[Trama] Palos de Ciego - Ojo Puto (Florencia, 8 Febrero 1997)
Publicado: 20 Feb 2022, 10:39
https://www.youtube.com/watch?v=x77Y1jwJt-Q
Florencia., 8 de Febrero de 1997.
Caffè Degli Strozzini.
23:50H.
Llueve sobre Oltrarno. Apenas ha dejado de hacerlo en todo el día, y aunque en este momento la lluvia ha perdido intensidad aún cala en la ropa, amenazante promesa de una descarga mayor. Para algunos solo supone una molestia nimia, pero es suficiente para disuadir a otros de permanecer a la intemperie más tiempo del necesario.
El adoquinado de las calles es un espejo que deforma el reflejo de los últimos vecinos del barrio que aprietan el paso para recogerse. Casi parecen borrones de tinta sobre la vetusta piedra que huyen entre las sombras. Llueve menos, pero el frío arrecia, haciendo recordar a todos en forma de traicioneras aceras escarchadas que aún queda invierno por delante. Sin embargo, no son la lluvia y el frío lo más desapacible de esta noche de Febrero, sino aquello que traen consigo: el silencio. Apenas el murmullo de los pasos apresurados y las puertas cerrándose en algún lugar inconcreto pone en entredicho que el barrio no sea un lugar fantasma.
Perdura en el ambiente el olor a la ferralla fundida y la madera serrada durante el día. A cola, disolventes y pinturas. Casi se puede percibir todavía la obcecada letanía de las herramientas de los artesanos afanados sobre sus mesas de trabajo. Encima de uno de los talleres que le dan vida a las calles durante las horas de sol permanece abierta una ventana de la que sale la lenta cadencia de una melodía. Acorde a lo que ha sido el día, alguien acaricia las teclas de un lúgubre piano. El instrumento parece llorar de pena en la antesala de la medianoche, empapando de tristeza las pocas almas perdidas que salpican las enmarañadas y estrechas callejuelas allá abajo. Rostros desconsolados difuminados entre la bruma. Siluetas de nombres olvidados recortadas contra la fina cortina de agua.
A ojos de la sociedad son poco menos que bestias inmundas, grises y enormes ratas sin cola rebuscando entre la basura algo que llevarse a la boca, y un refugio improvisado en el que poder sobrevivir una noche más. Lamentando todo lo que han perdido, si es que un día lo tuvieron. Rogándole entre espasmos un día más, solo uno más, al inmisericorde Dios que les ha abandonado. O quizá, justamente, maldiciéndole por ello.
Alguno lo conseguirá, pero Ojo Puto sabe que la vida de otros se precipitará hacia las cloacas junto a toda la inmundicia que arrastran las aguas, como si nunca hubiesen estado en el barrio de los talleres de Florencia, ni sobre la faz de la tierra. Tiempo revuelto en tiempos aciagos. Tiempo de desesperanza y abandono, de belleza robada.
El nosferatu hace mucho que atravesó el velo de la muerte, y aunque ya no le interesan los designios del ganado no puede dejar de preguntarse qué se llevará consigo cada uno de los que no verá un nuevo amanecer. Ha dejado que la decadencia del lugar acaricie su carne muerta mientras recorría buena parte de Oltrarno, hasta llegar a su destino, la fachada del Caffè Degli Strozzini.
En cierta manera, él también pertenece a un gremio de artesanos, los que tiran y sueltan con recelo de las auténticas poleas que mueven y esculpen el mundo: La información y los secretos.
A través del cristal empañado del ventanal que da a la calle, Nardone observa el interior del viejo café. No es demasiado grande, apenas ocho o diez mesas decoradas con manteles de papel, a cuadros blancos y verdes, alineadas de dos en dos. Las sillas de casi todas ellas están desocupadas, a excepción de las dos que están más al fondo. En una de ellas, dos hombres de avanzada edad comparten tertulia y una botella de vino, seguramente tan amargo como la expresión de sus caras.
El propietario parece estar absorto en el pequeño televisor que cuelga de una de las paredes, con la cabeza apoyada sobre la palma de una mano. Su rostro - aunque menos entrado en años - se replica en las decenas de fotografías que decoran el local junto a toda una suerte de fieles clientes que le han acompañado desde que abrió el negocio. Ojo Puto le observa detenidamente, pensando en qué punto la amplia sonrisa de las fotografías huyó para siempre de él.
Tras hacer acopio del interior del café, el interés del nosferatu pasa rápidamente a la última mesa, la que está junto a la puerta de lo que debe ser una pequeña cocina. Allí está la razón de su presencia esta noche en el Oltrarno. La enorme figura que la ocupa está ataviada con un largo abrigo de paño negro y un sombrero que oculta su rostro. El tipo debe sobrepasar por mucho los dos metros de altura, y su cuerpo, de gran envergadura, se cierne sobre la mesa como el de un ave de presa para sujetar una diminuta taza de humeante café. La escena sería cómica si Ricardo no supiese de quién se trata.
Esto hace que se rasque las llagas que coronan su mentón, dudando, pues aunque cabía la posibilidad de que su hermano de clan estuviese allí, la orilla izquierda del Arno no deja de ser territorio de Les Furies. Desde luego, en la situación actual, eso puede dar qué pensar. En cualquier caso, y aun sin saber por qué, sabe que bajo el sombrero, la enorme figura le está observando, quizá como silenciosa invitación a resguardarse de la lluvia.
