Relatos Caseros

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Darkhuwin
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Relatos Caseros

#1

Mensaje por Darkhuwin » 17 Feb 2022, 16:07

Hola. Me voy a tomar la libertad de usar este espacio para publicar de forma desinteresada y sin ánimo de conseguir nada más que el disfrute de quien lo desee y le guste, una serie de escritos que he ido haciendo durante años y no me han llevado a concretar nada.

Pueden servir como ideas para partidas, historias, simple entretenimiento o para nada directamente. Hay quien dibuja compulsivamente o crea música o lo que sea... yo suelo escribir muchos principios que no llevan a nada o fragmentos sueltos o cosas que se me pasan por la cabeza. Y aunque sea para para que me de la impresión de que no los tiro a la basura sin que nunca nadie pueda tener la posibilidad de leerlo o usarlo para algo, lo pongo aquí, por si alguien está lo suficientemente aburrido o tiene curiosidad o busca algo que remotamente le pueda interesar...

De todas formas, si hubiera algún problema en que lo haga, o lo que sea, hacédmelo saber y listo.

Un saludo.
"El Espíritu libertario será el principio fundamental de la secta. Todos los Sabbat tienen derecho a esperar y reclamar libertad de sus líderes." Código de Milán. artículo XI.

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Re: Relatos Caseros

#2

Mensaje por Darkhuwin » 17 Feb 2022, 16:15

Batalla
Los Arcángeles me han encomendado la misión divina de acabar con el templo impío de Ramtut, en el mundo de Gara. Mi receptor de impulsión martillea mis oídos con frenéticas oleadas de bandas de información interlínea. El azufre residual comienza a acumulárseme en la piel descubierta de la cara, los ojos ya escuecen demasiado, cierro mi escafandra, respiro profundo y comienzo a entonar la Letanía.

El descenso de la loma encrespada, nos arrastra al desenfrenado éxtasis del combate entre columnas de humo y gases. Los rezos surgen del altavoz monitorizado de mi casco. Haces de luz fosforescente atraviesan el cielo malvaverde rasgando imperturbables los flancos de mis tropas de asalto. Junto a mi, Ser Ku Mong y Ser Halland avanzan sin remisión hacia el objetivo. Flanquean a su señor, devotos de su fe y su honor.

Las primeras tropas Helenitas surgen de entre los gigantescos pilares del templo. Levanto el brazo para hacer un alto mientras sus lásers siguen hostigando nuestras defensas.

- ¡Mantened potencia de escudos en la primera línea! - ordeno por el comunicador. - Ser Goldborg, adelante a la infantería ligera hacia el punto gamma, tome la torreta e informe para recibir nuevas instrucciones. ¡Capitán Lorbius!. – Espero su respuesta.- ¿Capitán?- La estática resuena en mis oídos y solo entiendo sílabas entrecortadas sin mensaje interpretable. Le hablo al computador de mi escafandra para que me muestre posiciones de satélite en directo, no hay señal. Pido visión telescópica a diez aumentos y enciendo los impulsores de mi bioarmadura, me elevo para intentar dar con la posición de las tropas.

- Señor Condeduque. – Se atreve a decir Ser Halland por línea privada. – En esa posición no podemos cubriros con los escudos de potencia, el suyo no resistirá un impacto de artillero.

- ¡No temo a esos bastardos impíos, adoradores del limbo de la Ambrosía!, Ser. Llevo un brazo, una pierna y los pulmones artificiales tras una década de morderles los huevos. Dios está de mi lado hijo, de nuestro lado, no lo dudéis.

Al elevarme puedo comprobar el estado de mi pelotón. Sesenta y tantos hombres de caballería mecanizada, armados y listos como siempre, de los ochenta que iniciaron en el punto de descenso. El hijo bastardo de Ser Halland, soporta estoicamente el estandarte divino de nuestra orden, 10 kilos de acero y flexiglas coronados por la tela gualda con la corona y las alas. A lo lejos, como a quinientos metros al Este de nuestra posición, Ser Goldborg avanza con la ligera hacia la torre enemiga con bastante facilidad. Pero algo va mal. El lugar donde se suponía que debían posicionarse los mercenarios de Urante, la vanguardia principal del ataque, liderados por el capitán Lorbius, es una masa de humo y gases impenetrable, una tormenta de estática inescrutable para todo tipo de mecanismo localizador.

- ¡Maldita sea nuestra suerte!. Marcas de Daimon. – Sigo comunicándome solo con Ser Halland. – Voy a separar la tropa Ser, os ocuparéis de llevar el grueso hacia la entrada del templo y acabar con su artillería de campo. Esperaréis a Ser Goldborg y mantendréis la posición en la entrada. En la entrada, - remarco- ¿entendido?.

- Señor, Ser Goldborg y yo podemos tomar el templo sin ayuda, los mercenarios solo sirven para saquear y violar. No son elegidos de Dios. Permitidme el honor.

- Lo haría Ser, confío en vuestro juicio y vuestra devoción, pero tengo un mal presentimiento. Algo no es exactamente como nos lo han contado.

- ¿Señor?.

- Mejor haga lo que le he ordenado. – Desciendo de nuevo a la posición de vanguardia de la tropa. La infantería de defensa Helenita toma posiciones a lo largo de la llanura que nos separa del titánico edificio. Forman como les dictan sus antiguas leyes. Cientos de ellos en líneas detrás de grandes escudos de potencia. Dispuestos a caer hasta el último hombre, por unos valores ya olvidados y unos mitos de falsa idiosincrasia. Cambio al canal de mando. -

- Ser Ku Mong, escoja a ocho hombres y sígame, creo que tenemos un Daimon en el flanco y puede haber dado cuenta de nuestro cuerpo de choque principal.

Ser Ku Mong obedece como siempre con una marcada inclinación de cabeza y su mirada de profunda devoción bajo la cinta que sujeta su pelo. Los años de guerra y servicio han hecho de este hombre un hijo de puta duro y peligroso, pero su lealtad hacia el mando y en concreto hacia mí, desafía toda duda en cuanto a su fe. Algunos dicen que Ser Ku Mong no cree en Ieovah, nuestro redentor, el anunciado, el que vino y murió por nosotros por tres veces y en la cuarta nos llevará al reino anunciado. Pero lo que yo sé es que su arte, su forma de matar solo puede ser un arma divina y solo existe un Dios, luego si él no cree en Dios, Dios cree en él y está de mi lado.

Completamente en silencio, sin ningún aspaviento, se adentra entre la tropa y con la mano va tocando el pecho de los elegidos para la gloria que se hinchan al recibir semejante honor. Tras pedir una nueva lectura detallada de la zona obscurecida, configuro un canal para la tropa de asalto y lo conecto. -

-Muy bien hermanos. Ahora nosotros somos el brazo de nuestro señor, la mano de nuestro señor, el dedo pulgar de nuestro señor.

...
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Re: Relatos Caseros

#3

Mensaje por Darkhuwin » 17 Feb 2022, 16:31

Estirpe de Oriente


Un rascacielos desconocido en una ciudad desconocida. Sobre un palacio de cristal imponente rodeado de mil torres de espejos, alumbrada por la tenue luz de una luna recién amanecida, reposa la figura de un hombre de aspecto oriental. Su larga cabellera lisa, negra, llega en torrente al suelo sobre el que baila. La pierna en vilo, los brazos efectuando la pose del dragón durmiente, el peso perfectamente equilibrado sobre su hombro. Gira en un remolino de movimientos meticulosamente calculados y precisos. Se detiene, golpea al aire, libera su Chi. Un segundo en el que el tiempo parece no avanzar y ... ¡¡Ggrrakkk!! una grieta de tres metros aparece en el suelo de hormigón en la dirección de su golpe. Vuelve a la pose del loto. Sus ojos permanecen cerrados durante todo el ejercicio y continúan estándolo. Una sombra aparece a su espalda. A unos metros. Una voz fina de, mujer dice:

-Gran Maestro, señor.

Los ojos del hombre se abren, despacio. Sus cuencas están vacías. Dos pozos infinitos, oscuros, como agujeros negros surgen de ellas. La mujer permanece detrás, arrodillada y sin levantar la vista del suelo.

-¿Sabemos ya?. - La voz surge como de un sueño. Reverberante y lejana, pero su calidez contrasta con la frialdad de sus ojos... esos ojos.

-Nada es seguro. Las puertas al Reino Oscuro están vigiladas, no ha podido venir de ahí. Los Hengeyokai con los que tenemos trato aseguran que no saben nada tampoco. Los wu están en alerta y no saldrán de sus refugios hasta que llegue el momento oportuno. Si esos Gaiyin tienen algo que ver con lo que está ocurriendo, lo lamentarán. ¡Los expulsaremos del reino medio para siempre!.

-Para siempre es un término relativo.- Una media sonrisa aparece en el rostro, por lo demás inexpresivo del hombre.- La amenaza está en la rueda que gira, pero el giro de la rueda es necesario. No temas, pequeña. La oscuridad está por venir. Occidente se muestra de muchas formas, todas engañosas para nosotros. Pero no es despreciable todo lo desconocido. Hay que seguir buscando la forma de mantener el pulso.

-Entonces, Maestro. ¿No cree que sean esos malditos Kin jin los culpables de este terror?

-Solo espero que no lo sean, o estaríamos en grave desventaja con respecto a ellos. Pero la fuente del problema no parece cainita. Y sabes que hay otras fuerzas en este mundo que hacen girar la rueda. Es inevitable y todo volverá a ocurrir.

-Todo regresa. Sí maestro.

-Envía a alguien a la capilla. Presionaremos a los gweylo para que demuestren su inocencia si no quieren enturbiar más nuestras relaciones. Eso les obligará a colaborar.

Que se mantenga el estado de reclusión de los wu; si es necesario, yo emplearé mi chi para alimentarlos. Aunque la sexta edad se cierna, no debemos quedarnos observando.

-No debemos Maestro y no lo haremos.

La sombra de la mujer se desliza y desaparece del tejado. El hombre cierra los párpados que quedan iluminados por la oscuridad de su interior. Por una de sus mejillas cae rodando una lágrima etérea.
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Re: Relatos Caseros

#4

Mensaje por Darkhuwin » 17 Feb 2022, 16:41

Valkir


Quedaban tres horas para el alba y las sombras se dibujaban entre la niebla que la precedía. El bosque de Moringer se extendía, desde los lindes que ahora se presentaban desafiantes, unos cuarenta kilómetros hacia el interior. En esta parte más occidental, estaba separado del mar por unos cientos de metros que conformaban grandes riscos y acantilados donde surgían aquí y allá pequeñas y recogidas playas de arena pedregosa.
En una de esas calas de aguas frías, la marea subía rápidamente, haciendo de la orilla un emplazamiento portuario practicable. Allí se encontraba Gorinash, la aldea principal de las Valkir.

La calma reinaba en la quietud expectante de esas largas horas que preceden a una batalla. Las empalizadas de grandes y resistentes troncos se apiñaban en torno a la zona interior que daba al bosque, hasta el cual había unos doscientos metros en llano de hierba; solo apartada por un pequeño y sinuoso camino que se perdía hacia el Sur.

Las Valkir, un orgulloso pueblo de guerreras, había estado creciendo y viviendo en las costas de alrededor del bosque, levantando aldeas y puertos en cada hueco habitable y valiéndose de la pesca como medio principal de supervivencia. Su técnica pesquera y su tradicional conocimiento de la ingeniería naval y del mar como medio de subsistencia, les habían concedido un tiempo precioso para expandirse y prosperar tras su triste éxodo setecientos años atrás.

