Abandonado durante más de cuarenta años, tras el exilio y la persecución, las enredaderas se habían apoderado de las tumbas y las raíces habían abierto los sarcófagos y anidado en los lechos eternos del mayor cementerio judío de Europa, acunando los huesos de un pueblo en permanente huida. Las cruces de David, esculpidas sobre lápidas de piedra agrietadas y quebradas, levantaban mudas oraciones a Dios. La tierra marchita, seca de lágrimas, olvidada por una ciudad que apartaba su vista, avergonzada de su pasado. Y, sin embargo, en aquella extensión de terreno, no imperaba el silencio, el viento arrastraba las hojas secas y casi parecían oírse las voces de los espíritus olvidados. Cuatro figuras ensombrecidas traspasaron el umbral, bajo el arco de piedra de Herbert-Baum-Straße, buscando una lápida en el corazón de aquella tierra bendita, a cientos de metros de su entrada, lejos de la periferia, más accesible y reservada para las clases más altas. Buscaban la tumba de un mago, una lápida sin restos, pues en realidad, no había dejado nada atrás, sino que había sido consumido por la paradoja hacía tan solo un año. La encontraron junto a la de su esposa, en el mausoleo de la familia Lang, donde alguien, un extraño, había dejado una siniestra cajita negra.
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[ALIEN AVATAR] Jüdischer Friedhof Weißensee
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Re: [ALIEN AVATAR] Jüdischer Friedhof Weißensee
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Su bota aplastaba la colilla justo antes de acceder al cementerio, como si su pisada fuera capaz de aplastar toda la idiosincracia de un pueblo avergonzado. A su vez, y paradójicamente, la cuna europea de su más arcana descendencia. Nunca se había preguntando si simplemente era una broma mácabra del destino, o es que simplemente siempre se encontraba en el bando perdedor. Hacía tiempo, que todo se había convertido en un juego de supervivencia.
El humo se aliaba con la bruma que cubría la zona y que hacía que los pulmones se llenaran de frescor. Era una sensación de la que nunca se cansaba. Tantas veces allí, y tantas veces acá. Una vez dentro de la necrópolis, se subió las solapas de su cara y elegante gabardina, para resguardarse del frío, y abrió un paraguas negro, alzando un cielo negro sin estrellas, sobre su cabeza. El musgo de las lápidas se mustiaba a su paso, y las hierbas de los bajos, repelían su presencia. Sus pasos sobre la hojarasca mostraban la seguridad de aquella que lo sabe todo; de lo que nada es capaz de sorprenderle. Nunca había estado allí, pero no necesitaba leer los epitafios. Simplemente se guiaba por la luz del instinto, por su sexto sentido vital.
Cerró el paraguas y regresó la luz de la mañana, con un único rayo de sol multicolor rompiendo el cielo plomizo de Berlín. Apuntaba directamente a su lápida, a su nombre, a su recuerdo. Se agachó, y una lágrima negra y enviudada descendió por su mejilla izquierda. Depositó la caja, en el punto exacto donde el rayo empezaba a perder fuerza. Luego besó su mano con su boca negra y dirigió la palma hacía la serigrafía pétrea donde rezaba, "FRIEDRICH". - No pierdas la esperanza, judío. - susurró.
Su bota aplastaba la colilla justo antes de acceder al cementerio, como si su pisada fuera capaz de aplastar toda la idiosincracia de un pueblo avergonzado. A su vez, y paradójicamente, la cuna europea de su más arcana descendencia. Nunca se había preguntando si simplemente era una broma mácabra del destino, o es que simplemente siempre se encontraba en el bando perdedor. Hacía tiempo, que todo se había convertido en un juego de supervivencia.
El humo se aliaba con la bruma que cubría la zona y que hacía que los pulmones se llenaran de frescor. Era una sensación de la que nunca se cansaba. Tantas veces allí, y tantas veces acá. Una vez dentro de la necrópolis, se subió las solapas de su cara y elegante gabardina, para resguardarse del frío, y abrió un paraguas negro, alzando un cielo negro sin estrellas, sobre su cabeza. El musgo de las lápidas se mustiaba a su paso, y las hierbas de los bajos, repelían su presencia. Sus pasos sobre la hojarasca mostraban la seguridad de aquella que lo sabe todo; de lo que nada es capaz de sorprenderle. Nunca había estado allí, pero no necesitaba leer los epitafios. Simplemente se guiaba por la luz del instinto, por su sexto sentido vital.
Cerró el paraguas y regresó la luz de la mañana, con un único rayo de sol multicolor rompiendo el cielo plomizo de Berlín. Apuntaba directamente a su lápida, a su nombre, a su recuerdo. Se agachó, y una lágrima negra y enviudada descendió por su mejilla izquierda. Depositó la caja, en el punto exacto donde el rayo empezaba a perder fuerza. Luego besó su mano con su boca negra y dirigió la palma hacía la serigrafía pétrea donde rezaba, "FRIEDRICH". - No pierdas la esperanza, judío. - susurró.
"- ¡¡¡Fenomenales poderes cósmicos!!!... y un espacio chiquitín para vivir" (Genio - Aladdin)