(C) [La Finca] Cien años de soledad (Eva Espinosa)

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Daniel suspiró.

- En mi caso, me temo que no es tan sencillo -explicó-. Recuerdo lo sucedido desde la Guerra Civil, pero no más allá. Por lo que he podido averigüar, o bien tuve algún papel durante el Imperio Romano tardío o bien tuve relación con alguien que vivió esa época. Tengo una memoria prodigiosa. Podría leerte, palabra por palabra, cada uno de los libros que tenía en la vieja biblioteca pero, sin embargo, no recuerdo nada anterior a un siglo. Ni siquiera mi vida mortal.

Se sentía en cierto modo orgulloso, aunque anhelaba lo que no tenía. Eso le entristecía.

- Por lo que sé, mi don y mi maldición no las tiene ningún otro vástago.

Cruzó sus brazos.

- Me temo que entonces no puedo responder a tu pregunta. Me hubiera gustado hacerlo, así que me voy a inventar la respuesta hoy. Creo que la inmortalidad y la visión que poseo merecen la pena. Puedo cumplir mis objetivos y luchar por mi causa, jugando un escalón por encima de los demás. Es, de alguna forma, satisfactorio.

Torció el gesto.

- No obstante, alimentarse es un problema. Hay que salir allí fuera, conseguir un banco de sangre o buscar lugares de marcha. Entonces, seduces a tus víctimas y, mientras finges tener algún tipo sexo, les robas algo de sangre. Un poquito a cada víctima, lo suficiente para que no se sientan mal, para que solo recuerden el placer que el Beso proporciona y lo confundan con el propio placer del sexo. Entonces, vuelves a casa e intentas no derrochar la vitae que has robado, porque tendrás que volver a reponerla.

Miró al fondo de la habitación, pensativo.

- Y cada noche te despiertas pensando que has perdido un día entero, que mientras dormía el mundo seguía su ritmo sin ti. Y que tú solo puedes vivir un reflejo oscuro y solitario de la vida, aunque puedes vivirlo por siempre. ¿Quiero esto? Me hubiera gustado recordar un solo amanecer. Me hubiera gustado tener una familia y sentirme apreciado y protegido. Sin embargo, creo que no sería quien me enorgullezco de ser si no fuera por la no-vida que tengo.

[Livia]

A esas horas de la noche, o de la mañana, entre el sueño y la vigila, entre la extenuación y la intranquilidad que la mantenía despierta, todo calaba más hondo en su pequeño mundo interior. Cada una de esas palabras que parecía pronunciar con tranquilidad se le fueron clavando profundamente en el corazón sin llegar a ser capaz de filtrarlas, de levantar los muros que la protegían día a día. Los que se había propuesto levantar desde el momento de la biblioteca en el que se había sentido dolida. Notaba cada una de esas palabras como frías esquirlas de cristal traspasándola lentamente hasta que le llegaron al alma. Sintió el mismo dolor, la misma soledad, la misma empalagosa amargura que cuando las hormigas devoraron al único fruto del amor que había nacido en Macondo y Cien años de soledad se cerró con la más absoluta desesperanza. Odió el libro en aquel momento, odió a García Márquez por haberle vomitado eso sobre su alma, lo odió por la capacidad que había tenido de llegar tan dentro de sí misma y abandonarla en un camino oscuro sin esperanza. Pero allí no estaba Esteban, no podía acudir a su padre en busca de consuelo para su alma, de alguien que insuflara cálidas palabras de aliento que le devolvieran la esperanza mientras la abrazaba y descongelaba una calurosa tarde de agosto que se había vuelto tan fría como el hielo.

Volvió a ocultar la cara entre el pelo porque no quería que la viera así. No quería que volviera a ofenderse ni quería volver a sentirse miserable y estúpida por haberle abierto su corazón. Empezó a dudar. Entre el dolor apareció una versión de amor desprendido, valiente y lleno de esperanza que le pedía que no lo silenciase más. La respuesta para reescribir un final desolador. El labio le tembló y se lo mordió con fuerza. Su mente le decía todo lo contrario y le advertía sobre volver a a obtener el mismo doloroso resultado que antes. Pero qué jodido era vivir sola en la oscuridad, qué jodido era tener que fingir y hacer cosas que una no quería solo para comer. Qué jodida era esa mierda en la que se estaba metiendo, qué jodido era llevar sola adelante un propósito. Qué jodido era permanecer en silencio. Qué jodido era vivir en las ruinas de Macondo.

- ¿Por qué estar solo?- musitó, ladeando levemente la cabeza para observarlo a través del cabello. Esa era la forma que había encontrado para atreverse a decirle "No estás solo".

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Daniel apretó los labios ligeramente.

- Por eso estás aquí -admitió-. Es cierto que necesito tu ayuda para estudiar todo esto, para tener otro punto de vista. De pequeña solías discutir siempre que algo no te parecía bien.

Sonrió, con cierta nostalgia.