Provenían de una orgullosa cultura isleña del lejano occidente del continente que fue expulsada por antiguos, fieros y despiadados pueblos de otros tiempos. Cuando la comunidad de mujeres y niñas tuvo que partir, tras la muerte de los guerreros, no le quedó otro remedio que luchar sin sus hombres para sobrevivir, y fue en ese éxodo al continente, en el que Hira, la joven y valiente hija del antiguo jefe, cambió para siempre a las hijas del mar. Hira, todavía era recordada y venerada en todas las aldeas como la heroína fundadora de las Valkir.

Durante el periodo de su reinado, las mujeres aprendieron a realizar las funciones que antes desempeñaban los varones y comenzaron a utilizar a los esclavos que capturaban para las otras labores y como dadores de semillas, como ellas lo llamaban.

Mediante un complejo ritual mágico a la diosa del mar conseguían engendrar solo féminas a las que educaban severamente en las artes de la guerra y la navegación. Y todas ellas, cuando alcanzaban la mayoría de edad, eran libres e iguales, con derecho a gobernar la tribu si demostraban ser la Líder del momento. Quince generaciones separaban a éstas de su fundadora y algunas de ellas eran tan intrépidas y valientes como ella lo fuera. La guerra con los antiguos habitantes del oscuro bosque, ensombrecía el futuro de las Valkir y ellas luchaban día a día por su supervivencia. Pero en este día, todas aguardaban en silencio tras la empalizada. Ataviadas con las pulidas piezas de armadura y los escasos jirones de cuero y piel que completaban su vestimenta, portando sus afiladas espadas curvas, lanzas, cuchillos y arcos de Coralí, se encontraban cerradas en un círculo unas cuarenta mujeres; dos de ellas, frente a frente.

Una era Lilen hija de Alilen, descendiente de las altas mujeres de Greeny, de las aldeas del sur. Su porte era altivo y arrogante, sus ojos azules relampagueaban bajo su pelo rojo ajustado en una alta coleta anillada. Sus labios rojos se torcían en una mueca desafiante mientras palmeaba repetidamente la hoja curva de su espada. Al otro lado, una mujer mas baja pero de porte no menos noble, la miraba pensativamente. Esta pertenecía a Gorinash y era descendiente directa de Hira. Se llamaba Irsha. Su cabello surgía alborotado de detrás de una cinta que lo sujetaba, tejida en cuero y con adornos coralinos. Llevaba dos cuchillos largos que sujetaba con firmeza.

Habían terminado los rituales funerarios por la muerte de la antigua líder, Harsha, hermana mayor de Irsha fallecida tras los combates del día anterior y ahora, una nueva caudilla debía imponerse.

- ¡Lilen, hija de Alilen!. Tu y tu pueblo habéis llegado en un momento de necesidad y os lo agradecemos. Pero tus temerarias palabras no pueden quedar impunes. Has dudado de mi valor y mi capacidad como líder y has osado desafiarme. Si te retractas ahora, serás castigada con una pequeña reclusión -, dijo Irsha. -¿Acatarás mi voluntad o por el contrario prefieres retarme?. Sabes que eres libre de aspirar al liderazgo -.

Una débil carcajada salió poco a poco de la garganta de Lilen. Era hermosa, pero sus facciones se retorcían en una mueca burlesca que marcaba la seguridad de sus palabras. - Pequeña Irsha-, dijo.

- Tu conocimiento de las tradiciones es extraordinario, casi tanto como tu ineptitud. ¿No pretenderás hacernos creer que una niña como tu, puede ser considerada líder legítima de nuestro pueblo?-. Su voz era cada vez más despiadada. Se acercaba lentamente hacia su oponente y sus músculos relucían a la luz de las antorchas circundantes. Era una poderosa mujer que aventajaba a Irsha en altura y en unas cinco primaveras.

Profirió una nueva carcajada con voz divertida y continuó - Si, Irsha, yo Lilen, Capitana de Yendar, azote del mar, te reto..., te desafío.

Cuando acabó de hablar se giró en redondo y se acercó a las mujeres que la coreaban a su espalda dando gritos de apoyo y veneración. -¡Así habla Lilen, hija de Alilen, orgullo de Yendar!. ¡Machácala!-, y añadían:

- ¡Tú eres líder legítima, la más fuerte!.

Mientras, las pocas mujeres de la aldea que aun secundaban a Irsha, movieron la cabeza en gesto de desaprobación y permanecieron en silencio; excepto una, Nimba, hija de Zora, la lluvia que suena, que echándose hacia atrás una capucha ceñida, sacó una estrella de coral blanca de entre sus pertenencias bajo la capa y comenzó rascarla con una varilla, mientras entonaba con voz dulce:


No temas ahora pequeña Irsha, la hija querida, la niña prodigio.
Pues ya los vestigios del alba tu nombre pronuncian
Y en la inteligencia no tienes rival,
Y dorado es tu cabello.
La reina tú eres de las amazonas guerreras
Y por tus venas corre la sangre que veneras.
Imita a tus ancestros y lucha con valor
La espada dura en la diestra
Y la cabeza fría en los momentos de dolor.


Lilen giró bruscamente sobre sus talones y lanzó un grito prolongado cargando contra Irsha a la que casi coge desprevenida, pero sus reflejos le ayudaron a moverse al lado contrario evitando la primera acometida. Los gritos de las mujeres fueron haciéndose cada vez más sonoros al alba. Lilen, tras su primer error, reflexionó unos instantes y resoplando, lanzo un nuevo ataque, esta vez al lateral derecho de Irsha. Instintivamente, la muchacha rodó por el suelo, esquivando el mortal filo de su oponente. No estaba dispuesta a que la golpearan, no alguien tan fuerte y veterana. Irsha se quedo un momento arrodillada y con los cuchillos en cruz en posición de defensa. Debía terminar cuanto antes si quería ganarse la confianza y admiración de su pueblo. Miró fijamente a los ojos de su rival que resoplaba y maldecía entre dientes. Cuando Lilen falló nuevamente, tras efectuar una pirueta y golpear la empalizada con su acero, las voces comenzaron a apagarse.

-¡No te escaparás siempre, rata escurridiza!,- le dijo a Irsha, con voz algo impaciente.- Solo sabes huir y esconderte, no tienes el valor de una líder.

Irsha respondió con un movimiento en espiral con sus cuchillos que a punto estuvieron de rebanarle el pescuezo a Lilen. Pero ella tampoco era presa fácil y saltando hacia atrás evitó el ataque. Se inclinó y tomo impulso descargando una patada en el estómago de Irsha que la dobló y la arrojó al suelo de rodillas.

Lilen se levantó y rodeo como un animal que acecha a su presa a su joven contrincante.

-¡Ya te he dicho que no eres nadie! Una sombra de tu antepasada y los tiempos cambian. - Dijo. - Ahora pasarás a ser historia – Remarco con sorna, dibujando una medio sonrisa. Y enarbolando su acero curvo, dirigió una estocada terrible hacia el cuello de Irsha, que yacía tendida agarrándose el abdomen con ambas manos. Sin embargo, fingía, había recibido golpes más duros que aquel. En el instante en el que todas esperaban que la cabeza de la joven Valkir rodara por la hierba, la espada de Lilen volvió a errar su objetivo clavándose esta vez en el suelo. Irsha, engañó a su rival y al resto de la concurrencia y con un último movimiento providencial, golpeó el lateral de la rodilla izquierda de la imponente amazona de pelo rojo, que cayó aullando de dolor sobre unas ascuas apagadas.

La luz del amanecer iluminaba ya los tejados de las chozas, y el frescor matinal empezaba a amainar, dejando paso a una templada brisa marina de sabor salado y olor penetrante. El sudor y el cansancio se reflejaban en las dos combatientes y se mezclaba en la más grande con los restos de ascuas negras y las lágrimas de dolor en su rostro. El hueso de la rodilla se le había quebrado de forma limpia y sanaría, pero el dolor era insoportable. La descendiente de Hira se incorporó y se sacudió las ropas; se retiró los cabellos del rostro y se aclaró la garganta antes de hablar:

-Lilen, hija de Alilen, - dijo entre jadeos- el castigo por desafiar a muerte a tu líder y caer derrotada es el destierro según la tradición. Y como tú bien has recordado, conozco y hago cumplir como nadie las tradiciones... -.

Para una valkir el destierro era mucho peor que la muerte, infinitamente peor, significaba el olvido, el abandono de todas las hermanas, y la imposibilidad de pertenecer a la historia de su pueblo. Lilen sería olvidada para siempre y nada que hubiera hecho en su vida, para orgullo de su gente, sería recordado. Pero en aquellos momentos, la hija de Alilen sonrió para sus adentros, nunca había respetado las tradiciones y aun así, encontró magnífica la resolución de la nueva caudilla. Mantenerse con vida para vengarse de la humillación sufrida era todo lo que le importaba ahora.

Una hora después, lejanos tambores rituales marcarían el ritmo de un nuevo avance enemigo sobre el poblado.
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Re: Relatos Caseros

#5

Mensaje por Darkhuwin » 17 Feb 2022, 17:03

La Iguana
La calle se alargaba hasta el infinito arrastrando las sombras rugientes de la Noche. Respiraba de forma entrecortada dirigiéndose hacia Marlow's Boulevard entre la avenida Salem y Denningam. El gato a rallas crudas, se erizó en un fugaz movimiento desgastando los nervios del hombre que avanzaba trabajosamente mirando a un lado y a otro de forma paranoica, evitando las voces de los pisos bajos y las luces de las farolas. Agazapado contra el muro derecho, entre un carro de la compra y un cubo de basura, un viejo vomitó tres palabras sin sentido aparente que hicieron al hombre detenerse con el pálpito intermitente asaltando sus sienes. Permaneció petrificado unos instantes, mirando con ojos desorbitados hacia aquel rincón maloliente. Tras recuperar el resuello, sujetándose el pecho como si quisiera arrancarse los pulmones, continuó su avance ahora más rápidamente. La 'Iguana' recorría sus venas enfriando sus músculos hinchados por el esfuerzo. Láminas de sudor en gotitas iban siendo apartadas cada cien pasos con el dorso de una mano enguantada. El olor a rancio asentado en su nariz y la cada vez más dificultosa respiración amenazaban con terminar con su trayecto. La droga iba haciendo efecto en episodios cortos, como siempre. Doscientos metros antes de alcanzar Marlow's sintió la presencia.

La oscuridad comenzó a beberse los neones zumbantes de la calle, el ruido se apagaba poco a poco, el pavimento se agrandaba y el hombre se hacía cada vez más pequeño. La 'Iguana' no producía tales efectos normalmente, pero si podía activar otras neurosis ya latentes. El hombre se desplomó, recortando su sombra contra los rojos ladrillos del callejón. Comenzó a rezar. A rezar en un idioma impío, antiguo y sacrílego. El sudor brotaba a borbotones sobre la desgastada camisa de algodón y la vieja chaqueta barata lamida por el polvo. Pero lo más destacable del hombre eran aquellos ojos. Sus aterrorizados ojos de cordero degollado. Se desabrochó el último botón y deshizo el nudo de la corbata. Ya casi no podía respirar y apenas roncaba angustiosamente, produciendo aquel pitidito de muerte. Todo daba vueltas y la vista amenazaba con fallarle de un momento a otro.

