[Trasfondo] La Casa Ailil
Publicado: 11 Sep 2025, 22:33
-Nicolás Maquiavelo, “El príncipe”
Honor
El Conde Declan ap Ailil escuchó el sonido de la batalla, salpicado por el relincho de un caballo herido mientras cabalgaba hacia el Feudo de Bosqueplata de la Dama Arlana. Dirigiendo su corcel hacia donde escuchaba la batalla, galopó hacia el ruido, desviándose del camino y metiéndose directamente en los bosques. La profunda espesura detuvo el avance de su caballo, así que el caballero de pelo oscuro tuvo bastante tiempo para escuchar el entrechocar de las espadas y el profundo repicar de las armas contra los escudos. Desde lo alto de una colina, todavía a unos cientos de metros de la batalla, el Conde Declan sólo podía limitarse a contemplar a los combatientes. Una banda de Plebeyos vestidos de oscuro luchaban contra un jinete solitario, cuya habilidad superior no podía superar al esfuerzo coordinado de tantos atacantes. Aunque espoleó su caballo por la inclinada vertiente de espesura para llegar hasta la batalla, Declan sabía que probablemente llegaría demasiado tarde para hacer nada más que recoger los pedazos que quedaran.
Los oponentes de Sir Gannon habían atacado sin aviso, surgiendo de repente de los árboles que se inclinaban sobre el retorcido sendero de la montaña. Adiestrado para la guerra, su corcel galopó hacia arriba, ganándole a Sir Gannon unos valiosos segundos en que pudo desenvainar su espada y enfrentarse a la situación. Contó a seis atacantes, ninguno de ellos a caballo, y sintió una ligera punzada de esperanza.
Las pezuñas de su caballo habían derribado a dos Redcaps que habían bloqueado el camino ante él; arruinando cualquier plan que la terrible pareja hubiera tenido. La espada de Sir Gannon, brillando con energía quimérica, había abierto una gran herida en el brazo de un tercer enemigo. El caballero había adelantado su escudo para bloquear el golpe lateral de la gran hacha de un Trol. Consciente de que todavía quedaban otros dos atacantes, Sir Gannon había dirigido su montura en un giro controlado, dándose la vuelta para enfrentar pezuñas y espada contra los enemigos que se encontraban a su espalda.
La terrible danza continuaba mientras Sir Gannon se enfrentaba a sus atacantes, aunque sentía cómo su cuerpo sucumbía al ataque incesante. Al final, por número y suerte, los golpes enemigos vencieron.
Sir Gannon escuchó un crujido enfermizo cuando el golpe robusto de uno de los enemigos que tenía a un costado destrozó la pata izquierda trasera de su caballo. El caballero apenas tuvo tiempo de soltarse del animal mientras se derrumbaba, relinchando. Con aullidos de triunfo, los atacantes cargaron contra el caballero caído. Sir Gannon sintió el gélido entumecimiento de las armas de hierro frío arrancándole su espíritu mientras caía en un pozo oscuro de nada.
***
Cuando Declan llegó al lugar, no quedaba nada de la batalla, salvo el débil lamento de un caballo que había sufrido demasiado. Junto al animal caído yacía el cuerpo magullado de un hombre, apenas con vida. El conde desmontó y se arrodilló junto al hombre, comprobando el daño. Sus ojos se estrecharon mientras percibía la tenue línea de Glamour que todavía se aferraba al cuerpo.
-Todavía no se ha ido del todo -murmuró Declan. Pasando sus manos sobre las peores heridas del hombre, Declan tejió un hechizo de curación en la carne aplastada bajo sus dedos, evitando que siguiera perdiendo sangre. -Sobrevivirás, hasta que un curandero de verdad pueda atender tus heridas y restaurarte a tu ser -dijo a la figura inconsciente, que ahora era claramente visible como un Sidhe.
Ahora Declan dirigió su atención al caballo, que yacía inerte, con su respiración apenas un suspiro, el aliento entrecortado mientras sus ojos brillaban de dolor. A todos los efectos debería aliviar al animal de su miseria, pero Declan se dio cuenta de que una chispa de Glamour todavía se aferraba a la criatura, revelando que era una montura feérica.