- Discutías con tu padre habitualmente sobre filosofía, sobre crítica literaria y hasta por política... ¡Y eras solo una niña! La inmortalidad me ha convertido en alguien muy versado, pero que ha discurrido tantas veces por el camino de la lógica que ya es incapaz de salirse de los buenos y viejos atajos. Y no necesito atajos, necesito el camino que me lleve al País de las Maravillas. Probablemente solo vea ese sendero como una madriguera hacia las "antipáticas".

El simil era algo complejo, pero sabía que ella debía conocerlo y explicaba perfectamente esa necesidad de iluminación que buscaba.

- Cuando leas esos libros, debatiremos hasta que se cumplan los tres meses. En ese momento, serás libre para elegir tu destino. Te daré la opción de permanecer en la luz y continuar tu vida de la forma en la que elijas o, por el contrario te otorgaré el don que te haga vivir en la cara oscura, enfrentándote a lo oculto.

Extendió la mano hacia ella, para animarla a levantarse.

- Me alegra que estés ahí.

[Livia]

Aún tenía ese regusto amargo en el alma pero por un momento, cerró los ojos y rememoró esos instantes que le parecían felices desde su perspectiva actual. Muchas veces mosqueaba a su padre a propósito llevándole la contraria solo por hacerlo rabiar, de una forma muy similar a como hacía con Raúl con los cigarrillos, pero lo malo venía si no llegaban a un entendimiento porque solía tocarle la moral de formas muy creativas, como lo de las citas de Larra. Desde la distancia, tenía que reconocer que ella era una tocacojones y su padre tenía una paciencia digna del santo Job. .Pero la vida no es solo lo que hay en casa, dónde puedes debatir a gusto , fuera de ese contexto la gente no quería discutir, quería tener razón ya fueran profesores, compañeros o el frutero y tomaban como una afrenta personal ser cuestionados por ideas distintas. Había aprendido que una discusión puede crearte enemigos para toda la vida, de los que se dedican ponerte la zancadilla como poco.

- Hace mucho que no debato con nadie.

La mención a Alicia hizo que levantara la cabeza, con una sonrisa, se recogió la melena en un moño y lo miró divertida. Eso sonaba que se lo iba a pasar bastante bien. A ver a qué País de las Maravillas quería descender. Aunque viendo como iba todo sería, sin lugar a dudas, oscuro y desagradable. Alzó las cejas al escuchar la elección, sorprendida. No esperaba algo así. No sabía ni qué decir. Y las dudas, que no quería manifestar, solo iban a servir para recordarle a Cortés lo jodida que veía su vida desde su perspectiva mortal. No podía envidiarle en absoluto , por mucho que viviera para siempre, que fuera más rápido, más listo y más sigiloso. Su vida era jodida.

Temía más pasar una eternidad sola en la oscuridad que terminar sus últimas horas atada a una silla en un lugar oscuro, donde nadie la encontrara jamás. Pero, ¿estaría sola? Eso quizá podría cambiar. Podría aprender mucho, vivir mucho, conocer secretos ocultos pero ¿a qué precio? Aunque desde los veinticinco se veía todo mucho más claro que cuando la edad avanzase, cuando hiciese mella junto a la enfermedad y ya no pudiese correr tanto o intentar subirse a los árboles. ¿No se arrepentiría entonces? Aunque tener un oficio de legalidad dudosa no era precisamente una garantía de llegar a la dorada época de jubilación.

Se puso en pie y se quedó contemplándolo con una expresión dulce y tranquila, sonriendo. La amargura había pasado y ya solo le quedaba dentro el consuelo amor desprendido cargado de esperanza que había surgido entre tanto dolor. No, no hacía falta decir nada.

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Daniel estiró una mano y abrazó a Eva. Permaneció quieto unos segundos. Sentía que era lo correcto. Su piel permanecía caliente, y su corazón palpitaba. Era lo más parecido a un mortal que puede ser un vampiro.

- Gracias -dijo, sin separarse-. ¿Te importaría acompañarme al menos estos tres meses?

Entonces, se alejó un poco. Sonrió cortesmente y añadió.

- Es el momento de retirarme. Me temo que no puedo entretenerme. Ya amanece.

[Livia]

Lo último que esperaba es que le diera un abrazo. Parpadeó un par de veces confundida sin saber qué estaba pasando o si le estaba pasando a ella. Luego supuso que, incluso los vampiros necesitan algunas muestras de cariño para sentirse mejor de vez en cuando tras un mal día en el que tienen que volar la gran parte de su biblioteca y el que fue su hogar. La verdad es que había sido un día horrible. Terrible. Así que simplemente, sonrió y le devolvió el abrazo. También lo necesitaba.
Menos mal que, por fin, iba a terminar ese día en el que le había pasado de todo.

- ¡Claro! - afirmó, con voz alegre

Espera, ¿había dicho al menos estos tres meses? ¿Qué estaba queriendo...? Se quedó allí sonriendo, echa un pasmarote.