Pasos huecos de zapato de mujer resonaron a su alrededor mientras trataba de enfocar la vidriosidad que se acumulaba en sus viejos ojos. Le pareció distinguir una silueta recortada sobre alguna potente fuente de luz que ahora le cegaba. Sin duda, se trataba de una mujer. Una voz, como procedente de un sueño o una fantasía, le preguntó algo en un extraño idioma que no lograba reconocer.

Inmediatamente se puso a la defensiva. Aquella mujer era su enemiga, estaba tratando de sonsacarle algo, pero ¿Qué?. El efecto de la droga había bloqueado su mente, su memoria. Ya no recordaba por qué se había encaminado hacia Marlow's, ni qué había ocurrido antes de eso. Apenas podía percibir su propia identidad, como algo más allá de lo que estaba sintiendo en ese mismo instante. Poco a poco, se iba deshaciendo la conciencia de su entorno, pero, segundos antes de perder el sentido, realizó un movimiento reflejo con una de sus manos, una extraña combinación de dedos y palma que surgió de alguna parte de su inconsciente.
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Re: Relatos Caseros

#6

Mensaje por Darkhuwin » 17 Feb 2022, 17:11

J.P. Bone

El haz de luz atravesaba la estancia dejando a la vista millones de motas flotantes de nada. Los apagados tonos del mobiliario, centenario observador inanimado de su vida, se inclinaban hacia un lado y otro con las idas y venidas de la sombra de aquel pequeño ventilador que siempre le hacía compañía. Su traqueteo incesante, era sin embargo muy relajante a la hora de sentarse a reflexionar, como también lo eran los crujidos de la vieja silla mecedora, de madera de pino, que solían recordarle a las ramas de los abetos de su pueblo natal. Aquellos árboles, habían representado para él la naturaleza en estado salvaje, la niñez del mundo, su propia inocencia. Raídas cortinas de tela marrón, carcomidas y requemadas por el sol infernal de su isla, mostraban signos de malos tratos, desgarros y enganches provocados a ojos vista por un gato juguetón; Pierce, el gato callejero que un día vino a él imitando a Laurence y se quedó para siempre.

Mientras se mecía en la silla, jugueteó con el matasellos entre los dedos. Miraba al infinito intentando recordar todo lo que escuchó aquella noche: la confesión de Uldritch, las declaraciones de Mervin y Jana. Nada parecía tener sentido en conjunto. Se fijó en la colocación de su escritorio. La foto de su ex mujer se escondía tras la del gato y la suya propia del diario matinal, aquella en la que le retrataron distraído trabajando y nunca se reconocía cuando se miraba. Estiró el brazo y cogió un lapiz de un vaso de cristal que hacía de portalápices. La máquina sacapuntas hizo un ruido cansino y apagado, ya comenzaba a fallar como todo en la vieja habitación, la punta del lapicero se partió y salió disparada yendo a parar a la alfombra. Agachándose para recogerla y echarla a la papelera, se percató de la cantidad de polvo que cubría, en general, todo su mundo. Pero algo más, alli abajo, llamó especialmente su atención: En el suelo, junto al perchero del que colgaban su gabardina gris y el viejo sombrero, había un papel, una nota o quizá una tarjeta. La silla mecedora crujió mientras se levantaba y siguió meciendose durante un rato. Conectó la radió que descansaba sobre la cómoda de la entrada y comenzó a sonar Puttin' on the Ritz de Fred Astaire. Se acercó con paso cansado hacia el perchero y se agachó con cuidado. Recogió lo que resultó ser una nota de aviso. Alguien debía haberla deslizado por debajo de la deshecha puerta blanca de la entrada del despacho. Encendió la lamparita para poder leer las minúsculas palabras del dorso: Hotel Martins, habitación 12 A. Claire.

Tras abrir la puerta para comprobar que, como había imaginado, no había ya nadie en el pasillo exterior, volvió a su silla mecedora y despejó algunos papeles del escritorio barriendolos con el brazo. Su expresión sombría se tornó algo mas alegre, parecía que aquello había despertado su interés. La primera vez que se interesaba por algo desde hacía muchos meses. Abrió el primer cajón de su lado del escritorio y sacó el bourbon y un pequeño vaso. La noche se presentaba movidita y no podía despistarse. La luz que se filtraba por entre la persianilla se fue consumiendo junto con la puesta de sol y la botella de alcohol. Apagó el ventilador y la radio, cogió el sombrero, la gabardina, las llaves del cajón y se guardó la vieja pistola en los pantalones. Salió y todo quedó en silencio.

-Agente Walls.

-Detective.

-¡Pero mira quién ha salido de su agujero!.

-No me jodas, Marini, o te joderé. ¿Qué infiernos ha ocurrido aqui?.

-Adivina, alguien ha matado a alguien. Por cierto, ¿cómo te has enterado, detective? ¿Acaso pinchas nuestra radio?.

-Solo pasaba por aqui.

-Claaro, J.P. Bone pasaba por aqui precisamente justo despues de que se cometiera un horrible crimen.

-¿Puedes dejar de tocarme las pelotas y explicarme que ha sucedido?. En realidad... tengo una cita, solo me interesa porque he de pasar a traves de la escena del crimen para llegar allí.

-Bien, veamos como trabaja esa mente prodigiosa que tanto alababa el Diario de sucesos..., ¿Hace cuanto ya, tres años?.
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Re: Relatos Caseros

#7

Mensaje por Darkhuwin » 17 Feb 2022, 18:12

Cuento Oriental
Lobo Nevado era bajo y recio. Sus grises ojos rasgados parecían dos exóticas piedras preciosas bajo la frondosidad de sus negras cejas. El cabello le caía lacio, parcialmente recogido en una coletilla anudada con un amuleto de plata que se balanceaba al son de su movimiento. Una fea cicatriz le recorría el lado derecho de la cara desde la ceja hasta la barbilla, rompiendo el dibujo que los largos bigotes hacían junto a la comisura de su boca. Una prolongada perilla ensortijada le caía casi hasta el pecho, resaltando la prominencia de su ganchuda nariz semipartida.
Vestía grises pieles de lobo, botas, jubón y calzas, atadas con cáñamo y cosidas toscamente con cuerda de seda. La piel de su enorme capa, perteneció al gran Padre Oso: una gigantesca criatura que antaño merodeaba por las altas tierras de Ultimo Umbral, su tierra natal, según dicen los ancianos. Aunque nunca se puede uno fiar de lo que se dice; para saber la verdad es mejor estar en el lugar y en el momento preciso, y aun así, hay cosas que nadie creerá cuando se cuenten y cosas que nunca sucedieron como se cuentan.

Teniendo esto en cuenta, también decían los ancianos que el bastón de obsidiana que llevaba Lobo Nevado, lo había encontrado en las profundidades de Abismo Sombrío. Lo había sacado de allí, tras acabar con los mil Demonios Limón y los Seres Piedra, el enjambre y los duendes traga chi acompañado por un ermitaño solitario de más allá de la montaña Cielo y un cambiaformas pantera de Brumaselva. Y decían que, tras reforjarlo y cargarlo de plegarias e inscripciones mágicas, el ermitaño le ató un espíritu de viento que lo hace aullar cuando golpea a los pobres desgraciados que se enfrentan a su furia.

Lobo Nevado era frío y silencioso, muy serio casi siempre. Los pocos momentos de algarabía, se los otorgaba a las pocas personas que contaban con su confianza, a esos amigos a los que nadie parecía conocer, y que aparecían y desaparecían de cuando en cuando, sin que nadie llegara a cruzar más de dos palabras con ellos: como el viejo monje azul de Santuario o la risueña joven cazadora de Roca Humo, con su poni, su halcón y su arco de hueso de Ñu Real.

Aun así, Lobo nevado era justo, justo y fiero en su justicia. La Villa Del Amanecer le debía su protección y su ecuanimidad con todos los habitantes. Desde que Lobo Nevado vivía en las lomas cercanas a la pequeña ciudad, el mundo había sido tranquilo y a la vez emocionante.

-¡Ey, Cejarrota!. Acércate, ven. – La voz de Caminante era rota y profunda, la de un viejo que había bebido mucho sake y fumado sin mesura. - ¿Qué tal le va al joven Niebla con el maestro Lobo?.

- ¿Y a ti que te importa viejo estúpido?,- sin embargo la de Cejarrota era chillona, amargada. – Hay jóvenes con más posibilidades que ese protegido tuyo para llegar a convertirse en alumnos del maestro Lobo Nevado. – Se rascó la entrepierna y se secó el sudor de la cara con un trapo sucio que le colgaba del cinto.- ¿Crees que porque le has enseñado a cazar moscas con palillos y a que sea tu esclavo va a ser mejor que los otros?.

-No sabes de lo que hablas, Cejarrota. - comenzó a decir el viejo con la mirada perdida - Te recuerdo que cuando yo era joven...

-¡Ja!. Viejo fantasma, a mí no me la das. Tú nunca fuiste un guerrero, ni un monje, ni nadie de provecho. Sigues viviendo del cuento mientras que otros trabajamos desde el amanecer en las plantaciones de arroz para que tu te lo bebas. Viejo borracho... –

Cejarrota tenía una sola ceja que le cubría los dos ojos, separada por una cicatriz descentrada hacia la derecha. Y cuando sermoneaba a los demás, cosa que sucedía muy a menudo, se desgañitaba y se ponía más feo de lo que ya de por sí era. Estos últimos días, al volver de los campos, el enjuto cascarrabias se paseaba por los alrededores de la casa de Lobo Nevado, arriba junto al Pico de la Ventisca, para intentar averiguar cuál de los jóvenes aspirantes se convertiría en el primer aprendiz del héroe local. Nunca decía lo que había visto, y se hacía el interesante con Malamano y Veletas. Pero en realidad, en los tres meses que duraron las pruebas, nunca llegó a saber qué era lo que sucedía en la finca de Lobo Nevado. Los chicos corrían de acá para allá algunas veces y otras permanecían sentados en silencio y en circulo durante horas. Pero no parecían luchar ni competir de alguna forma en la que Cejarrota pudiese elucubrar nada.

Los chicos provenían de casi todas las familias de la Villa, de entre los más pudientes y de los más hambrientos. Incluso, chicos de los pueblos cercanos, habían sido enviados por sus familias para buscar fortuna. Nadie quería perder la oportunidad de que su sucesor en la familia aprendiese los caminos del Budo que Lobo Nevado podía enseñarles. Y en consecuencia, consiguiese la fama y la fortuna que todos atribuían a los campeones y aventureros del Imperio.

-¡¡Silencio!!- tronó la voz del fornido maestro. Una risita histérica brotó entre los dientes de Rataciega. Antes de que pudiese llegar a taparse la boca con la mano, notó un fuerte impacto en la cara y se dio cuenta de que estaba girando en el aire sin control. El joven hijo de labriego, aterrizó sobre el suelo de tierra con el pecho por delante. Su juventud, evitó que se rompiese ningún hueso, pero perdió dos dientes de los que ya no vuelven a salir y la visión de su propia sangre lo hizo desmayarse. – ¡Esto no es ningún juego!. Ya no sois niños. ¿Quién más de entre vosotros reconoce su culpa?.- Golpeó el suelo con el mismo bastón de madera vieja con el que acababa de castigar al muchacho.- ¿Rubio?, ¿Soplador?, ¿Lamepiedras quizás?.- Se paseaba por entre los chicos con la barbilla alta y mirándolos por encima del hombro.- Vuestros padres os ofrecen esta oportunidad para cambiar vuestras vidas, para aprender del Tao, acercaros a la verdad del mundo, aunque sea durante el tiempo en que decido quién será mi aprendiz. Y vosotros solo queréis seguir siendo niños.- El silencio entre sus palabras dolía casi más que las mismas palabras. Niebla yacía acurrucado en un rincón, temblando de frío y mojado, cubierto desde la cabeza a los pies con la harina de la despensa. Le dolía todo el cuerpo tras la paliza que le habían dado los chicos. Pero no dijo nada y Lobo Nevado sabía que el orgullo le impediría hablar.

