Un nuovo scopo [Racconto] (15-02-1990)

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Corso
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Re: Un nuovo scopo [Racconto] (15-02-1990)

#31

Mensaje por Corso » 05 Sep 2020, 12:00

El viejo cainita asintió vagamente a las palabras de Nardone y los miró uno a uno por última vez antes de dar por concluído el encuentro.

- Marchad pues y afanaos en proveer a La Espada de Caín de un nuevo y valeroso Sabbat. Yo, ahora, debo calmar algunos de los ánimos puestos en liza estas últimas noches.

Fue una despedida limpia y directa tras la que dio media vuelta para deshacer sus propios pasos por el corredor, con el tranquilo andar que le caracterizaba. El pasadizo volvió a quedar sellado y el silencio volvió a cubrir aquellos muros de piedra; aunque para ellos, entonces, fue un silencio diferente: muy semejante a la sensación de haber capeado un buen chaparrón sin haberse calado por completo, hasta los huesos.

Sin embargo, el eco de sus últimas palabras no les pasó inadvertido a ninguno. Era fácil llegar a pensar que la «aparición» en solitario del Obispo probablemente obedeciese a un larga comparecencia del resto de Ductus y cainitas con peso de Florencia; y que cada uno de ellos, seguramente, habría aportado sus propias valoraciones - e intereses personales - bajo el trasfondo de la decisión que se había tomado esa noche con ellos. A favor, en contra o qué enfrentamientos, si es que se habían producido, quedaban al otro lado de aquellas paredes y parecía que aún quedaban lejos de estar resueltos; algo que, en cierta medida, hacía que tuviesen que abandonar aquel sacrosanto lugar con un sabor más agrio que dulce en la boca.

El tiempo díría. El tiempo siempre lo decía todo.


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Unas horas después de que Ojo Puto, Fiorella y Marcelo se marchasen del Palazzo, Francesco de D´Abraccio salía del mismo y recorría los jardines dirigiéndose a la segunda cámara de la Gruta Buontalenti.

Sabía que sus pasos no escapaban al escrutiño del par de ojos que le observaban desde uno de los grandes ventanales que estaba dejando atrás. Algo con lo que llevaba lidiando desde que había regresado a Florencia tras su último viaje. El peso de esa mirada era una de las pocas cosas que podía llegar a incomodar al Obispo, quien aunque no podía negar que ese invisible soplo de aire frío en la nuca de por sí era ya suficiente aliciente, no iba a permitir que enturbiase su expectación por llegar al lugar hacia el que se dirigía.

Al pasar bajo la fachada de la gruta no pudo reprimir mirar hacia arriba y buscar el escudo de armas de los Medici hasta centrar su atención en las figuras de la Paz y la Justicia, rodeadas de placas con signos zodiacales, preguntándose si acaso las estrellas también le estarían observando; carceleras recelosas de los designios que guardaban tras su fulgor.

Permaneció allí largo rato, abstrayéndose de lo mundano y dejando atrás, como quien se quita de encima un fardo innecesario, la postergada certeza de que llegaría el momento en el que tendría que responder a esos ojos mostrándose, ambos, tal cual eran. Aún y así, los dos sabían que ese momento aún no había llegado y que hasta entonces solo se habían concedido una tácita tregua.

Una vez llegó a su destino, el interior de la gruta y bajo el latescente abrazo de Paris y Helena, el viejo cainita expandió sus sentidos, buscando en las cercanías cualquier indicio, físico o mental, que requiriese de su atención. No hizo falta que el encapuchado que se escondía tras la escultura se expusiese a la luz, pues el hermano de la «orden» era la única presencia allí y, además, llevaba horas aguardando la llegada del Obispo.

- ¿Y bien? - preguntó Francesco, mientras penetraba en la sala observando como propios los relieves y frescos que evocaban la Guerra de Troya a su alrededor, admirando con parsimonioso beneplácito lo vívido de las imágenes.

- «El Ojo» ha salido de Venecia - contestó el hombre con voz temblorosa, sin ser capaz de ocultar su miedo a la reacción que provocaría un nuevo fracaso.

- Ya veo...- D´Abraccio detuvo sus pasos abruptamente despertando todas las alarmas de su acompañante.

- Quizá, si ellos...- intentó excusarse, intentando ganar el tiempo necesario para pensar cómo conseguir una nueva oportunidad.

- Shhhh...Ellos aún son una manada de lobos con colmillos de leche. - acotó Francesco, con tensa condescendencia y acompañando el siseo con un ademán de mano; como si lo que estaba escuchando fuese un molesto zumbido que le impedía concentrarse en las decenas de rostros que parecían estar escuchándoles - Eso, no será necesario.

El hombre agachó la cabeza y guardó silencio de nuevo, ignorando si lo que el Obispo no consideraba oportuno era lo que iba a proponer, o atender a una nueva excusa. Ni siquiera le había mirado a los ojos aún cuando retomó el paso a su espalda, aparentemente absorto en su escrutinio del lugar.

- Casi cinco siglos han pasado desde que fueron esculpidas y aún así, sus caras, siguen siendo el reflejo de un terror sobrecogedor. Como si tras un océano de tiempo después de aquello, aún pudieses escuchar sus gritos de sorpresa y los alaridos de su dolor. El sempiterno e infinito eco de su agonía. Ven, acércate, hijo mio...- invitó, ofreciendo una mortecina mano bajo el hábito que cubría su delgado cadáver.

El estómago del hombre se encogió de miedo y su pulso se disparó. Aún así, no podía hacer otra cosa sino aceptar la mortal invitación.

- ¿Puedes oírlo? Oh, no temas, yo te ayudaré a escuchar...

Terribles visiones e incomprensibles palabras inundaron la mente del caballero antes de que un grito ahogado en su propia sangre pusiesen el final definitivo a sus fracasos.


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- FIN -

Cerrado

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