[Centro] Lobos en el jardín (Miguel)

[Variable]

El cuerpo de la mujer inconsciente, los perros y la tienda con las luces encendidas no parecían presagiar la mejor de las noches para Miguel. ¿Sería así cada vez que saciara su hambre? ¿Sería peor? ¿Lograría acostumbrarse a tapar sus actos? ¿Tenía sentido hacerlo?

La tienda era muy pequeña, tanto que sorprendía que pudiera tener más de un empleado al mismo tiempo. La parte del mostrador estaba llena de cajas de plástico con golosinas, expositores de chicles y tenía tras la pared varios pinchos en los que colgaban blisters de pilas y auriculares. Junto a estos había unos pequeños estantes con todo tipo de artículos, como muñecos de plástico o mecheros.

El resto del local contenía tres pasillos separados por dos hileras de estanterías de no más de tres metros, que se habían llenado de todo tipo de artículos.

Cuando Miguel entró a la tienda, buscando el teléfono y cargando a la dependienta, uno de los perros entró tras él, olisqueando todo a su alrededor.

Tras buscar durante un rato, la tienda no parecía tener un teléfono fijo, aunque no le fue difícil encontrar uno en la víctima: bloqueado por patrón.

[Pelaje-de-Luna]

Miguel se rascó la cabeza y suspiró, un viejo hábito de cuando todavía le latía el corazón. Probó unas pocas combinaciones en el móvil de la mujer, sin mucha esperanza, y obviamente no hubo suerte. En este momento lamentaba haber tirado su viejo teléfono.
Volviendo a dejar el móvil en el bolsillo de la mujer inconsciente, sintió un leve mareo en el estómago al pensar que esto era algo a lo que tendría que acostumbrarse por necesidad. No un pensamiento bonito. La Bestia gruñó contenta al escucharlo.

Salió a la calle, aún pensando que tal vez podría encontrar alguna de esas reliquias llamadas teléfonos públicos que de vez en cuando aparecían por las calles. Si no era eso entonces tendría que probar suerte con el teléfono del santuario, el cual había instalado chapuceramente en sus tiempos y no había utilizado casi nunca.

Esto de vivir como un vagabundo no rentaba, quien se lo hubiera dicho.

[Variable]

Salió a la calle buscando un vestigio de antigüedad, que no encontró en un primer momento. En cuestión de tres minutos notó como en la tienda la mujer empezaba a moverse: algo aturdida se incorporaba, apoyándose en un refrigerador de Coca-Colas.

Un par de los perros de Miguel empezaron a ponerse nerviosos, dando vueltas alrededor de él.

[Pelaje-de-Luna]

El vampiro estuvo por un momento confuso por un momento ya que no se esperaba que se despertara pronto vista la cantidad de sangre que había bebido, pero se sacudió el pensamiento rápidamente y llamó a sus perros para retirarse. Si se estaba recuperando ya debía ser más resistente de los que aparentaba y no necesitaría su ayuda.

Pero mientras estaba a punto de desaparecer por una de las calles dirección el santuario volvió a mirar hacia la cristalera de la tienda. La mujer se estaba comenzando a enderezar débilmente, con apariencia claramente aturdida, y volvió a preocuparse. Tal vez era una de esas personas que se negaban a ir al médico, algo que por alguna razón parecía abundar entre la gente con poco dinero, auténticos estúpidos en su opinión siendo que la sanidad es pública en España. Tras debatirse unos momentos dio la vuelta hacia la tienda, haciendo un gesto a los perros para que volvieran primero.

El sonido "tin-ton" de las puertas al abrirse atrajo la mirada de la mujer, con ojos húmedos y todavía aturdidos. -Deberías ir al médico, al menos para que te dé un parte y coger la baja un par de días.- Cogiendo uno de los lápices que tenía costumbre de llevar encima comienza a escribir una serie de ingredientes en un recibo que había recogido de la papelera. -Incluye de esto en tu dieta durante una semana para ayudar en la pérdida de sangre, contienen hierro y esas cosas. Y bebe agua.- Dobla la notita en un cuadradito y se la mete en el bolsillo de la camisa del uniforme. -Okey, bye.-

Y comenzó a irse con prisas, esperando que Laura (era lo que ponía en su placa de identificación) todavía estuviera la suficientemente aturdida para no reconocerlo.