- Que descanses. Nos vemos a la noche. - respondió a la despedida. ¿Se suponía que tenía que hacer algo más? Se le estaban acabando las fórmulas de cortesía. La verdad es que cuando quería Cortés era bien majo.

Planeaba hacer unas compras antes de ir a dormir y no olvidarse de quitarse las lentillas. Después de eso, a quitarse la ropa y a tirarse en plancha en ese pedazo de colchón de viscolatex para olvidar que ese día había existido. Lo mismo tenía dulces sueños. O no tenía. Las dos opciones eran buenas.

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Daniel se retiró, dejando sola a Eva en su habitación.

[Livia]

Había tenido un sueño maravilloso. Estaba en una playa tendida sobre la arena. La marea subía lentamente acariciándole los pies con olas cálidas. Todo estaba oscuro, era una playa nocturna pero se estaba a gusto, en calma, en paz. Todo estaba bien. Cuando abrió los ojos creyó estar allí porque todo estaba oscuro pero no estaba sobre la arena ni el agua le lamía los pies. Estaba sobre el cómodo colchón de viscolátex, en la misma postura que en la que se había tumbado esa mañana con el propósito de comprar algunos víveres. Aunque no se había quitado la ropa (algo que empezaba a considerar muy mala costumbre por su parte) al menos atinó a quitarse las lentillas que le estaban incomodando. Arrastró la mano por las sábanas hasta que encontró el móvil en un pliegue en el edredón. ¿Pero cuanto había dormido? No sabía cuando se había acostado pero calculaba que entre doce y catorce horas. Las puñeteras ocho y cuarto de la tarde.

Bostezó con pereza y apoyó los pies sobre el parquet, desperezándose. Todo lo del día anterior parecía un sueño que se desvanecía con la llegada de la vigilia y ... ¡se sentía alegre! Por primera vez en mucho tiempo no se había despertado de mala leche. Quizás porque todo parecía un mal sueño y había buenas perspectivas por delante. Como esa maravillosa ducha que esperaba encontrar en el baño, digna, como mínimo de un catálogo de Ikea. Dudaba que ese caserón no tuviese una ducha de estas que parecía que te caía lluvia del cielo, te daban masajes y esas cosas como las que salen en la tele. ¡Qué ganas tenía de darse una buena ducha! No pensaba salir hasta que saliera arrugada como una pasa. Después de una buena ducha todo se veía mejor y ya se le había olvidado el día anterior.

Lo que más lamentaba de haber caído inconsciente es que iba a tener que conformarse con un triste paquete de galletas y una coca cola para desayunar que había traído en su mochila. Desde luego no era el desayuno de los campeones. Después de secarse un poco el pelo, vestirse y colocarse sus gafas decidió bajar a la cocina con la remotísima esperanza de no encontrar todo vacío. Así que mientras iba bajando hacia la cocina, degustando una riquísima galleta de chocolate comenzó a revisar sus mensajes esperando ver uno de su tío. Ya era casi las 9 y supuso que al ser de noche encontraría Cortés muy pronto.

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El baño era, efectivamente, todo lo que esperaba y mucho más. Los antiguos inquilinos de ese lugar incluso lo habían dejado amueblado (se notaba que el mobiliario no era recién comprado). La parte negativa era que no había toallas, ni jabón, ni cualquier otro utensilio que no tuviera Eva entre sus cosas (ni peines siquiera).

La cocina no era muy diferente. Todos los armarios estaban vacíos, y el frigoríco no tenía comida dentro.

Cuando Eva revisó el móvil, pudo ver mensajes de Whatsapp de Raúl, en los que decía que había llegado a Burgos. Luego había otro mensaje diciendo que estaba ya tumbado viendo una película y varios mensajes que había escrito durante el día, preocupándose por el estado de la chica.

[Livia]

Resumen del comienzo del día: pelo mojado, sin peinar, nada de comida, seguro que olor a perrillo y nada en la alacena. Al menos tenía ropa nueva pero si lo llegaba a saber se compraba un cepillo de dientes o algo además de la ropa. Pero bueno, es lo que había y más vale estar tranquila y segura en casa que asomar el hocico. Eso ya lo había aprendido bien. Continuó mordisqueando la galleta de chocolate mientras se sentía en el puto medievo. Le envió un par de mensajes a Raúl con muchas besos y caras alegres, y diciéndole que se había acostado tarde y se había quedado dormida. Que no se olvidara de enviarle fotos de sus vacaciones. Después, decidió recogerse el pelo en un moño, dar un sorbo a la lata de coca cola caliente y tenía que hacer la puñetera compra.

Por mal comer un día más no se iba a morir. Decidió irse a ver si encontraba los libros. A ver dónde los había dejado.

No iba a permitir que una alacena vacía, un frigorífico pelado ni la falta de jabón le estropeasen un día maravilloso... Bueno, o una noche. No, esa no iba a ser la noche en la que estuviera de mal humor. No, se había propuesto que no.