- No habla con los demás, se cree mejor que nadie y parece un viejo aunque sea un chico, él no tiene derecho a competir por ser alumno del gran Lobo Nevado.- El que habló era el joven heredero de la familia del alto funcionario del pueblo, Zorrogris. Era alto, moreno y confiado, casi parecía valiente. Pero miraba a su alrededor como buscando la aprobación e los otros.

Desde el otro lado de la pequeña cabaña que servía de almacén, el rostro severo del maestro le miró fijamente.
- No esperaba que te atrevieras, insolente mocoso. Esto impedirá que acabe contigo y le diga a tu padre que te caíste por las escaleras. ¿Reconoces que fuiste tú el instigador de esto?.- Su mirada era la de un cazador viejo.

- Es él quien provoca a los demás con su silencio y su desdén. Él es el raro. Yo solo protegía a los otros de ese engendro loco.- Tembló.
Lobo Nevado miró a Niebla, reparó en que el chico realmente era diferente. Su pelo albo y sus ojos casi rojos le daban un aspecto extraño, entre divino y fantasmal. En realidad, entendía el miedo que los otros sentían hacia el chico, que además, despuntaba claramente por su astucia y perseverancia frente al resto.

- ¡Claro!. Tú sólo defendías a los otros. Por eso eres tú el que merece ser mi aprendiz, ¿cierto?. Lobo Nevado comenzó a aproximarse a Zorrogris mientras hablaba. Sus pasos caían como una sentencia de sus palabras.

- Bien, pues esta será tu primera lección. Dime quiénes te ayudaron a darle la paliza.- Se detuvo justo delante del chico. Era apenas unos centímetros más alto que él. Le miró fijamente a los ojos. Zorrogris sufrió un espasmo y continuó temblando mientras balbuceaba.

- N-nadie me a-ayud-d-ó. – Mintió.

- Ah, ¿no?.- El maestro miró a los demás. – Así que tú solo le diste una paliza al ‘monstruo’. – Niebla se estremeció, no imaginaba a dónde quería llegar. Le dolían la espalda y los muslos y los brazos los tenía entumecidos. Zorrogris no se atrevió a decir nada, solo le miraba como si estuviera esperando a recibir el repentino golpe de su vara.

- De acuerdo entonces. Veamos de qué eres capaz. Ahora, golpéame como le has golpeado a él. – Lobo Nevado dejó la vara a un lado, apoyada en la pared. Se colocó a dos pasos del asustado muchacho con los brazos en jarras y le miró expectante. El chico parecía no dar crédito a lo que oía. Los espasmos nerviosos se hicieron más fuertes pero era incapaz de mover un músculo. Miraba fijamente al maestro esperando su golpe de gracia.-

Adelante, ¡golpéame!. ¿Qué estas esperando?. ¿Es que tienes miedo?.- El volumen y la intensidad de sus palabras iba incrementándose con cada nueva frase. Zorrogris empezó a echarse hacia atrás lentamente cubriéndose la cabeza con las manos como temiendo su sino. Temblaba. De pronto Niebla, empapado en agua harinosa y con la sangre ya coagulada en algunas zonas de su cara saltó hacia donde estaba el maestro. Se abalanzó con un puño apuntando a sus riñones empleando toda su furia y gritando rabiosamente. Cuando aterrizó en el suelo con la espalda se quedó casi sin resuello. Sabía que el maestro había evitado su golpe y lo había utilizado contra él, para proyectarle, sin embargo, sonrió para sí mismo. Del susto, Zorrogris había empapado sus pantalones y los otros chicos se habían ido contra las paredes del almacén. Niebla estaba muy agradecido a sus competidores. Ellos le habían dado muchos puntos de ventaja con aquel intento de quitarle de en medio. Ahora solo faltaba que finalmente, Lobo Nevado no decidiese esperar otra estación para elegir un aprendiz mejor. Creyó entrever un asomo de sonrisa entre los bigotes del rudo montañés. Además, cuando lo ayudó a levantarse, le saludó con una rápida inclinación de cabeza, un gesto que Niebla quiso interpretar como de respeto, algo que nunca hubiese esperado de alguien con semejante renombre.

Días después, todos los chicos se encontraban alineados en el campo de cultivo de Lobo Nevado. No parecía ser momento de plantación y no iban ataviados para ello. Pero ninguno sabía el motivo de aquella extraña reunión. La mañana era fresca y húmeda. Había estado lloviendo durante las últimas dos semanas, anunciando la inminente llegada del Monzón. Niebla era perfectamente consciente de que el puesto era suyo y sus compañeros también. Pero el maestro había decidido alargar la estancia del resto de muchachos sin explicar mucho sus motivos y no había hecho del todo oficial su elección. Aun así, desde lo ocurrido en el almacén, no había dejado de mostrar al muchacho albino como ejemplo a seguir por sus compañeros, lo que hacía morirse de envidia a Zorrogris y los demás.

La Villa del Amanecer había estado revuelta desde hacía dos días. Una extraña noticia había llegado a través de Marino, Longevo y Huraño y su negocio de exportaciones. Longevo, al parecer, había divisado una columna de soldados del Dragón a pocos kilómetros de distancia entre Rivera Verde y la Villa. Y los Exploradores del Imperio, raras veces se internaban tan al oeste del continente, lo que quería decir que algo raro estaba ocurriendo. Pero lo más asombroso era que, como luego explicaría Marino, que al saberlo había enviado un mensaje a través de Huraño a la columna Imperial, tras estos soldados, venía toda una compañía del batallón de Exploradores del Dragón.

Los preparativos para el recibimiento estaban siendo los más importantes desde hacía decenas de años. Sólo Longevo y Caminante recordaban el día en que, el por entonces príncipe Dragón, visitó junto a su madre la Villa del Amanecer, lugar del que provenía un viejo pariente de ella. Pero esta vez no sabían a quién acompañaba la columna. Lo más seguro es que el propio Hojarasca, Capitán General del batallón de los Exploradores o su mujer Roble Blanco, hija del Dragón, estuvieran en algún tipo de viaje o misión para el Imperio. Todos corrían de un lado para otro intentando tenerlo todo a punto para recibir a sus señores. Todo lo ahorrado durante años, comida, bebida, tejidos, cerámica, artesanías, etcétera, era reunido y preparado para su ofrenda al Dragón. Las posadas más ricas de la Villa se ponían de punta en blanco, las mujeres se vestían de Domingo y peinaban a sus niños. Los hombres se echaban cubos de agua encima para no apestar como de costumbre y como el sake se reservaba para la gran fiesta de bienvenida, tenían que conformarse con algo de cerveza aguada pareciendo más lúcidos de lo que lo habían estado en años.

Y finalmente, la columna llegó. Primero los soldados de la vanguardia, que aprovecharon para excederse un poco con lo que habían preparado para sus señores, antes de que éstos decidieran racionarlo a su manera. Coraza, el sargento que los acompañaba, no parecía tener muchos escrúpulos, y antes de que nadie pudiera discutirle nada, decidió llevarse a la hija del posadero de La Lluvia del Oeste a un reservado con dos botellas de sake para él sólo. Bajo tal ejemplo, sus hombres comenzaron a excederse también en sus funciones de agasajados. Aquella tarde, varias de las jóvenes doncellas de la Villa que se habían estado reservando para su imaginario hombre de Rivera Verde o Valle Alto, dejaron escapar su virtud y no por gusto, eso seguro. Los soldados de la vanguardia parecían ser los peor educados y los más burdos del ejercito del Dragón. O eso, o las historias que contaban los viejos estaban realmente equivocadas.

Con la puesta de sol llegó el resto del ejercito. Una larga fila de hombres duros y curtidos, armados con lanzas emplumadas y con protecciones de cuero viejo marrón sobre prendas verdes de viaje. Algunos de ellos montaban ligeros corceles, rápidos y resistentes escogidos para su mejor maniobrabilidad. Otros llevaban perros atados con correas o halcones son su caperuza atados a guantes de cetrería. Pero lo que más llamó la atención a toda la gente de la villa fue el grupo central. Una veintena de soldados armados hasta los dientes, sobre corceles de guerra, escoltaban a cuatro enigmáticas figuras que quedaban ocultas a los ojos curiosos de los villanos tras las cortinas de un palanquín. Manzanas, Lirio y pecas, tres mozalbetes que no tenían edad ni para beber sake, se deslizaron entre piernas de soldados y patas de monturas para otear. Los soldados que hacían de guardaespaldas parecían vestir distintos colores que el resto de la columna. El rojo sangre predominaba en sus ropajes y capas de viaje. Además lucían piezas de metal y hueso en sus armaduras lo que los hacía, junto con los temibles cascos con plumón que cubrían casi la totalidad del rostro, una visión aterradora para los niños. Aun así, los tres pequeños lograron abrirse camino entre aquel peligroso contingente.

-Mira Pecas, hay una mujer en el palanquín.

-Cómo puedes verlo?- dijo Pecas- Yo solo veo las cortinas que cubren el interior.

-¿Pero no ves la sombra del pelo?. – su aflautada voz reflejaba la emoción por la novedad de la situación.- Lirio se agitó a su espalda.

-¡Yo no veo nada con esos cabezones que tenéis! – Sorbió por la nariz y se pasó la sucia manga por la cara. – ¿Me dejáis un hueco o que?.

-Creo que se detienen. ¡Ey, le van a preguntar a Cejarrota!

- ¡Jajaja!. La carcajada de Pecas se impuso al revuelo general.- Pues harían mejor preguntándole al burro que le acompaña, seguro que les daba mas información.

-¿Pero me dejáis ver o no?, ¡cabestros!.

Un alto varón de pelo anaranjado descendía del palanquín. Su altivo porte lo distinguía como alguien noble y refinado. Llevaba el cabello largo sujeto en una coleta y espesa barba también anaranjada. Sus ropas hacían juego con el carmesí de los guardias emplumados, aunque él lucía una sobrevesta negra con una cabeza de león como emblema. Intercambió algunas palabras con el aldeano y tras mirar pensativo hacia las colinas, asintió y volvió al palanquín rugiendo una orden a la columna.

Lirio, que acababa de conseguir hacerse un hueco entre sus compañeros, dijo: -Mirad, se ha asomado un chico. ¿Le habéis visto?.-
-No inventes cosas Lirio, mamá te ha dicho que dejes ya de mentir y sorber por la nariz. –Manzanas era el hermano mayor de Lirio y nunca daba crédito a lo que Lirio decía, por eso Lirio, para él, siempre mentía. Debido a una serie de extrañas casualidades, ya ni su madre le creía. Lirio había terminado por no distinguir mucho la verdad de la mentira. Pero en el momento en el que todo el mundo se fijó en el hombre de noble cuna, un muchacho había asomado la cabeza, con semblante aburrido, entre aquellas intrigantes cortinas.

-Pero es verdad.- Sorbió por la nariz de nuevo. Manzanas y Pecas se miraron, soltaron una carcajada. Manzanas escupió:

–Se lo voy a decir a mamá y te va a castigar sin poder salir a ver a los señores esta noche al salón del alto funcionario.

