DÍA DIEZ: DONDE BAILAN LOS CHUPASANGRES
Noche de fiesta. Alexandria y sus amigas habían salido para disfrutar y pasarlo bien. Para Alexandria era un día especialmente feliz. Su madre era muy estricta, aunque con el tiempo había aprendido a evitar su vigilancia y simplemente comportarse como una chica de su edad. Ella debía comprenderlo.
Irene era una madre soltera. Se esforzaba en el trabajo, y aún así siempre tenía algo de tiempo para compartir con su hija. Sin embargo, a medida que Alexandria crecía, Irene la veía menos. Su hija tenía el instituto, ella tenía su trabajo. A veces no se veían en un par de días, y últimamente cuando se veían había discusiones. "Ten cuidado con quien te mezclas." "No salgas por ahí." "No hagas eso." "Tienes que estudiar más."
Para una chica de diecisiete años como Alexandria esas restricciones eran barreras que debía superar. Se sentía lo bastante madura para cuidar de sí misma. Y cuando sus amigas le propusieron ir a una fiesta privada, al principio tuvo sus reservas, pero tras la última discusión con su madre había tomado la decisión de ir.
Al fin y al cabo, Irene no tenía por qué enterarse.
La fiesta privada resultó ser un rave clandestino en un almacén abandonado. Aunque había gente de todo tipo, primaban los estilos siniestros, góticos, oscuros, o combinaciones extrañas y atrevidas. El latido de la música, el subidón de la bebida, las luces parpadeantes, era todo lo que Alexandria podía desear para disfrutar de la noche. Bailó, bebió e hizo todo lo que había ansiado hacer.
Sin embargo, a la hora de volver a casa, Alexandria y sus amigas se encontraron con que el último autobús había pasado. La parada, solitaria y silenciosa, en mitad de ninguna parte, resplandecía bajo la luz amarillenta de una vieja farola.
En ese momento aparecieron tres chicos de la fiesta. Eran jóvenes y estúpidos, e instintivamente, Alexandria se puso en guardia. No le gustaban aquellas miradas hambrientas, aquellas falsas sonrisas afiladas, y aquellas caras pálidas.
-Ey, ¿queréis que os llevemos a casa?
-No, gracias, estamos esperando a que vengan a buscarnos -contestó con cierto temor Mary, una de las amigas de Alexandria.
-Bueno, en ese caso...
Fue solo un momento. Y como si hubieran caído unas máscaras, los rostros de los tres chicos se convirtieron en los de unos monstruos con dientes afilados. Uno de ellos saltó sobre Mary, se escuchó un crujido, y en un momento le estaba mordiendo la garganta.
-Y una.
Alexandria y su amiga Valentina gritaron de terror y echaron a correr, pero los tres monstruos las rodearon. A veces hacían el amago de dejarlas pasar para en un instante ponerse delante como una barrera infranqueable. Jugaban con ellas, avivando su terror. Otro de los monstruos agarró a Valentina y la mordió, arrojándola como si fuera una muñeca.
-Y dos.
Sólo quedaba Alexandria. Y al encontrarse sola, de alguna forma decidió no llevarse por la desesperación. Plantó cara a los monstruos, aunque sabía que no tenía escapatoria.
Y en ese momento un relámpago oscuro mezclado con un gruñido surcó la noche. El monstruo más próximo a Alexandria, que ya extendía una mano con uñas afiladas hacia ella, saltó por los aires, atravesado por un terrible golpe desde abajo. Una masa de oscuridad, una criatura peluda y con dientes se encaró con los otros monstruos. Uno intentó morder, pero la criatura agarró sus mandíbulas y las partió antes de arrancarle la cabeza. El último de los monstruos decidió que sería mejor huir, pero en un momento la criatura le saltó encima, y dio buena cuenta de él con uñas y dientes, arrancando pedazos sin piedad hasta que cesaron los gritos.
Y de repente, la criatura se dirigió hacia Alexandria. Era un hombre lobo de oscuro pelaje, con ojos encendidos, una mandíbula llena de colmillos y fuertes garras diseñadas para destruir y matar.
Alexandria parpadeó. Ante sus ojos la criatura comenzó a menguar, a cambiar de forma, en contra de toda ley física, hasta que la monstruosidad salvaje dejó paso a una figura más familiar.
Era su madre, Irene. Y estaba enfadada.
-¿Mamá?
-Te quedarás un mes castigada. Para empezar. Después ya veremos.