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Mensaje
por Baudelaire » 23 Oct 2020, 04:11
Dejas la pluma en el pequeño frasquillo de plata labrada, es una joya de fabricación. Está finamente decorado con un pequeño pedestal dorado que es una representación de la Torah extendida. Has sellado tu destino, seguido las tradiciones y mostrado obediencia a tu familia. Así y todo, notas que hay un buen puñado de arena alrededor del contrato matrimonial.
Tu esposa, sin miramientos, te sacude a palmetazos de una brusquedad incomprensible. Considerando que apenas son unos pocos granos los que están sobre tu traje, parece que te castiga por haber estado divagando tanto tiempo antes de firmar. Los ojos del rabino escrutan tu alma observando detenidamente tu gesto de dolor. De verdad que Safia golpea como un veterano macabeo de las generas contra Jericó, sientes que los cardenales comienzan a formarse bajo la fina tenida.
Justo detrás del rabino, los candelabros parecen convertirse en una gran lámpara de aceite. Pestañeas rápidamente y, siguen allí, cada una de las amenorah con sus velas vivamente encendidas. Nada de luz tenue ni un taller mortecino. Estás en la sinagoga, pero tus recientes sueños se están mezclando con la realidad… o, al menos, así parece. La tonada vuelve a inundar cada rincón; es la misma que ha sonado hace un rato, quizás cuánto tiempo tu divagar ha dejado a todo el mundo con una inquietud alarmante. Difícil saberlo, pues en el mundo onírico unos cuantos minutos pueden ser apenas segundos del mundo real. Pero tu reloj interno te anuncia que han pasado horas, de gran goce en ese encuentro dulce de tus labios con la mejilla de Melissa.
¿Qué esperas, Zacarías, para besar a Safia?
Tu madre te susurra desde la primera fila, pero para ti se trata de un grito destemplado. Inconsistencias que persisten, entre lo que observas y lo que en tu interior se manifiesta. Tu esposa, simplemente se levanta ella misma el velo… y cumple el rito. Un toque delicado y elegante, nada comprometedor. Casi como estar besando a su propio hermano y para ti es igual: sabes que jamás yacerás con ella. Y, sin duda, también el mensaje ha sido recibido con claridad por Safia.
¡Viva el matrimonio! ¡Es hora de celebrar!
Parece el anuncio del abuelo materno de tu esposa, aunque en realidad lo hace su bisabuelo más anciano. Es simplemente que el primero abre la boca y está justo delante del segundo, respecto al ángulo en que les miras. Poco importa es detalle, la fiesta ha comenzado. Si bien todo el asunto notarial y el rito sagrado te han hecho considerar, por un instante, que ya ha acabado todo… está lejos de ser así. Hay un protocolo a seguir, muy estricto, de ahora hasta el verdadero final de la ceremonia.
Sí, se supone ello ocurrirá al amanecer. Todo el mundo estará esperando la sábana sangrada que colgarás en el balcón de la segunda residencia de la familia Mardam-Bey. Claro, también recuerdas, que no estás en Kalanit… sino en medio del sitio de Damasco. Así y todo, a través de la ventana, un abejaruco esmeralda revolotea justo posando su mirada en tu rostro. Casi como asegurándote que tu destino es mucho más que este matrimonio, que todavía queda mucha tela para cortar.
Los cánticos y la orquesta se aseguran de inundarlo todo con la música que busca encubrir los tiros de catapulta y trabuquete, los golpes de espada y los alaridos de muerte. Exactamente el mejor día de la historia para casarse… ¿en qué habrían pensado ambas familias al decidir hacerlo aquí?