PRELUDIO: EL PAGO DE LA TRAICIÓN
Una habitación oscura, el lugar ideal para negociar.
Por supuesto, hay quienes prefieren un escenario teatral a plena luz del día, adornado con apretones de manos, sonrisas, y un ambiente luminoso con refrigerios al terminar, pero normalmente eso sólo es el final de un camino tortuoso de discusiones, puñaladas, avances y retrocesos, y que se realiza mejor en la oscuridad, lejos de miradas indiscretas y evitando el odio de quienes prefieren la senda del conflicto.
Entre vampiros, la oscuridad siempre es preferible, quizás porque el cinismo y la naturaleza cruel y traicionera de esas criaturas así lo requieren. Pero ni siquiera los vampiros pueden evitar el impulso de las emociones y la nostalgia humanas de vez en cuando, por mucho tiempo que haya pasado, por mucho que pretendan haberlas dejado atrás.
Don Alejandro Farnesio, Duque de Parma, y eminente arconte del clan Ventrue, se encontraba pensativo, meditando en los siguientes pasos de la reunión a la que había asistido. Sus servidores lo habían preparado con un elegante traje ejecutivo italiano de color gris azulado, su bigote y sus cabellos debidamente peinados y lavados, y en fin, todo lo necesario para proyectar una imagen diplomática y respetable. Sus guardaespaldas, de mirada gris e implacable le acompañaban, y sus servidores y aliados habían registrado y revisado concienzudamente todo el perímetro para asegurarse de que no hubiera traiciones ni intrusiones inesperadas.
Era consciente de la importancia de su reunión. Los vampiros del orgulloso clan Lasombra de Madrid se habían aproximado discretamente a la Camarilla, ofreciendo paz y la apertura de negociaciones para unirse a la secta. Aunque tenía sus reservas, en los últimos años, en medio de la confusión, varios miembros del clan de los Guardianes habían desertado de la terrible Espada de Caín, buscando refugio del asedio de la Inquisición, y según se rumoreaba, de sus propios compañeros.
“Las ratas abandonan el barco que se hunde,” pensó con indiferencia.
Los Lasombra debían haberlo pensado antes de declarar una guerra sin sentido contra la Camarilla, que había costado numerosos recursos y vidas durante siglos de encarnizadas batallas, antes de que por fin el sentido común se impusiera. Sin embargo, sería estúpido negar el valor potencial que sus enemigos derrotados podían aportar la Camarilla, que también sufría sus propias deserciones y ataques en estos tiempos inciertos, además de los dominios que podían unirse a la secta sin necesidad de derramar más sangre.
No se lo pondría fácil. Mostraría una fachada inflexible y les haría sudar un poco de sangre antes de ofrecerles una salida razonable para su aceptación en la sociedad civilizada y exclusiva de la Estirpe.
Mientras daba vueltas a sus propios pensamientos, uno de sus servidores se aproximó y le avisó de que la delegación del clan Lasombra había llegado.
En fin, todo estaba listo al detalle. En el fondo, aquella reunión no era más que la formalidad de unos hechos consumados hacía tiempo. El clan Lasombra había sido derrotado.
***
Don Alejandro observó detenidamente a sus interlocutores. Eran tres individuos vestidos de negro riguroso, como si asistieran a un entierro. Etiqueta sencilla y pragmática, no muy diferente de la moda de los tiempos del rey Felipe II de España y Portugal, de honrosa memoria. Uno de ellos, sin duda el líder de la delegación, se aproximó, y realizó una breve reverencia, extendiendo los brazos en un arco de cortesía y elegancia, un saludo educado pero no demasiado suplicante. Lo reconoció al momento: Se trataba de Don Eliécer de Polanco, un caballero de las noches de la Reconquista. y según sus informes, el Cardenal de las Sombras de Madrid.
-Buenas noches, Don Alejandro. Bienvenido de nuevo a Madrid –El Cainita se expresaba correctamente, con una voz de ligero acento norteño con la calidad de un barítono.
Don Alejandro asintió. Desde que había recibido la sangre en el clan Ventrue y se había unido a las filas de la ilustre Camarilla, en gran parte se había convertido en un exiliado de su propio país. Cierto era que no faltaban dominios que honraban a la Torre de Marfil en España, pero uno de los deseos de Don Alejandro era poder volver a recorrer en paz las calles de la que había sido la capital de un imperio donde no se ponía el sol.