-Supongo que también te mereces una oportunidad -dijo Declan. De nuevo invocó la magia de las hadas, dirigiéndola en esta ocasión sobre los huesos destrozados de la pata rota del caballo.
Cuando hubo terminado con sus cuidados, Declan volvió junto al Sidhe, cuya vida, con toda probabilidad, había acabado de salvar. Esta vez examinó las ropas y atuendos del noble para descubrir su identidad y sus asuntos en los bosques de la Dama Arlana. Aunque el blasón de la Casa Dougal no hubiera estado visible en el ensangrentado sobreveste del caballero, la ausencia de dos dedos en su mano izquierda -la mano de su escudo- lo señalaba como miembro de la casa de los artesanos. Sin embargo, resultó más interesante para Declan el pergamino sellado escondido en un cartucho de cuero marcado con el sello del Parlamento de los Sueños. Los labios de Declan se apretaron; podía adivinar con algo de certeza el contenido de la carta, teniendo en cuenta que el caballero anónimo sin duda había sido enviado a Bosqueplata. Devolviendo la carta sin abrir a su envoltorio, Declan cerró el cartucho y se dispuso a conducir al caballo caído y a su jinete a la seguridad del Feudo de la Dama Arlana.
***
Situado en las profundidades de las colinas del Valle de Shenandoah en Virginia, en su aspecto mortal el Feudo de Bosqueplata parecía una casa señorial de estilo francés. Sin embargo, en su aspecto feérico se revelaba el verdadero esplendor del edificio, porque parecía un palacio en miniatura, coronado por espirales de plata que brillaban bajo la luz del sol y con una belleza resplandeciente bajo la luz de la luna. Un dragón de plata dominaba el arco de entrada al Feudo, proclamando que el palacio y los terrenos eran un Feudo de la Casa Ailil.
Dentro de sus cámaras privadas, en el piso más alto del palacio, la Dama Arlana se sentaba pensativa tras un pequeño escritorio. Un gato negro de pelaje largo se acurrucaba a sus pies, ajeno a la palpable tensión de su ama. Aunque parecía una mujer joven a mediados de la veintena, con su cabello negro azulado y unos gélidos ojos verdes, Arlana había vivido durante varias décadas más de lo que su aspecto indicaba, protegida por el Glamour ambiental de su Feudo, del que sólo salía cuando era necesario. Sentado frente a ella, sin que su postura traicionara señales de incomodidad o nerviosismo, el Conde Declan aguardaba a que su anfitriona digiriera la información que acababa de entregarle.
-¿Cuánto tiempo tenemos antes de que nuestro invitado despierte? -preguntó la Dama Arlana, rompiendo el silencio con el que había recibido el informe del conde.
Declan carraspeó.
-Debería recuperar el sentido esta noche. Esperaría que caminara poco después. Sin duda querrá conocer a su anfitriona. -El conde se permitió una pequeña sonrisa mientras asentía con deferencia a la Dama Arlana.
-Rara vez tengo motivos para recibir a un miembro de las Casas gobernantes -observó la noble Sidhe.
-Me arriesgaría a hacer la conjetura de que nuestro caballero errante ha tenido pocas ocasiones de pasar mucho tiempo en compañía de una de las Casas del Invierno -dijo el Conde Declan-. Como mínimo, la experiencia debería resultarle interesante.
-¿Pretendéis quedaros aquí también? -preguntó la Dama Arlana- Después de todo, habéis venido por invitación mía, aunque debo decir que no esperaba que llegarais con un “regalo” tan inusual para vuestra anfitriona como un caballo feérico y su jinete Dougal.
-Intento evitar las trampas de la rutina -replicó Declan, sonando inesperadamente agradado consigo mismo-. Por el bien de la formalidad -añadió, levantándose de su asiento y ejecutando una cortés reverencia a la Dama Arlana- solicito que me brindéis vuestra hospitalidad de acuerdo a las leyes del Tratado.