El ejercito se instaló esa noche en la Villa del Amanecer y todos los funcionarios que había en la Vieja ciudad, estuvieron organizando el alojamiento y distribuyendo la comida y las ofrendas. La reunión principal se dio en casa del alto funcionario: Zorro Plateado, padre de Zorrogris. Y de lo que allí se habló, poco se supo en la villa, pues nadie pudo entrar a los salones una vez los señores y sus guardaespaldas flanquearon sus puertas. El comentario que, sin embargo, si pudo extenderse entre los curiosos y los entendidos, fue que, más de un hijo del Dragón, de entre los más mayores y los más pequeños, se encontraba en la comitiva. El del pelo naranja, había sido reconocido por Búho Dócil como el primogénito del Dragón: León Dorado. El Capitán del batallón, era el hombre conocido como Garza. El tipo al que se le atribuían más redaños de todo el ejercito del dragón. Se decía de él que no le temía a ninguno de los enemigos del Imperio, ni siquiera a Sombrío. Garza se ocupó de la distribución de sus hombres y dejó a todo el mundo boquiabierto cuando dispuso sus tropas para la defensa de la Villa el Amanecer. Uno de los pelotones, comenzó a construir puestos de vigía y pequeñas atalayas en torno a la ciudad y se formaron grupos de reconocimiento y guardia con distintos turnos esa noche.

A la mañana siguiente una comitiva acompañó al palanquín hacia el Pico de la Ventisca. A la cabeza, Garza encabezaba la columna en la que iban algunos de sus hombres y toda la guardia emplumada. Cejarrota había corrido a avisar a Lobo Nevado la noche anterior

Luna era bajita, menuda y muy bella. Su rostro resplandecía como el astro de su mismo nombre. Tenía una cara redonda y blanca con pequitas esparcidas sin orden alguno. Llevaba el azul pelo corto como un chico, lo que hacía que a cierta distancia se la confundiera con un muchacho, pero sus rojos labios y sus grandes ojos aguamarina, flanqueados por larguísimas pestañas, lo desmentían en cuanto podía vérsela de cerca. No obstante, solía llevar un pañuelo color terroso cubriéndole la boca y la respingona nariz, y una capa de viaje moteada con capucha, porque le gustaba pasar inadvertida allá donde iba. Siempre iba acompañada por Recio, su joven poni trotamontes y por Plumagris, un halcón perdiguero entrenado para llevar mensajes y explorar.

Luna se dedicaba a la caza, a pescar y en general a sobrevivir en las condiciones naturales primarias allí donde fuera: desiertos, montañas nevadas, selvas, bosques... no era amiga de las aglomeraciones de gente y por lo general se mantenía, todo lo que podía, al margen de la civilización. Se decía de ella que tenía parientes cambiaformas o animales que la habían entrenado y educado. Que podía hablar con sus bestias e incluso fusionarse con sus sentidos. Luna amaba la naturaleza y sabía que el bien y el mal eran relativos y que el equilibrio era lo fundamental para la vida y la supervivencia de las especies. Le gustaba la soledad, pero disfrutaba con sus amigos y era divertida y risueña cuando se sentía 'en casa'.

Pequeño Dragón era el hijo menor del Dragón. El Dragón gobernaba sobre todas las ciudades Río que rodeaban la península oriental del mundo. El Dragón era viejo y sabio y administraba su imperio con justicia y mesura. Su hermano, Tigre Furioso, era el general de los ejércitos que mantenían el imperio de las ciudades río a salvo de los salvajes de Valle Hediondo y los piratas Índigos. Sus maestros de Artes marciales, que se hallaban entre los mejores del mundo conocido, y sus sabios y viejos monjes, ayudaban a los distintos batallones a enfrentarse a los hechiceros, los demonios y las brujas del Valle. Bajo la marcial y firme mano de Tigre Furioso, y el espiritu del Dragón, los soldados del imperio luchaban también contra las ciudades estado del Norte, que amenazaban con unirse, de cuando en cuando, y conseguir el poder suficiente para arrasar el imperio de las ciudades río. Cientejados, La Madriguera, Ciudad Muro y Sagrado, se mantenían a sí mismas con el comercio y la piratería, con mercenarios, ronin y clanes renegados de ninja. Tenían espías, vendedores de deseos, timadores, liantes y envenenadores, en vez de sabios y estrategas. Pero esto no les destruía, sino que les daba fuerza para resistir los envites del Dragón.

Pequeño Dragón era el menor de 5 hermanos: León Dorado, Roble blanco, Nube Alada y Diamante. León era un hombre ya de 37 inviernos, grande y fuerte, capitán de una compañía del batallón Jade. Conocía el camino del guerrero, era experto en el uso de la espada y maestro en lucha y defensa personal. Era un fiero guerrero, pero su furia se extendía a amigos y enemigos por igual. Sus amantes desaparecían en circunstancias extrañas, sus subordinados, tropezaban con demasiada frecuencia y muchos eran conminados a acabar con su vida por fallarle. Incluso Tigre Furioso recelaba de su sabiduría como líder, pero el Dragón aguardaba esperanzado a que su hijo curara en su locura.

Roble blanco era una fina mujer taimada y paciente que había contraído matrimonio con el segundo general del imperio, Hojarasca. Roble Blanco era la única que podía calmar a León Dorado, que además servía en el batallón de Hojarasca, de modo que ella siempre pudiese acceder a él en los momentos difíciles. Era distante y callada, pero en sus sueños, se dice que era capaz de ver mucho más allá del palacio imperial y comunicarse a través del sonido de los árboles con su marido. Hojarasca lideraba a los exploradores del imperio, los más duros y recios de entre los hombres de las montañas y los bosques eran alistados y entrenados a cambio de buenas pagas para la defensa de los territorios más agrestes.

Nube Alada, era la menor de las hermanas, a sus 22 primaveras, ya era viuda por culpa, dicen los ancianos, de un espíritu araña de las profundidades de Pozoscuro. Ella fue raptada de los brazos de su esposo, por una cohorte de hostigadores arácnidos. Y el propio Dragón y su hermano Tigre Furioso, acompañados por sus mejores hombres entraron a Pozoscuro a rescatarla de la muerte.
Muchos murieron en aquella empresa titánica y entre ellos su esposo. Solo la aparición de la legendaria Ópalo de fuego, evitó el desastre total.

Diamante conquistó el corazón de Ópalo de fuego con solo 21 otoños a sus espaldas. Nadie sabía la edad de Ópalo de fuego, pero aparentaba no llegar a la treintena. No obstante, algunos aseguraban que siempre había estado ahí, que era inmortal. Sus ojos grandes y curiosos observaban el mundo desde la cima del monte Diente del Sol. Su cuerpo era esbelto y atlético, su piel blanca resaltaba el rojo de su pelo y sus labios, que refulgían cual fuego del infierno. La pasión era su mayor virtud y a la vez su eterna condena. Se decía que todos sus amantes morían consumidos por su fuego o rápidamente se apartaban para no quemarse con su ardor. Amaba más fuerte que nadie en el mundo, pero su odio y su ira, eran proporcionales a su amor. Ópalo de fuego sentía el dolor y el sufrimiento de los otros y casi siempre era capaz de leer la mentira en los ojos de los hombres. Su control del cuerpo la permitía combatir con sus manos y pies como si portase armas de metal indestructible, que junto con su fiereza, extendían el terror y el desánimo entre los desgraciados que se habían atrevido a incurrir en su ira. Los viejos decían que Ópalo de Fuego era un espíritu enviado al mundo para acabar con su mal de raíz... la humanidad, y que algún día bajaría de la montaña para provocar un gran holocausto que haría que todos pagásemos por nuestra maldad.

Diamante era inmune al fuego abrasador de su amante. Bueno, podría decirse que era capaz de soportarlo sin ser destruido, pero no escapaba a la maldición de O de F. Diamante era un chico delgado de pelo negro largo que vagaba por las ciudades río eludiendo su responsabilidad para con el imperio de su padre. Amante de la aventura, viajaba de un país a otro buscando su verdadera vocación. Aprendió de todos los maestros y de muchas profesiones. Sabía un poco de todo y mucho de nada y le gustaba aconsejar y meterse en los problemas de todo el mundo, con buen y mal resultado. Filósofo, escritor, poeta y actor, conocía también los entresijos de una extraña ciencia de codificación secreta, con la que se ganaba unas monedas de vez en cuando. Aunque no servían al ejercito del Dragón, Diamante y Ópalo de Fuego, combatían siempre que podían a las hordas de piratas, los demonios, ninjas, ronin y demás enemigos de su padre.

Diamante utilizaba una espada forjada con un cuerno de dragón auténtico que le había regalado su tío Tigre Furioso y había aprendido de Ópalo de Fuego la técnica del control corporal que la hacía a ella indestructible.

Ópalo de Fuego vestía una armadura hecha con las escamas de la Serpiente Abisal, a la que mató la noche en que la malvada criatura, había asolado y destruido un pueblo junto a Brumaselva, ayudada por sus sirvientes los hombres serpiente. Era de confección fina y austera, pero de tonos que iban cambiando entre el verde y el azul según la luz se reflejaba con mayor o menor intensidad. Llevaba una corona de coral con puntas y un amuleto negro en forma de ankh le pendía del fino y largo cuello.

Diamante iba con el torso descubierto. Un tatuaje de dragones le envolvía toda la parte izquierda del tronco, desde el cuello a la punta del dedo corazón, como a todos sus hermanos varones. Unos finos pantalones de seda, sandalias de viaje, un saco y un cinto blancos, era todo su equipaje. Aunque a veces se cubría con una mágica capa que su amante le había conseguido en alguno de sus viajes secretos.

Sombrío, era el líder Ninja del clan de La Llama, además de Jefe de todos los clanes. Tenía quemado todo el lado derecho del cuerpo y no le gustaba enseñarlo. Nadie osaba mirarle a los ojos, pues sabían que nadie que lo hubiese hecho vivía para contarlo.
Tenía 3 guardaespaldas: los tres maestros del gremio de la muerte. Cobra, un hombre serpiente que había matado a más de 1000 hombres. Alacrán, la mujer araña mas temida de toda la región desolada y Oso Grizzly, quizás el hombre más grande del mundo, con 2 metros 35 de altura y 140 kilos de peso y un apetito de sangre tan voraz como su tamaño.

Áspid competía con la Viuda Negra por liderar el famoso clan del Loto. El clan Ninja del Loto era el más extendido por las ciudades-estado y se vendía a los tribunos de éstas, para sus guerras con el Dragón o con las otras ciudades. Áspid era capaz de desvanecerse frente a los ojos de sus victimas y había aprendido un conocimiento superior de los venenos de su maestra Cobra. Viuda Negra era un demonio exiliado que servía a Alacrán y odiaba a Áspid por haberle robado un antiguo amuleto de los mil infiernos.

Del extraño clan Ninja del Ojo solo se conocían leyendas, ya que según los ancianos, operaba en las tierras de la muerte, más allá de los confines del mundo, donde ni siquiera a Sombrío le gustaba ir.

Por último, estaba el clan de la Crisálida, formado por los mejores espías e intrigantes del mundo. Era liderado por otro lugarteniente de Sombrío, Camaleón, que siempre iba acompañado por Milojos, su guía espiritual y antiguo maestro. No se sabía nada más de este clan por razones obvias.