-Buenas noches, Don Eliécer –respondió a su vez el representan de la Camarilla, con una reverencia menos pronunciada, pero igualmente respetuosa-. Celebro que hayáis venido y estéis dispuesto a sentaros para hacer la paz, después de la terrible guerra que nos ha enfrentado.
Siguió un incómodo silencio, en el que ambas partes se observaron, calibrándose, midiendo y meditando su próxima acción tras los secos, correctos saludos protocolarios.
Fue Don Eliécer el que rompió nuevamente el hielo, mostrándose dispuesto a iniciar una conversación más fluida. La tensión inicial comenzó a deshacerse, relajando el ambiente.
-Una paz, sin duda, es lo que necesitamos. En estos momentos la guerra se ha extendido más allá de las filas de los clanes. Portentos nunca vistos han aparecido, y las profecías de las que otros se burlaban antaño parecen hacerse realidad.
-Y la Camarilla está dispuesta a acoger al clan Lasombra en el refugio de sus dominios, como siempre ha ofrecido a todos los clanes. Sin embargo, también pedimos reparaciones por los daños y heridas cometidos en el pasado, y a que el clan Lasombra acepte someterse a su ley.
Don Eliécer sonrió antes de continuar.
-No esperábamos menos. Somos conscientes de que la guerra nos convirtió en enemigos durante siglos, y estamos dispuestos a reparar las ofensas del pasado, siempre en buena lid y fe. Aceptamos una rendición honorable, sin continuar humillaciones y rencores en el futuro.
“Hemos leído vuestras peticiones para confirmar nuestra unión y membresía de pleno derecho a la Camarilla, y debo deciros que estamos dispuestos a aceptarlas.
El vampiro Lasombra realizó un gesto, y uno de sus subordinados, un hombre moreno, con cabello rizado y gafas traslúcidas se adelantó con un cofre, que abrió, mostrando el resplandor de piedras preciosas y monedas de oro.
-El rescate de un rey. Este cofre simboliza una pequeña parte del pago acordado de las indemnizaciones en oro e inversiones que se nos pidió. El resto ya ha sido transferido a las cuentas bancarias que acordamos.
Realizó otro gesto, y el otro vampiro, una mujer seria, de rostro ovalado, y el cabello azabache recogido en un moño, se adelantó, abriendo otro cofre, lleno de ceniza y fragmentos de hueso.
-La entrega de los traidores. Treinta Cainitas que cometieron crímenes contra la Camarilla. Inquisidores, Obispos, Paladines…todos han sido ejecutados.
Don Alejandro se encontraba satisfecho. No esperaba menos del carácter práctico, implacable y cruel de los Lasombra. No obstante, decidió mantenerse frío y sereno. Ahora era su momento.
-Por supuesto, el Príncipe designado por la Camarilla se asegurará de que el acuerdo haya sido debidamente cumplido, y el clan de la Sombra se encontrará bajo su protección y será el representante de sus intereses, al menos durante un tiempo provisional, aunque escuchará la voz del clan en los asuntos de gobierno del dominio.
Algo parecido a la decepción pareció que oscurecía el semblante de Don Eliécer por un momento, pero enseguida recuperó la compostura, y con la misma voz elegante y tranquila que había mantenido hasta el momento, con una formalidad que recordaba otros tiempos, replicó:
-En esto, no podemos estar más en desacuerdo. El dominio de Madrid es nuestro hogar, y si hemos de compartirlo con los linajes de la Camarilla, habrá de ser en confianza e igualdad con el resto de la Estirpe. Y como el linaje más antiguo y numeroso de Madrid, solicitamos el derecho a nombrar a nuestros representantes.
“Menuda osadía,” pensó Don Alejandro. “Pero no les quedará más remedio que ceder. Quizás un año expuestos a los ataques de nuestros arcontes y de la Inquisición les bajen los humos.”
-Los términos que hemos negociado son precisos. La unión del clan Lasombra a la Camarilla se realizará bajo los mismos, de forma similar a otros dominios.
-Pero ha habido otras excepciones. El dominio de Milán se unió a la obediencia de la Camarilla hace apenas unos años, y Giangaleazzo, que había gobernado como representante del Sabbat fue aceptado como Príncipe. El dominio de Florencia fue gobernado por un Príncipe de nuestro clan durante siglos.
