Para, para, para, para
Pagliacci se echó hacia atrás de manera casi instintiva hasta que notó una pared de ladrillos en su espalda. El muchacho que tenía delante era poco más que un despojo tembloroso que miraba con terror a la Caitiff. Ésta podía notar aún en su garganta el sabor más amargo y ferroso de lo habitual del temor de aquel chico. Lo había llevado al límite en su extorsión, en la manipulación de sus capacidades, en su exigencia de respuestas. Aquel pobre post adolescente que se buscaba la vida como chapero en una calle absolutamente olvidada en el sur de Queens había pagado todas las frustraciones de la mente y el corazón muerto de Pagliacci.
Si ella se sentía frustrada, aquel chico no merecía sentir esperanza. Si ella se sentía ninguneada, aquel chico debía experimentar la servidumbre psicológica absoluta hacia ella. Si ella creía que la despreciaban por su sangre, aquel chico debía de sufrir en sus carnes al abandono total derivado del arrebato de toda dignidad.
Era su juguete, su marioneta, podía hacer con él cuanto deseara. Podía
matarlo si quería.
Miró hacia arriba, hacia las estrellas que las luces de Nueva York impedían distinguir mientras el sabor de la Sangre se mezclaba con el de la orina del chico tembloroso. Tuvo unos segundos para sentir algún tipo de remordimiento, para escoger qué camino seguir siendo consciente de que aquella acción se había quedado marcada en su alma si es que aún tenía algo que así pudiera llamarse...
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La parada de la Calle 116-Universidad de Columbia estaba poco transitada. A pesar del trajín habitual de universitarios, los acontecimientos de los últimos tiempos le habían quitado a la gente las ganas de fiesta. Eso y la presencia constante de agentes de la policía de Nueva York, militares del ejército, pastores alemanes, arcos metálicos de seguridad y cámaras térmicas.
Montecristo tuvo que armarse de valor y, sobre todo, focalizar todos sus sentidos para pasar desapercibido. Caminar en línea recta hacia el campus era básicamente un suicidio: no era posible hacerlo sin pasar por algún tipo de control policial. La universidad estaba literalmente militarizada, tomada por equipos de vigilancia y control. Por un instante pensó con cierta sorna que los Tremere se habían quedado enjaulados. Al mismo tiempo era consciente de que aquella realidad no era algo que los Hechiceros no fueran capaces de capear a base de discreción y rituales de protección de toda clase.
El recuerdo de Melinda le empujaba a ser astuto y a dejar a un lado ciertos pensamientos melancólicos que se apoderaban de él en aquel lugar. Allí estaría su hermano. Allí querría haber estado su Sire. Le jodía reconocer en su interior que se aunaban en sus emociones un sentimiento de pertenencia y otro de abandono. Allí debería estar él. O no.
¿Qué coño querría hacer allí? Quizá encontrarse a sí mismo, su verdadera identidad. Montecristo se preguntaba en ocasiones si se engañaba a sí mismo al no estar dentro de una pirámide que, si bien estaba ya rota, no dejaba de tener gruesos muros.
No era momento para aquellos desvaríos. Sus peripecias de la noche anterior seguramente habrían puesto en guardia al resto de miembros de su Clan, ya de por sí en estado de máxima alerta por el atentado y el despliegue policial. Había logrado esquivar los controles callejeando por los alrededores de las facultades, pasando furtivamente por algunos de los espacios de césped tan cuidadosamente cortado o directamente saltando un par de tapias en callejones donde se acumulaban los cubos de basura.
Tenía por delante dos posibilidades principalmente si esquivaba a los agentes de la NYPD. Seguir caminando entre las sombras hacia la Low Memorial Library, la enorme biblioteca que presidía el campus, era una opción más peligrosa, pero seguramente más directa para acercarse a los Tremere. Era bien sabido que aquel lugar era la joya de la corona de su Dominio, por lo que no era difícil imaginar que su llegada podría ser detectada de algún modo mundano o sobrenatural. O bien dirigirse por uno de los parques laterales que rodean el campus hacia el Butler Hall, una de las residencias de estudiantes. La vigilancia policial parecía más laxa por esa zona y era uno de los lugares que su hermano Virgil frecuentaba antaño para alimentarse, si bien era una ratonera de la que escabullirse podía ser especialmente difícil si venían mal dadas.
Nyx tenía la sensación de que el futuro de la Coterie había quedado en sus manos y en cómo jugara sus cartas y las de sus aliados. Montecristo estaba perdiendo el norte y Pagliacci parecía especialmente molesta esta noche. Cada uno tenía sus fantasmas personales y él había convivido lo suficientemente con sus compañeros como para no insistirles cuando se apoderaba de ellos aquella ansia psicológica no tan diferente en el fondo de la que provocaba el hambre.