Una vez, el Dragón quiso otorgar el honor a Lobo Nevado, por su fama y honor como defensor solitario, de liderar el batallón luminoso. Lobo Nevado declinó tal honor incurriendo en la ira del León Dorado, que viendo esto como un agravio hacia su padre, ofreció una recompensa al hombre que le trajera la cabeza de Lobo Nevado. Dicen los ancianos que todos los días de ese año León Dorado recibía la cabeza de un cazarrecompensas a la hora de cenar. Pequeño Dragón no quería ser como su hermano mayor, quería ser como Lobo Nevado.
"El Espíritu libertario será el principio fundamental de la secta. Todos los Sabbat tienen derecho a esperar y reclamar libertad de sus líderes." Código de Milán. artículo XI.

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Darkhuwin
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Re: Relatos Caseros

#8

Mensaje por Darkhuwin » 17 Feb 2022, 18:27

Müh
Los efluvios de vapor se elevaban acuciantes entre los osarios. Montones de huesos descarnados hacían del desolado paisaje un decorado espeluznante que acompañaba en todo momento al joven Bac en su viaje a la cima. Toda su anterior vida pasaba ante sus ojos y sin embargo, nada parecía tener sentido, su pasado en las calles de Hasrmeen, robando y malviviendo y sus anteriores años junto a su madre en la granja. El recuerdo de su padre, asesinado cuando todavía era demasiado pequeño para entenderlo.

La cuesta se hacía más pronunciada según se iban acercando al cenit. Una torre algo derruida despuntaba en la lejanía sobre inquietantes peldaños excavados en la roca. Doce pares de pies caminaban junto al muchacho. Todos hambrientos y sedientos, todos sin familia, todos sacados de los calabozos, seguramente para trabajar en labores poco agradables, les habían dicho. Iban avanzando pesadamente descalzos y encadenados unos a otros, sin ninguna esperanza. El muchacho llamado Bac, huesudo y mal oliente, de estatura media, escondía bajo una mata de pelo rubio y despeinado, unos enormes y despiertos ojos azules. Unos ojos que no tardarían en conocer el verdadero horror que existía en el mundo. Bac era poco corpulento comparado con otros chicos de su edad, pero sabía, por las peleas y correrías que le habían acompañado los últimos años, que su habilidad y astucia hacían de él un joven especial. Tal vez ese fuera el motivo por el cuál aquellos extraños monjes lo habían rescatado de la mazmorra y habían pagado al alguacil para comprar sus servicios. Pero aquello no le encajaba del todo, el alguacil ya les explicó a los monjes que Bac había trabajado en un par de tabernas como mozo y que siempre había terminado mal. Siempre acababa robando comida o jugueteando con las hijas del posadero en cuestión. Bac era problemático, eso nadie lo podía negar, ni siquiera su madre cuando lo dejó ir con aquel mercader pudo ocultárselo; el chico recordaba aquel momento con una tristeza indescriptible: “Salve a mi hijo, por favor. Dele un trabajo, enséñele cómo ganarse la vida y ser un hombre de bien”. Ahora Bac odiaba a su madre por lo que hizo, odiaba al mundo por ser un sitio inhóspito donde nadie estaba dispuesto a aceptarle. No aceptaba la ayuda ni los consejos de nadie.

Continuaron la ascensión durante horas y aquella minúscula roca en el horizonte se fue convirtiendo, poco a poco, en un templo de dimensiones sobrecogedoras que se aferraba a la montaña a través de las numerosas escaleras que la rodeaban imitando tentáculos. El calor pese a la altura, agobiaba a los jóvenes y los hacía sudar. Eso, sumado al polvo y la mugre que habían acumulado en su viaje desde la ciudad y al olor penetrante a azufre, hacía que algunos de ellos se mareasen y vomitaran. Los monjes encapuchados los azuzaban continuamente y no dudaban en golpear con sus varas de hueso al que se rezagaba. A Bac le intrigaba la actitud de esos monjes encapuchados, pero débil y aturdido como estaba, no podía más que asegurarse mirar al suelo y colocar un pie delante del otro.

Una pegajosa y cálida brisa, ascendía hacia las alturas desde los cortados. Parecía como si la niebla tornase verdosa la marina savia que rompía contra las rocas allá abajo. Un cielo grisáceo y en continuo revuelo enmarcaba el horrendo paisaje que ahora se cernía sobre aquellos jóvenes desdichados, un augurio sin duda macabro, que se culminó con la aparición de una bandada de cuervos girando en el oscuro horizonte. Bac levantó la vista y se detuvo a contemplar la titánica estructura pero el golpe de la vara de uno de los monjes lo convenció de que debía seguir adelante. Un cuerno en las alturas debía estar anunciando su llegada. Pronto descubrirían qué trabajo desempeñarían en aquel templo.

Se les dieron hábitos de monje parecidos a los que habían portado sus acompañantes durante el viaje y se les alimentó someramente. Pero para estos pícaros desarrapados, la comida fue lo mejor que habían probado en mucho tiempo. Todo era muy impersonal, nadie hablaba más que lo justo: “ponte esto”, “come”, “aquí dormirás tu”. No respondían a las preguntas, pero de entre ellos, pocos preguntaban. Estaban demasiado cansados. Les dejaron dormir unas horas en las estancias exteriores y más tarde les condujeron al interior del templo. Bajaron innumerables escalinatas y tras recorrer muchos pasillos angostos y pobremente iluminados, accedieron a la sala que en su futuro más cercano aprenderían a temer y respetar, y a la que conocerían con el nombre de Sala del dios Müh.

La arquitectura del lugar era increíble. Bac no tenía ni idea de que se pudiesen construir cosas así, pero Bac no tenía ni idea de casi nada y no podía apreciar la grandiosidad de aquel lugar. Su mundo se había reducido exclusivamente a las calles de una ciudad portuaria plagada de mercaderes, piratas y maleantes. Lo más complejo que había conocido en cuanto a construcciones eran las villas de los nobles que asomaban por encima de las murallas que separaban el barrio portuario de la opulenta ciudad nueva. En consecuencia, no podía apreciar la exquisita decoración de oro y joyas de todo tipo que contrastaba con el lúgubre y pobre aspecto exterior del templo, las impresionantes pieles escamadas, los tapices de cientos de años de antigüedad y los frescos que mostraba la roca virgen al fondo, rodeando los altares principales. Canaletas de agua surgían de algunas paredes distribuyéndose hacia otros puntos con algún sentido que el muchacho no llegaba a entender, y en el centro, había colocado un pequeño pozo que manaba burbujeante con un fluido parecido a metal o roca incandescente.

En cambio, lo más espeluznante que Bac habría podido nunca siquiera imaginar, lo que realmente cambiaría su vida para siempre, estaba justo frente a sus ojos: un foco de luz oscura iridiscente y cambiante se mantenía a flote sobre el manantial de lava, como una fuerza invisible y poderosa que podía sentir observándole y penetrando en su conciencia. Rápidamente desvío la vista hacia otro lado con el corazón desbocado. Pero no podía sino sentir el salvaje escrutinio al que estaba siendo sometido, su mente viajaba sin cesar atrás y adelante en su memoria, pero sin él. Sintió como si todo se volviese del revés y la oscuridad de su mente se abrió de pronto a un cenit de fulminante caos que al cabo de unos instantes, desapareció abandonándolo finalmente a la sencilla y calma realidad. O eso creía él. Miró a su alrededor, intentando averiguar si alguien más había sentido aquello. Allí había muchos más jóvenes como ellos, con los hábitos. Algunos ni se miraban, pero otros parecía que se midiesen con los ojos. Uno destacó a ojos de Bac. Algo mayor que él, de pelo largo rojo, recogido en una alta coleta y ojos centelleantes. Parecía cómodo en aquel lugar. Su sonrisa sarcástica y su manera de comentar por lo bajo mientras observaba a los recién llegados, le demostraron que era alguien peligroso. La experiencia en los callejones le había enseñado a distinguir las personalidades que había que tener en cuenta si uno quería sobrevivir. Por ello intentó no mirarle a los ojos y desviándose a un lado, pasar inadvertido. La comida y las horas de sueño le habían devuelto el instinto que le faltara durante la ascensión.

Poco después, un hombre sin hábito apareció cruzando una de las entradas que daban a la gran sala. Llevaba la cabeza afeitada y el torso desnudo. Una falda azabache semiabierta, adornada de doradas escamas y sujeta por un brillante cinturón, conformaban toda su indumentaria. Pero el pecho y los brazos los llevaba repletos de tatuajes representando algún tipo de escena ritual. Sus ojos parecían escudriñar más allá de este mundo. Se subió a uno de los altares, extendió los brazos y gritó:

- ¡Oración!.

De pronto, todos los jóvenes se callaron y se sentaron en el frío suelo de roca. Bac y los otros nuevos se miraron durante unos instantes desorientados, no obstante, enseguida entendieron que lo mejor sería imitar al resto. Fijándose en el más cercano, Bac pudo ver que estaba con los ojos cerrados y moviendo los labios, pero su voz se perdía en un tímido susurro casi inaudible. Cerró los ojos y esperó. El susurro se convirtió en murmullo, el murmullo en conversación y pronto la oscura y embelesadora letanía, comenzó a surgir de todos los congregados como una sola voz. Incluso Bac se sorprendió al escuchar su propia voz sumada a la de los otros y de cómo era capaz de recitar aquellas extrañas palabras sin entender su significado. Fue entonces cuando entendió que aquello que había penetrado en su conciencia cuando llegó a la gran sala, seguía allí, dentro de él, escuchando, observando y en ese momento, dirigiendo, dominando su voluntad, con una fuerza y un poder al que no podía enfrentarse. Sintió terror. Sin embargo, la melodía y el ritmo de aquel cántico, iban apaciguando su miedo interior. Iban incluso reconfortándole , infundiéndole confianza, más de la que nunca hubiera tenido.

Despertó en su camastro de roca cubierto de fina paja. Por un momento no era capaz de saber dónde se encontraba, pero al echar un vistazo alrededor y ver a los otros muchachos durmiendo cerca de él, vestidos con los hábitos, empezó a recuperar la memoria. Entendió que había perdido la noción del tiempo y la consciencia durante aquel extraño ritual. Pero no era capaz de recordar por qué había tenido miedo, aunque si rememoraba la sensación cómo algo esencial de su experiencia en aquel templo. Había algo neblinoso en sus recuerdos, algo que no le terminaba de gustar. Uno de los jóvenes que había ascendido con él, quién sabe hace cuanto tiempo, pues los días en aquel lugar transcurrían a un ritmo anormal, lo estaba mirando desde un rincón de la sala y le dijo en voz baja:

- ¿Sabes qué es este lugar?. – Por su mirada parecía que él mismo le revelaría la respuesta, por lo que Bac no contestó, limitándose a estudiar a su interlocutor. Respiraba de forma rápida y entrecortada, como si el miedo lo dominase por completo.