-Esas excepciones fueron negociadas de forma individual en su momento. Ahora la situación ha cambiado, y los Lasombra de Madrid se unirán a la Camarilla en las mismas condiciones que el resto de su clan según hemos acordado. Ni más ni menos.
Un nuevo gesto de decepción pareció aparecer en el rostro de Don Eliécer, pero también… ¿diversión?
-Hemos realizado un pago elevado y más que justo en oro y sangre para alcanzar este trato. ¿Tal vez podamos negociar una mejora? ¿Os encontráis autorizado por la Camarilla?
-Tengo plenos poderes de negociación entre el clan Lasombra de Madrid y la Camarilla, pero hasta el momento no veo motivo para alterar los términos acordados. Podéis aceptarlos tal y como son o esperar una ocasión mejor, pero os advierto que puede que dentro de un tiempo no se os muestre tanta generosidad.
Ahora sí, una sonrisa abierta surcó el rostro de Don Eliécer, mostrando unos dientes blancos. El antiguo Cainita se llevó una mano al pecho, y Don Alejandro y sus guardaespaldas no pudieron evitar un momento de tensión, pero Don Eliécer se limitó a sacar de su bolsillo un pequeño objeto que expuso en la palma abierta de su mano pálida: un brillante anillo de plata, con una elaborada filigrana.
-¿Lo reconocéis?
Don Alejandro observó el anillo desconfiado y reconoció el escudo de la casa de Medina Sidonia. ¡Vaya si lo reconocía! Aquella joya le recordaba a su odiado rival, el duque Alonso Pérez de Guzmán, que durante siglos había entorpecido sus planes. Eran rivales llenos de odio que habían jurado destruirse mutuamente. Habían movido ejércitos que habían luchado en diferentes rincones del mundo, habían contratado asesinos sin reparar en costes, y la victoria en los campos de batalla de la guerra eterna se había alternado entre uno y otro con el paso del tiempo.
Sólo pensar en su rival a Don Alejandro le hervía la sangre. Su fachada impasible se agrietó, dejando entrever parte de su furia. Sólo al ver la sonrisa de diversión de Don Eliécer, se sintió un poco avergonzado e intentó recuperar la compostura perdida.
-Ya veo que sí –continuó Don Eliécer-. Me place anunciaros que Don Alonso Pérez de Guzmán, en otros tiempos Duque de Medina Sidonia, Priscus del Sabbat, Consejero de la Regente de la Espada de Caín, Conquistador de Manila, etc., etc. se encuentra en estos momentos entre los Lasombra de Madrid.
“Y sin duda la entrega de semejante caudillo del Sabbat a vuestra merced bien valdrá una mejora de nuestra negociación. Reconsiderad nuestra petición: El clan Lasombra dispondrá de sus propios representantes en el dominio de Madrid, y el nuevo Príncipe de la Camarilla será elegido entre ellos.
A Don Alejandro no se le escapaba el detalle de que posiblemente Don Eliécer sería el nuevo Príncipe, o por lo menos, alguien de su confianza. Sus superiores en la Camarilla se irritarían ante semejante concesión, pero la entrega de su odiado rival, por fin a su alcance después de varios siglos…Madrid bien lo valía.
-Aceptamos –respondió con voz seca, tratando de no mostrar debilidad ante aquel movimiento inesperado. Se sentía sorprendido y ansioso a partes iguales.
-Sabía que alcanzaríamos un acuerdo que nos satisfaría a todos, pero antes de pasar a las celebraciones, debemos preparar las formalidades necesarias, para que nadie se sienta engañado. Comprenderéis que tanto entre nosotros como entre la Camarilla no ha sido fácil llegar hasta este momento.
La sala se llenó de una conversación llena de tecnicismos, que asentarían los últimos intercambios entre los Lasombra de Madrid y la Camarilla, así como la entrega del Duque de Medina Sidonia a Don Alejandro, un punto especialmente importante, pero el paso decisivo había sido dado y la negociación podía darse por finalizada. La paz de la Camarilla se impondría sobre Madrid de la mano de los Lasombra, que mantendrían su posición hegemónica sobre la ciudad.
Sí, la paz había vuelto a un dominio especialmente agitado en los últimos años.
¿Pero hasta cuándo?