Florencia., 8 de Febrero de 1997.
Caffè Degli Strozzini.
23:50H.
Llueve sobre Oltrarno. Apenas ha dejado de hacerlo en todo el día, y aunque en este momento la lluvia ha perdido intensidad aún cala en la ropa, amenazante promesa de una descarga mayor. Para algunos solo supone una molestia nimia, pero es suficiente para disuadir a otros de permanecer a la intemperie más tiempo del necesario.
El adoquinado de las calles es un espejo que deforma el reflejo de los últimos vecinos del barrio que aprietan el paso para recogerse. Casi parecen borrones de tinta sobre la vetusta piedra que huyen entre las sombras. Llueve menos, pero el frío arrecia, haciendo recordar a todos en forma de traicioneras aceras escarchadas que aún queda invierno por delante. Sin embargo, no son la lluvia y el frío lo más desapacible de esta noche de Febrero, sino aquello que traen consigo: el silencio. Apenas el murmullo de los pasos apresurados y las puertas cerrándose en algún lugar inconcreto pone en entredicho que el barrio no sea un lugar fantasma.
Perdura en el ambiente el olor a la ferralla fundida y la madera serrada durante el día. A cola, disolventes y pinturas. Casi se puede percibir todavía la obcecada letanía de las herramientas de los artesanos afanados sobre sus mesas de trabajo. Encima de uno de los talleres que le dan vida a las calles durante las horas de sol permanece abierta una ventana de la que sale la lenta cadencia de una melodía. Acorde a lo que ha sido el día, alguien acaricia las teclas de un lúgubre piano. El instrumento parece llorar de pena en la antesala de la medianoche, empapando de tristeza las pocas almas perdidas que salpican las enmarañadas y estrechas callejuelas allá abajo. Rostros desconsolados difuminados entre la bruma. Siluetas de nombres olvidados recortadas contra la fina cortina de agua.
A ojos de la sociedad son poco menos que bestias inmundas, grises y enormes ratas sin cola rebuscando entre la basura algo que llevarse a la boca, y un refugio improvisado en el que poder sobrevivir una noche más. Lamentando todo lo que han perdido, si es que un día lo tuvieron. Rogándole entre espasmos un día más, solo uno más, al inmisericorde Dios que les ha abandonado. O quizá, justamente, maldiciéndole por ello.
Alguno lo conseguirá, pero Ojo Puto sabe que la vida de otros se precipitará hacia las cloacas junto a toda la inmundicia que arrastran las aguas, como si nunca hubiesen estado en el barrio de los talleres de Florencia, ni sobre la faz de la tierra. Tiempo revuelto en tiempos aciagos. Tiempo de desesperanza y abandono, de belleza robada.
El nosferatu hace mucho que atravesó el velo de la muerte, y aunque ya no le interesan los designios del ganado no puede dejar de preguntarse qué se llevará consigo cada uno de los que no verá un nuevo amanecer. Ha dejado que la decadencia del lugar acaricie su carne muerta mientras recorría buena parte de Oltrarno, hasta llegar a su destino, la fachada del Caffè Degli Strozzini.
En cierta manera, él también pertenece a un gremio de artesanos, los que tiran y sueltan con recelo de las auténticas poleas que mueven y esculpen el mundo: La información y los secretos.
A través del cristal empañado del ventanal que da a la calle, Nardone observa el interior del viejo café. No es demasiado grande, apenas ocho o diez mesas decoradas con manteles de papel, a cuadros blancos y verdes, alineadas de dos en dos. Las sillas de casi todas ellas están desocupadas, a excepción de las dos que están más al fondo. En una de ellas, dos hombres de avanzada edad comparten tertulia y una botella de vino, seguramente tan amargo como la expresión de sus caras.
El propietario parece estar absorto en el pequeño televisor que cuelga de una de las paredes, con la cabeza apoyada sobre la palma de una mano. Su rostro - aunque menos entrado en años - se replica en las decenas de fotografías que decoran el local junto a toda una suerte de fieles clientes que le han acompañado desde que abrió el negocio. Ojo Puto le observa detenidamente, pensando en qué punto la amplia sonrisa de las fotografías huyó para siempre de él.
Tras hacer acopio del interior del café, el interés del nosferatu pasa rápidamente a la última mesa, la que está junto a la puerta de lo que debe ser una pequeña cocina. Allí está la razón de su presencia esta noche en el Oltrarno. La enorme figura que la ocupa está ataviada con un largo abrigo de paño negro y un sombrero que oculta su rostro. El tipo debe sobrepasar por mucho los dos metros de altura, y su cuerpo, de gran envergadura, se cierne sobre la mesa como el de un ave de presa para sujetar una diminuta taza de humeante café. La escena sería cómica si Ricardo no supiese de quién se trata.
Esto hace que se rasque las llagas que coronan su mentón, dudando, pues aunque cabía la posibilidad de que su hermano de clan estuviese allí, la orilla izquierda del Arno no deja de ser territorio de Les Furies. Desde luego, en la situación actual, eso puede dar qué pensar. En cualquier caso, y aun sin saber por qué, sabe que bajo el sombrero, la enorme figura le está observando, quizá como silenciosa invitación a resguardarse de la lluvia.