-¿Por qué siento alguna artimaña en que vuestra solicitud presente un gambito abierto? -preguntó Arlana, con su propia voz imitando la cortesía burlona del conde. Se levantó de su asiento detrás del escritorio y respondió a la reverencia de Declan con un gracioso asentimiento.
-Os extiendo la hospitalidad de mi casa y de mis tierras y pongo sobre mí misma y mi honor garantizar vuestra seguridad durante los siguientes tres días y noches, comenzando a partir de este momento.
El conde y la dama pasaron varios minutos más conversando tranquilamente antes de separarse. Declan fue en busca de diversión entre los cortesanos del Feudo de la Dama Arlana, mientras la propia Arlana se dedicaba a hacer preparativos con su invitado inesperado en mente.
***
El terreno había temblado bajo sus pies como un gran terremoto, sacudiendo los cimientos del frágil portal que representaba su última oportunidad de encontrar cobijo del gélido viento que envenenaba el Ensueño. Eregannon ap Dougal contempló cómo el resto de su Casa se apresuraba a atravesar el portal que temblaba. En el horizonte, más allá de las colinas que él y su séquito habían atravesado apenas unas horas antes, escuchó el aullido de unas criaturas de pesadilla. Sintió un pequeño momento de remordimientos por la pobre alma que mantenía a raya a las horribles bestias, mientras se daba cuenta que la presa que ahora ocupaba la atención de los monstruos también les había servido como cebo para distraerlos, ganando tiempo para él y su séquito.
-Deprisa, amigos, deprisa -llamó-. Nos queda poco tiempo.
Dejó que la urgencia coloreara su voz.
Uno tras otro, los restos del Feudo de Eregannon, dejaron el mundo de los mortales, buscando la senda de plata que los llevaría hasta el bendito refugio de Arcadia.
El fragor de la batalla que no veía cambió cuando los gritos de victoria se convirtieron en chillidos de dolor. La Dama Moira, su amada, se detuvo en el umbral.
-Mi señor, -llamó- venid ya si queréis acompañarnos.
Eregannon dio un paso hacia el portal, donde Moira esperaba con la mano extendida. Un lamento angustiado llegó hasta sus oídos, seguido por el gruñido de una bestia que se había abalanzado sobre su presa.
-Sostén la puerta, cariño mío -dijo, dándose cuenta de repente de lo que debía hacer. Desenvainando su espada, se dirigió apresurado hacia el fragor de la batalla, preparado para ayudar a la víctima asediada por las pesadillas que, como todas las criaturas del Ensueño, quería escapar.
***
Gannon despertó con el recuerdo todavía fresco en su mente. Rara vez recordaba algo sobre su primera estancia en la Tierra, hacía muchos siglos. En esta ocasión, intentó mantener el sueño con firmeza en su consciencia. Fui a rescatar a alguien y juntos luchamos para volver junto al portal.
-¿Estáis despierto, mi señor? -Una voz detrás de él en la cama asustó a Gannon y lo despertó del todo. Volvió su cabeza bruscamente, percibiendo ahora de la forma que se acurrucaba junto a él, carne contra carne, bajo el cobertor de seda. Inhalando con profundidad, Gannon quedó tenso ante aquel contacto. Su rostro se sonrojó mientras contemplaba el rostro de su compañera, oculto en parte por una cascada de cabello castaño oscuro.
-Perdonadme, señora -comenzó a decir, pero una suave risilla cortó sus palabras antes de que pudiera terminar su disculpa.
-Bienvenido a Bosqueplata -dijo la doncella feérica (aunque quizás, doncella no era el término adecuado), su voz apenas un susurro en su oído-. Vuestra reputación os precede.
-Espero no haberos ofendido -balbuceó Gannon, provocando en esta ocasión una carcajada de la dama que se encontraba en su lecho.
-Me habrías ofendido si vuestra forma hubiera ignorado vuestra función -dijo-. Mi nombre es Calinthe, y parte de mis deberes como pupila de la casa consiste en asegurarme de que nuestros invitados descansen cómodos.