El Brujah pensaba en Anderson y en Reynolds. En el fondo no sentía tanto aprecio por el segundo, si tenía que hacer un sacrificio del que la Coterie pudiera sacar provecho podría echar la cuenta de los costes y las ganancias para ver cómo quedaba el asunto. Pero con Anderson era diferente. No quería verle sufrir, ya que representaba todo cuanto él aún respetaba. Le molestaba sobre manera que pudiera ser una moneda de cambio en los juegos sangrientos de los no-vivos.
Nyx sintió el frío húmedo del sur de Manhattan al enfilar la plaza en la que una vez estuvieron las Torres Gemelas. Aquel espacio, gobernado ahora por dos inmensas cascadas que ocupan exactamente el mismo espacio cuadrado de cada una de las torres derribadas el 11 de septiembre, estaba siempre rodeado de pequeñas gotas de agua y del sonido permanente del líquido elemento cayendo. Inspiraba una mezcla de poder y duelo que sobrecogía al mismo tiempo por ambas características.
El Brujah sabía que aquel lugar era además uno de los Elíseos de la dictatorial escisión interna de la Camarilla de la ciudad que gobernaba los designios de Wall Street, situado apenas a unos pocos centenares de metro de allí. Allí regía el tradicionalismo, la severidad y el castigo. Y él arrastraba su propio estigma como miembro rechazado de la Secta. Era consciente desde el primer momento de ser un simbólico cadáver andante que parecía rendir homenaje al cordero que se dirige al matadero.
Nyx no había dado ni dos pasos cuando un agente de seguridad privada le hizo una seña para que se detuviera. El Brujah había logrado evitar los controles de la policía situados en cada entrada de la plaza, pero sabía que allí vigilaba
alguien más. El tipo, perfectamente encorbatado y con pinta de exmilitar, sonreía casi amablemente.
-
Lo siento, señor Parker, pero no puede avanzar más -te dice con una voz serena y muy educada-
Si quiere acceder a la plaza deberá permitirme que le realice una fotografía, tome sus datos y los ponga en conocimiento de la fuerza policial.
A Pagliacci aquella caminata se le había hecho interminable, sumida aún en las preguntas, dudas y pensamientos que la atormentaban. Sólo al llegar a las cercanías de Broad Channel tuvo una cierta sensación de
libertad. Aquel lugar estaba lo suficientemente alejado de Manhattan para no parecer siquiera Nueva York. Las edificaciones cada vez estaban más separadas unas de otras mientras una maraña de carreteras y riachuelos se abría paso en una zona pantanosa desde la que se distinguía a lo lejos el aeropuerto JFK, que iluminaba todo aquel humedal dejado de la mano de Dios.
Broad Channel era en realidad una isla conectada con el continente por Cross Bay Boulevard, que dejaba de ser una calle para convertirse en una carretera convencional que pasaba por encima del agua en algunos de sus tramos. Pagliacci se refugió en la parte sin iluminar de una cancha de baloncesto situada no muy lejos del final de los bloques de pisos. Aquel era un lugar inhóspito y no hacía falta mucha imaginación para concluir que seguramente ningún chupóptero había tenido interés en reclamarlo como propio. O en caso de que alguien lo hubiera hecho, no sería alguien con quien convenía cruzarse a juzgar por lo aislado del lugar.
Quizá por esa soledad reinante, a Pagliacci le llamó la atención ver un sedán con matrícula de New Jersey aparcado a cierta distancia con las luces de posición encendidas. Algo más lejos había una furgoneta blanca. Y más lejos aún debía estar una de las pistas de despegue del JFK, ya que se veían aviones alzando el vuelo cada pocos minutos. Aquella escena le generaba una inquietud creciente. Más aún cuando el sedán hizo unas señales con los faros delanteros hacia la furgoneta.
En cuestión de segundos aquel escenario iba a dejar de estar desierto.
OFF: Montecristo Ansia 3, Pagliacci 1, Nyx 1
Pagliacci tiene una Mácula (puedes hacer la tirada de Remordimiento con dos dados cuando quieras, según cuando quieras interpretar lo que le sucede al respecto al personaje)
Montecristo. Arrebato de Sangre (https://discord.com/channels/6032459677 ... 3578701977), tirada (https://discord.com/channels/6032459677 ... 0256148571)
Mapa de la Universidad de Columbia: https://universitylife.columbia.edu/sit ... 5aug-7.pdf