- Maldita sea, los ancianos de Ang-kor, mi ciudad natal, hablaban de estos templos. - Miraba a todos lados mientras escupía las palabras. – Son templos del mal más absoluto. Aquí se adora a los dioses de la muerte, la destrucción, las plagas y el odio. - Tragó saliva, como si la sequedad de su boca no le dejase continuar, parecía verdaderamente aterrado. – ¡Moriremos aquí!. O algo mucho peor... nos convertiremos, nos convertiremos al mal. Ahg, ... cof. -

Una horrible tos se apoderó del muchacho, que se sujetaba el pecho con fuerza y empezó a convulsionar. Otros despertaron, algunos para apartarse acobardados, otros para intentar ayudarlo. Bac lo observo desde su cama, no se movió. Se limitó a darse la vuelta, contra fría pared de roca mientras escuchaba los últimos estertores de la muerte de aquel muchacho. Algo en su interior le decía que la selección había empezado. Que aquel chico no era digno del futuro que se le ofrecía.
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Re: Relatos Caseros

#9

Mensaje por Darkhuwin » 17 Feb 2022, 18:46

El Valle de los Riscos.
La noche era muy larga en esta época del año y Lone se mantenía alerta durante horas con su pequeña pistola abrazada en su pecho. El frescor que rozaba su rostro le hacía tiritar de vez en cuando, pero lo mantenía despierto. Mientras hacía las guardias nocturnas siempre recordaba a su padre, Marcus, hablándole con voz reconfortante y amigable. La imagen que tenía en su mente ya comenzaba a ser difusa. Desapareció hacía dos años, cuando Lone tenía ocho, y al cabo de los meses lo dieron por muerto. No era de extrañar, pues el mundo era cruel e injusto con todas las familias habitantes del valle. Nadie abandonaba sus inmediaciones a no ser que la necesidad obligase a hacerlo, y en esos casos, solo los más valientes e intrépidos entre los que allí vivían, se embarcaban en la peligrosa empresa.

El padre de Lone dirigió una expedición para buscar lugares donde habitasen otros pueblos, lugares civilizados y establecidos donde quizás la seguridad fuese mayor, o donde los malditos bandidos nómadas no se atrevieran a atacar. Los más intrépidos de entre los jóvenes se unieron a él formando un grupo cuantioso y capaz. Eran la esperanza del pueblo, pero si fracasaban, sus familias quedarían a merced de la muerte. Recordó las últimas palabras que le dijo: - No temas Lone, volveré. Todo saldrá bien, porque os quiero. -
La expedición fue desesperada, y con él desaparecieron la mayoría de los padres de los chicos del valle. Algunos culpaban a Marcus de la muerte de sus padres y esposos, y en más de una ocasión, Lone tuvo que defenderle de las difamaciones de los otros niños.

Lone escuchó la respiración profunda de su hermana a su espalda. Kat, dos años más pequeña que él, dormía siempre acurrucada al lado de su madre. Parecía tener una pesadilla y ésta la abrazó suspirando y arropándola. Lone volvió la vista hacia los riscos. Reconoció la sombra del señor Handle con su fusil de asalto. El señor Handle era uno de los pocos hombres adultos que quedaban en el valle, y se podía decir que, desde la desaparición del padre de Lone, era el jefe y guardian del pueblo. El señor Handle, tenía unos sesenta años y algunos decían que solo tres generaciones lo separaban del fin del mundo antiguo. Además, su familia se había ocupado de preservar con toda dedicación, algunos de los infinitos conocimientos que se habían perdido, según el mismo les explicaba en las seis horas del día que dedicaba a transmitir su saber. Era lo que antes llamaban un profesor, y aportaba todo lo que podía. Aun así, siempre se le notaba la desesperación de saber que algo muy importante se estaba perdiendo, 'no había tiempo, no había medios'.

La mirada del muchacho se perdió en el inmenso mar de estrellas que parpadeaban más alla de los riscos y de la sombra del viejo Handle. Según había aprendido, años atrás, antes del cataclismo, algunos hombres habían podido viajar más allá de las nubes, hacia otros mundos, en naves espaciales. En aquellos días, existían lo que se llamaban científicos que utilizaban materiales especiales y algo llamado combustible para hacer que máquinas muy sofisticadas se movieran solas e incluso volaran. Handle decía que algunos de esos científicos debían haber guardado sus conocimientos e incluso sus materiales en algún refugio que se mantuviera intacto, no se podía haber perdido todo. El problema era salir de la seguridad del valle. Más allá de los riscos, los bandidos y monstruos que el fin del mundo había producido, impedían la comunicación.

Según los cálculos del profesor, su éxodo hacia el sur, lejos del calor infernal de la radiación, les habría llevado a la zona que antes llamaban mar antártico y no muy lejos tendría que encontrarse la Antártida, lugar al que la comunidad de gentes pretendía llegar antes de los ataques de los bandidos, antes de la disolución de las caravanas. En aquellos tiempos quizás algunos habrían llegado a su destino, otros muchos habrían muerto y los peores, se habrían unido a las hordas de pillaje de los bandidos como los que seguían asaltando las caravanas y sobrevivían a costa de los refugios y ciudadelas. Una de las posibilidades era que los bandidos hubiesen llegado al continente y ahora nada estuviese a salvo excepto el valle, pero nadie quería pensar que eso fuera posible.

El valle de los riscos, como llamaban al lugar donde ellos se escondían, era la mejor protección contra estas bandas que se podía encontrar. Poseía cuevas, caminos de escape y zonas de vigilancia elevadas y protegidas. Además los riscos se alzaban de forma que no permitían ver el circo que se formaba en su interior donde se asentaba el poblado, lo que hacía prácticamente invisible a la comunidad. Un pequeño riachuelo se escurría desde el peñón principal y descendía serpenteando entre las bajas casas de madera. Pequeños huertos se extendían a los lados del agua y daban un aspecto saludable a las, por otro lado, desvalidas viviendas. Las familias, sobrevivían en las cuevas en los meses más duros del año, ya que las temperaturas se habían hecho muy extremas. Todos mantenían turnos de guardia día y noche para, en un caso de emergencia, escapar a la seguridad relativa de los pasadizos. Pero la seguridad no duraría siempre, y los jóvenes mayores no superaban los trece años. Estarían desprotegidos durante al menos cinco años y eso era mucho tiempo sin ver aparecer a ningún buitre hambriento.

El horizonte comenzó a clarear y Lone ya no era capaz de mantener los ojos abiertos. Escuchó como su madre se movía y lo arropaba con una manta, se dejó arrastrar hacia el viejo colchón y cayó rápidamente en un profundo sueño.

Despertó a medio día con las voces de su hermana, alborotando y hablando continuamente. Kat era muy lista, pero a Lone le aburría sobremanera; siempre preguntando todo lo que no entendía. Además, era muy caprichosa y nunca se separaba de su muñeco Jojo, al que mimaba como a un hermano más pequeño. Su madre decía que lo del muñeco se debía a que echaba de menos a su padre. La madre de Lone se llamaba Sarah, y era la mujer más guapa que Lone jamás había conocido. Su cabello era como el de Kat, liso y rubio, y muy largo. Sus ojos claros eran de un azul intenso, la gente del valle solía ponerlos de ejemplo para decir a sus hijos que eran como el color del cielo antes de que se volviera rojo, antes del cataclismo. Era una mujer increíble. Trataba a todo el mundo con paciencia y cariño y no le importaba desprenderse de lo poco que tenía para ayudar a quien lo necesitara. Pero además su valor y fortaleza interior la habían erigido como una autoridad en la comunidad. Su determinación hacía que otras madres siguieran su ejemplo y no desesperasen por la pérdida de sus maridos. Solía ayudar al señor Handle a organizar las guardias y al viejo Hill con sus gallinas. Todos en la aldea querían a Sarah, tanto como en el pasado, habían seguido y admirado a su marido. Pero la aventura de Marcus provocó la cólera de algunas familias, que desdeñaban sus locas ideas. Algunos decían: - Si Marcus se hubiera quedado con su esposa, entre los dos habrían levantado el valle. - A ella no le gustaba hablar del tema. Le echaba mucho de menos.

Lone se desperezó poco a poco y fue a desayunar. La infusión de té y cereales le gustaba mucho; más que el huevo cocido que tomaban cuando les tocaba una vez a la semana. Las gallinas del señor Hill solo daban una media de trece huevos por día y eran muchos a repartir. Kat se había manchado y su madre le limpiaba la boca mientras la reñía.
- Debes aprender a no mancharte, Katya, esa no es forma de comer, así lo hacen los animales.
- ¿Y de qué sirve eso mamá? - , preguntó Lone, con una expresión de dolor en sus ojos. - Si el resto de nuestra vida la pasamos encerrados en el valle como las gallinas del señor Hill. -
Sarah lo miró compasiva, y respondió pacientemente: - Lo que nos hace diferentes de los animales es nuestra capacidad para amar, Lone, no nuestra forma de sobrevivir -.
- ¡Eso lo decía papá y se fue y nos dejó aquí!, solo son tonterías, ¡somos como las gallinas y moriremos aquí como gallinas!.- Lone apartó el cuenco con rabia y su hermana empezó a lloriquear. Sarah intentó calmarla y miró a su hijo furiosa. - ¿Crees que a mi no me duele que se fuera?. ¿¡Crees que yo no le quería!?. ¿Piensas que yo he elegido esta vida para vosotros?. - Cuando decía esto último se le quebró la voz y ella también lloró. Pero rápidamente intentó reponerse y secándose las lágrimas dijo: - No Lone, no es culpa de papá, ni de nadie. Pero este es el mundo en que nos ha tocado vivir, y no seremos bestias salvajes.-

Varias horas después Lone estaba callado, pensativo, sobre las rocas de los riscos. El cielo mantenía un tono purpúreo. Las pocas nubes repartidas por la bóveda, se arremolinaban al rededor de la ardiente bola de fuego. El calor era acuciante, el suelo parecía ondularse y ascender hacia el cielo. Más allá de los riscos, las yermas tierras que se extendían, provocaban en el que las observaba una tremenda desolación. Casi no existía vida en cientos de kilómetros a la redonda y Lone buscaba a un lado y a otro intentando encontrar una hilera de hombres, un grupo de búsqueda liderado por su padre, que volvía triunfante saludando con el brazo. Estuvo más de una hora oteando las llanuras de allí abajo. De repente, creyó entrever un reflejo en la distancia, un destello producido por la luz solar. Se acercó al borde para poder mirar con mayor perspectiva y observó intranquilo lo que parecía alguien que se acercaba. No era del valle; quienquiera que fuese producía una polvareda demasiado llamativa, sin ningún cuidado por ocultar su movimiento. Lone, excitado pensó durante unos instantes y corrió hacia el observatorio del señor Handle. El hombre estaba dormido, con la cantimplora de agua hervida sobre el regazo y la boca medio abierta. Roncaba despacio pero de forma sonora. Lone lo despertó con un zarandeo:

- Profesor Handle, ¡profesor!. Alguien viene, estamos en peligro.
El señor Handle despertó sobresaltado y miró al rededor con ojos desorbitados. - ¡Nos invaden!, ¿dónde?.
- Allí profesor, mire hacia aquellos riscos, ¿no ve la columna de polvo?.
- Ohm, veamos. Cogió un tubo metálico que guardaba en el bolso. Lo colocó sobre un trípode de metal que conservaba de su padre y miró por el tubo. -¿Ves este aparato, Lone?. Es un catalejo. Las lentes curvas que tiene, hacen que las cosas se vean más de cerca, al mirar a través de él.- Lone le miró fascinado. El profesor describió un barrido con el catalejo hasta detenerse cerca de donde le había señalado el chico.
-¡Demonios, intrusos!. Un momento. Llevan un estandarte, y van montados...¿En tigres?. No puede ser, debe ser un espejismo. Mira tú y dime qué ves.