[Variable]

La mujer, efectivamente, estaba todavía aturdida. Para cuando el vástago entró en la tienda, ella estaba intentándose incorporar trabajosamente.

- No... no se puede... e-entrar con pe... -dijo, trabajosamente, justo antes de volver a caer inconsciente.

La noche volvía a saludar a su manada, tan serena y fría como siempre. Esas calles, tan urbanas y tan humanas, parecían ser el territorio agreste natural de esos cuatro perros y, quizás también de su guía.

¿Recordaría a Laura? ¿La volvería a ver? ¿Solo había sido una piedra en el camino, el fruto recogido de un árbol?

Creía haber recordado ver una cabina a unos quince minutos caminando, en dirección norte.

[Pelaje-de-Luna]

Tras dejar la nota y salir de la tienda se dirigió al norte, a ver si encontraba la cabina. Durante el camino le acosaron pensamientos confusos: por un lado se sentía algo culpable por lo sucedido ya que pensaba que se había pasado un poco de la raya no solo por la sangre sino por la escena en general, pero por el otro había disfrutado demasiado el sentimiento de la caza, perseguir a su presa junto a su manada hasta que esta cayera, exhausta, al suelo, y además el miedo en la sangre. Había salido bien esta vez, pero la próxima tal vez no pudiera reprimirse a tiempo y matara a su presa.

Pero además, para rizar el rizo, de lo que realmente se sentía culpable es de la falta de arrepentimiento. En cierta forma pensaba que estaba en su derecho de alimentarse, de disfrutar de la emoción de la caza como lo haría cualquier depredador. Y sabía que lo haría de nuevo incluso a pesar del mal trago que le había hecho pasar a la mujer.
Cierto, hacía tiempo que había aceptado el monstruo que era ahora, de hecho no le había costado mucho ya que desde un principio no tenía mucho apego a la humanidad como especie, pero el que hubiera cedido su humanidad no quería decir que hubiera dejado de lado su Humanidad, la consciencia que lo hacía un ser racional. La clave estaba en mantener un equilibrio entre la Humanidad y la Bestia.

Con estos pensamientos confusos, tan confusos de hecho que ya había perdido el hilo de lo que estaba pensado originalmente, llego a la zona en la que creía haber visto la cabina telefónica.

[Variable]

Y la cabina estaba allí, esperándole. Eran dos teléfonos públicos unidos, con pequeños separadores de cristal a los lados que daban algo de privacidad y un pequeño saliente para apoyarse, donde estaban todos los teléfonos de información.

Cuando descolgó el teléfono, no pudo evitar sentir una punzada de alerta, algo no iba bien.

[Pelaje-de-Luna]

Con el mal presentimiento y la Bestia revolviéndose inquieta contra las paredes de su mente, no pudo evitar maldecir el momento en que decidió enviar a sus perros a casa. Pero supuso que no podía evitarse, así que descolgó el teléfono de la cabina y esperó que respondieran rápido mientras jugueteaba nerviosamente con la cruz de su pulsera.

A las malas, estaba preparado para llamar a la sus perros de vuelta usando el poder de la Bestia.

[Variable]

La llamada a la ambulancia fue bastante rápida. Había pasado ya algo de tiempo, pero estaba seguro de que no tardaría mucho en llegar el SAMUR a la tienda.

¿Iba Miguel a realizar alguna llamada más?

[Pelaje-de-Luna]

Pensó en llamar a sus padres, que todavía vivían en Zaragoza a avanzada edad, y mascó el pensamiento durante un rato, indeciso. Tal vez una llamada rápida...
Marcó los números y esperó, pensando que igual ni se lo cogían con lo duro de oídos que estaban.