trampa.
El propio Mordechai Anielewecz dirigió en persona la defensa y luchó como un demonio. Según diversos testigos consiguió atravesar el cerco nazi como si fuera un héroe encarnado de las páginas de los cómics americanos. Fue él quien proporcionó la dirección que siguieron los guerrilleros judíos.
El 20 de enero de 1943 los nazis se retiraron a la sección aria de la ciudad. El Ghetto de Varsovia había ganado el primer asalto.
SANGRE EN LA PUERTA
Felicitemos la Pascua a los nazis.
-Mordechai Anielewecz
Heinrich Himmler no estaba nada contento. ¿Cómo se atrevía la chusma de los “Untermenschen” a desafiar al Reich?
Y de hecho el ZOB lo desafió durante sus últimos y gloriosos meses. Se habían acumulado armas, alimentos y otros bienes para un asedio o incursión de los alemanes. Grupos de de francotiradores del ZOB convirtieron la noche del Ghetto de Varsovia en una pesadilla para los soldados nazis y los luchadores del ZOB se infiltraron en la zona aria de la ciudad para llevar la guerra a la guarida del tigre nazi. En el Ghetto Salvaje las “tropas” desordenadas de Moishe el Bolchevique acosaron a los oficiales de las SS que intentaban patrullar por los callejones llenos de ruinas.
Por supuesto, los oficiales de las SS no podían soportar que los “yids” los desafiaran de aquella manera. El 16 de febrero –un día después del plazo en el que el último judío de Varsovia tendría que haber subido al tren a Treblinka- Heinrich Himmler envió más tropas bajo la dirección del eficaz General Jürgen Stroop. Stroop era un soldado valiente y un oponente implacable. Además, su coraje y tenacidad fueron apoyados con 3.000 soldados alemanes armados con tanques, lanzallamas y metralletas, mientras que sus oponentes eran una turba de unos 600 guerrilleros armados con pistolas y bombas caseras.
El 19 de abril llegó la Pascua judía, y el ejército nazi reforzado volvió a invadir el ghetto…y fue recibido con un ataque muy superior en ferocidad a la revuelta de enero. Varias bombas incendiaron la vanguardia de las SS. Los francotiradores del ZOB dispararon desde posiciones ocultas. Las granadas llovieron entre las filas de las SS.
Y de nuevo los nazis se vieron obligados a retirarse. El frustrado coronel a cargo de la operación acudió a lamentarse directamente al General Stroop para informar de su fracaso. “¡Los judíos están en todas partes!” –gritó- “¡Nos atacan desde todas las esquinas! ¡Las tropas están aterradas!”
El General Stroop se rió, encendió un cigarrillo y acudió al Ghetto de Varsovia para supervisar el asalto personalmente. Impasible en medio de una lluvia de las balas del ZOB, desplegó sus tropas…
…y al final eso demostró ser suficiente. La gloriosa batalla sin esperanza continuó hora tras hora, edificio tras edificio, callejón tras callejón. Contra las bombas caseras del ZOB y sus pistolas, el General Stroop utilizó gas venenoso, lanzallamas e incluso bombarderos. Lenta y metódicamente, Stroop dirigió a sus seguidores en la destrucción del Ghetto, edificio tras edificio. Los partisanos que no resultaron quemados en las llamas –o que se tiraron de los edificios para escapar de ellas- fueron gaseados en sus fuertes subterráneos con gas venenoso.
El 8 de mayo de 1943 Mordechai Anielewecz murió defendiendo el centro de mando del ZOB en el nº 18 de la calle Mila. Tenía 24 años.
Con la muerte de Anielewecz, el corazón del ZOB se detuvo. Los partisanos lucharon…y lucharon…y lucharon y el 16 de mayo de 1943, el General Stroop anunció la liquidación del Ghetto de Varsovia.
No quedó nada. Tras el muro de ladrillo rojo donde habían vivido, luchado y muerto medio millón de personas durante tres años, los tanques nazis lo convirtieron todo en un desierto lleno de escombros. En 27 días –más de lo que había costado conquistar toda Polonia- el Ghetto había sido devastado. La mayor batalla de los judíos de Europa había terminado.
Obviamente ya no había necesidad de un Judenrat; como recompensa por su fiel servicio, los oficiales de las SS fusilaron a los miembros supervivientes del Judenrat y arrojaron sus cadáveres a las alcantarillas.
Los supervivientes fueron reunidos, subidos en trenes y enviados a Auschwitz, Treblinka y otros mataderos. Y la Segunda Guerra Mundial continuó –y en muchos sentidos las ruinas del Ghetto de Varsovia sirvieron como un heraldo de lo que llegaría a las puertas del Reich alemán no mucho tiempo después. Pero el Ghetto de Varsovia había dejado de formar parte de las tierras de los vivos.