Lone agarró el catalejo y miró. El susto fue tremendo. De repente había visto a varios hombres extrañamente vestidos de azul y montados en unos grandes animales a rayas amarillas y negras. Portaban un espléndido estandarte y avanzaban en fila de a uno hacia el Norte. Lo sorprendente era que parecían estar muy cerca, casi como si pudiera alargar la mano para tocarlos, pero cuando dejaba de mirar a través del aparato, solo podía ver el rastro del polvo que levantaban. - Creo que yo veo lo mismo que usted, ¿son bandidos?.
- Si son bandidos, desde luego no lo parecen, pero no podemos arriesgarnos a llamar la atención. ¡Vaya!, qué problema.- Reflexionó el viejo, mesándose la escasa barba grisácea que le brotaba bajo la barbilla. - Necesitaríamos que alguien contactara con ellos lejos del valle, pero no hay ya nadie que pueda hacerlo. Todos somos demasiado viejos o demasiado jóvenes. -
- ¡Yo puedo ir!. - Dijo rápidamente Lone. En un momento, se imaginaba a sí mismo saludando a los extranjeros y dándoles la bienvenida al valle, entre vítores.
- Ni te lo propongas. Tu madre se moriría si te ocurre algo. Además, tendría que ser yo el que hablara con ellos. - El profesor miraba reflexivamente a algún punto perdido en el suelo.
- Pero usted no puede ir, señor Handle, el pueblo le necesita. - Volvió a replicar Lone.
- Lo sé Lone, lo sé. - Y el profesor volvió a mirar a lo lejos con los ojos entrecerrados, sin utilizar el catalejo. Como si así evitara las ganas de hacerles señales a los viajeros, que podrían haber sido su salvación. Pero finalmente, explicó a Lone la imposibilidad de aquello y lo instó a irse a cenar a casa. La cara del señor Handle parecía más vieja que de costumbre cuando Lone lo dejó mirando las llanuras. Algo lo había sorprendido de veras.

La noche cubrió rápidamente el cielo llenándolo casi por completo de estrellas. Kat hablaba con Jojo de lo mucho que quería a su madre y a Lone mientras éste terminaba de devorar las legumbres que habían recogido de su huertita y su madre había preparado de cena. Se levantó de la mesa y explicó que comenzaría la guardia de ese día en los riscos, con el señor Handle. No había contado a nadie lo que vieron antes del anochecer, pero deseaba charlar con el profesor sobre el tema. Se dirigió al cuarto donde dormían. El colchón cubierto con la sábana blanca, yacía junto a una pequeña cómoda de mimbre. Buscó en un cajón la pistola que su padre le legó al dejarle al cuidado de su hermana. La guardó en el pequeño cinturón de piel que sujetaba sus pantalones y volvió a la sala contigua. Se despidió de su madre con un beso y salió hacia los riscos.

Durante el ascenso se cruzó con Jurgen. El chico, un año mayor que él, andaba husmeando por allí. Su padre fue un amigo íntimo de Marcus y partió con él y con el resto. La madre de Jurgen nunca estuvo de acuerdo y era de las que todavía se lo reprochaban a la familia. El chico, influido por los comentarios de su madre, solía molestar a Lone a menudo. - ¿Qué haces, Lone?, ¿te escapas?, ¿huyes como tu padre?. - Lo miró con sorna. - Ya se sabe, de tal palo... - .
Lone reprimió su rabia y pasó de largo sin dar explicaciones. Cuando parecía que la cosa no iría más lejos, algo muy duro golpeó a Lone en la cabeza. Se dio la vuelta para ver como una piedra caía por la pendiente y a Jurgen mirándolo desafiante. Sentía una punzada de dolor muy fuerte y notó como un hilo de sangre le escurría por la nuca. - ¿Te ha dolido, cobardica? -. Dijo el chico y dejó escapar una risita sarcástica. Lone hizo un esfuerzo para no desmayarse y se abalanzó con rabia hacia el otro chico. Lo pilló desprevenido y ambos rodaron por el suelo pedregoso magullándose y rasgándose la ropa. Cuando dejaron de dar vueltas, Lone golpeó a su contrincante con la cabeza en la cara sin pensárselo dos veces y éste, incapaz de evitar el ataque, quedó inconsciente. Lone estaba fuera de sí, pero al ver a Jurgen sin conocimiento se levantó y salió corriendo.

Mientras trepaba por los riscos dejó escapar algunas lágrimas. Pensó que quizás se había pasado; no sabía cómo estaría Jurgen, pero estaba claro que se lo había merecido. El dolor de su cabeza continuaba y se encontraba mareado. Llegó al observatorio jadeante y buscó al profesor. Como no lo veía comenzó a llamarlo por entre los riscos, pero después de unos minutos desistió de su empeño. El señor Handle no estaba. Y aunque lo normal sería pensar que quizá estaría en su casa, descansando o que habría ido a ayudar a alguna familia, Lone miró rápidamente al horizonte, hacia el lugar en que habían avistado la extraña caravana. Tras describir un ángulo con la mirada, le pareció observar un movimiento allá abajo. Algo que podría ser el señor Handle y, sin pensárselo dos veces, comenzó a descender por el otro lado de la pendiente.

El corazón le retumbaba por la emoción. Tenía miedo, pero su curiosidad y la esperanza de que aquellos extranjeros quizás supieran algo de su padre, lo impulsaban a seguir descendiendo. La ladera era pronunciada a éste lado, y le costaba trabajo avanzar. Las piedras estaban bastante sueltas y la cabeza le retumbaba todavía por la pedrada de Jurgen. Sabía que si su madre se enteraba de lo que estaba haciendo, se iba a enfadar mucho y le iba a castigar. A no ser, que consiguiera traer de vuelta al señor Handle, evitando que hiciera una locura. O incluso podía darse el caso de que encontrase a los extranjeros él mismo y pudiese observarlos; averiguaría si eran pacíficos, salvando así a la gente del valle de vivir aislados y en continuo peligro. Entonces ya nadie hablaría mal de su padre, y nunca se atreverían a llamarle cobarde. Sería un héroe. Superó el último repecho de un salto y corrió agachado por el suelo desértico hacia las lejanas rocas al otro lado de la llanura.
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Re: Relatos Caseros

#10

Mensaje por Darkhuwin » 17 Feb 2022, 19:04

Stars Bowl


El MultiCOM de Marko Bradchenko sonó una vez y la habitación se iluminó en tonos verdosos. Antes de abrir uno de sus ojos para asegurarse de que no continuaba soñando, Marko se llevó la mano al pecho y escuchó sus latidos. El MultiCOM informaba de que eran las 05:30 horas, y que sus constantes vitales, tensión, niveles de oxigenación, plaquetas y su sistema inmune, se encontraban en perfecto estado. Tardó unos segundos en repasar mentalmente sus citas y deberes del día.

- Recogerás a tu hermana a las seis. – Recordó que le había dicho su padre.- Yo llegaré a las 10 y hablaremos...- Le miró por fin a los ojos de forma desafiante y bajó la voz para que solo Marko pudiera oirle.- Resolveremos este problema como hombres.

Las clases se le hicieron bastante largas, aunque el hecho de que Maika Viriakov le hiciera aquella mamada durante el laboratorio de bioneuronal, sin que se enterase la absorta profesora, pero sí el resto de compañeros, mejoró en algo la mañana. El inicio del tercer curso empezaba a pesar demasiado. Estaba esforzándose al máximo en el equipo de Pitbowl para intentar acceder a la beca deportiva y poder relajar así la tensión. Su futuro dependía solo de sus méritos, nadie iba a ayudarle. Su madre había fallecido dos años antes de una nueva enfermedad vírica que adquirió en la fábrica y su padre no la había llorado. Además, pronto ni siquiera se ocuparía de su hermana. Le gustaba decir que él ya se había dejado media vida en las guerras coloniales de Deranger por ellos y que en cuanto la niña tuviese edad de trabajar, lo que en este planeta quería decir 14 años, les abandonaría a su suerte. Sin duda, el boxeo y la guerra pasaron factura a Ivan Vradchenko, pero Marko no dejaba de sorprenderse del cambio que en los últimos años había sufrido. No parecía el mismo y desde luego, no parecía cuerdo.

Recordó con nerviosismo su conversación de la noche anterior con el ojeador de la KLC, mientras se vestía con la acolchada equipación de la Universidad. El calvo y grasiento trajeado hombre de negocios, había colocado su maletín sobre la mesa y casi sin mediar palabra había ofrecido su holopantalla a Marko. Decenas de anuncios de refrescos y ropa deportiva danzaron alrededor del “Imagenario”. Ya había visitado anteriormente ese tipo de Información a cerca del mundo del WW profesional, pero esta vez algunas zonas normalmente restringidas aparecieron completamente accesibles.

Las fantásticas equipaciones cargadas de microtecnología, los grandiosos estadios, implantes cibernéticos y medicina “genadora” legal, junto con los últimos avances técnicos y estratégicos conocidos para entrenar y mejorar... todo al alcance solo de los mejores.

Horas después, ya en el previo al partido, reparó en lo feliz que le hacía el equipo de WW de la universidad. Algo en la vida se le daba bien, muy bien. Maika se contoneaba mojada por el vestuario sin ningún pudor, sabiendo que los otros chicos le trataban como uno más, pese a los claros reparos de Urish. Sus mejores amigos, los mejores años de su vida hasta ahora, y él tenía la opción de dejarlo todo atrás.

- Hoy no estás en tu cuerpo, ¿Tengo razón?. – lo Saludó su colega Urish Dragma con una palmetada en el hombro que tumbaría a un niño. Urish era el defensa muralla más duro del equipo, además del hombre más temido del pequeño centro urbano.

- He tenido días peores, ¿has hecho tus deberes?.

- ¿Te refieres a ... esto?. – Urish manipuló su MultiCOM en el dorso de su mano izquierda y conectó con la pantalla principal estratégica de los vestuarios. Comenzaron a aparecer datos de distintos colores y hologramas explicativos a través de toda la pared. - Tuve que aflojarles un par de tuercas a unos tipos que se creían duros.

- ¡Joder tío lo conseguiste! Es perfecto, ahora podremos ensayar las jugadas de los Lobos. ¡Que le jodan a Wachovski! No sirve para nada.

- Pero si ya somos los mejores de la liga, Vradchenko. Tú, Urish y yo solos podríamos con cualquiera de los otros equipos universitarios... jajaja-

Maika ya vestida, miraba a Marko con ojos encendidos. Su pasión y arrojo despertaban en el joven los impulsos más primarios, pero siempre se había controlado por miedo a hacer daño a su amigo. Ella tenía razón, juntos formaban el equipo perfecto. La combinación precisa de fuerza, velocidad, técnica y coordinación, con una compenetración difícil de mejorar. Además de un estado mental y moral inigualables... no entendía por qué aquel burócrata de la megacorporación había contactado solo con él y le había hecho prometer mantenerlo todo en secreto. Podía pasar de él y contárselo a sus amigos, pero ellos... no sabía como reaccionarían. ¿Y si habían contactado también con Urish?. Después de todo, su físico fuera de lo común, lo convertía en un arma segura. Y Maika, podría capitanear cualquier equipo de la división de honor y con su imagen, venderían tanto como la Chronos light.

Aquello no tenía demasiado sentido, pero el mundo de las megacorporaciones estaba más allá de su comprensión y sus metas. Marko solo pensaba en lo que significaba correr 60 metros en gravedad aumentada esquivando las trampas y los placajes de los defensores contrarios, hallar el punto angular de tiro a través de las defensas de generadores de impulsión, imanes y demás “cerrojos” y lanzar la esfera de titanio de 20 cm de diámetro hasta la zona de impacto puntuable.
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