El espíritu recogió a la sierpe de nuevo entre sus hombros, y se la colocó como el que se anuda un pañuelo a la garganta. Se cogió el ala de su sombrero de copa y desnudó su cabeza. Del hueco del sombrero empezó a salir una negrura que se adentró en el techo, como un humo negro que prevaleció sobre la propia neblina grisácea. De pronto aquel techo de oficina de la morgue empezó a llenarse de negrura de la que empezaron a surgir, luminosas pero distantes estrellas. Las paredes se fueron derritiendo, para dejar hueco a los sauces, y a las cañas secas que se mecían al viento. Bajo los pies, el tacto húmedo del barro y la hierba, verde sobre marrón en un encrucijada de caminos.
La melodía lejana de una guitarra, un banjo y una armónica al son de un, como no, triste blues, hacian bailar a las curiosas luciérnagas. - Tienes una fe inquebrantable, niña... y eso le gusta a Papa Ghede. - Hizo aspavientos con los brazos extendidos - Aquí tienes nuestro particular cruce de caminos... mucho mejor ¿no crees?.
Los compañeros de cábala, seguían absortos, ajenos a todo lo que estaba viendo la pequeña Babet, y contemplando como la cultista se preguntaba y se respondía sóla.
- ¿De verdad, quieres saberlo?... ¿estás preparada para saber la verdad?... tal vez no te guste, niña. Si estás dispuesto a ello - aspiró fuertemente del puro echando la niebla sobre ella - cuando se apaguen las hogueras - se inclinó sobre Babet y pareció olisquearla - me entregarás tu virginidad... - Irguió nuevamente su cuerpo, y enseño su dentadura dorada mientrás mordisqueaba el puro y miraba con brillantes ojos a la muchacha, deseoso de alimentarse de hasta su última gota de inocencia.