-Bosqueplata -repitió Gannon, con sus recuerdos recientes desplazando rápidamente la reminiscencia de sus sueños-. Me dirigía hacia un Feudo con ese nombre -dijo-. Hubo una emboscada…
-De la que otro de nuestros invitados os salvó -dijo Calinthe-. O eso me han dicho -añadió.
-Tengo un mensaje para la Dama Arlana -continuó Gannon, con su mente ahora atenta a su misión. Echó atrás el cobertor de la cama, y rápidamente lo subió al recordar su desnudez-. Mis ropas…
-Tuvieron que limpiarlas por completo -dijo Calinthe-. Sangrasteis bastante para seguir vivo. Iré a buscároslas.
Con indiferencia, la esbelta Sidhe apartó el cobertor y se levantó de la cama. Sacudiendo su cabello para que cayera más allá de sus hombros como una capa rojiza, pisó en silencio sobre la gruesa alfombra hasta una enorme silla de roble y recogió las prendas colocadas ordenadamente sobre ella.
-¿Debo ayudaros a vestiros, mi señor? -dijo, inclinándose ante la cama con humildad burlona, ofreciéndole la ropa a Gannon. El señor Dougal cerró los ojos.
-No será necesario -respondió-. ¿Podéis informar a la Dama Arlana de que solicito una audiencia con ella en la ocasión más pronta posible?
Calinthe dejó la ropa en la cama al lado de Gannon y suspiró con dramatismo exagerado.
-Como queráis, mi señor -dijo suavemente, levantándose por completo y saliendo todavía desnuda de la habitación, dejando que Gannon ordenara su compostura junto con su atuendo.
***
La Dama Arlana recibió a Sir Gannon en su cámara de audiencias formales, una gran habitación de elaborada elegancia. Cortinajes de negro y plata enmarcaban ventanales que llegaban del suelo al techo, delicadamente grabados con el dragón y las estrellas de la Casa Ailil. El motivo se repetía en el suelo, intercalando patrones negros y plateados. Arlana, que lucía un vestido de raso negro opalescente, se sentaba en un enorme trono tallado en una madera plateada que no se encontraba en ninguna parte del reino mortal. Un gato negro de pelaje largo descansaba cómodo en su regazo. De pie y atento a un lado de la Dama Arlana, el Conde Declan observaba cuidadosamente cómo el caballero que había traído hasta el Feudo la noche anterior caminaba de manera lenta pero firme hacia el trono. Al otro lado del trono, Calinthe, ahora con un sencillo vestido negro, con su largo cabello entretejido con hilos de plata, observaba a su reciente compañero de cama con una mirada deliberadamente baja, y una inocente media sonrisa en su cara.
Sir Gannon se detuvo a unos pocos pasos del trono, justo al alcance de una espada, y se inclinó hasta la cintura, un gesto no tanto de sumisión como de cortesía, como exigía el protocolo. La Dama Arlana aceptó el gesto y elevó su voz al saludar.
-Os doy la bienvenida en nombre de la Casa Ailil al Feudo de Bosqueplata y os doy permiso para que habléis en libertad en este salón del propósito de vuestra visita.
Gannon se incorporó y pronunció las palabras que había repasado cuidadosamente a lo largo de su viaje desde Tara-Nar.
-Mi nombre es Sir Gannon ap Dougal, y sirvo como caballero y mensajero en nombre del Parlamento de los Sueños. He venido aquí con un mensaje para las manos y ojos de la Dama Arlana de Bosqueplata, hija de Ailil y leal súbdita del Reino de Concordia. -Mientras hablaba, extendió la mano a su costado y sacó un cartucho de cuero, que ofreció a la dama.
-Podéis acercaros con vuestro mensaje -dijo la Dama Arlana.
Sir Gannon dio otro paso hacia el trono mientras la Dama Arlana se inclinaba hacia adelante desde su asiento para tomar el mensaje que le ofrecía. Su movimiento incomodó al gato, que saltó del regazo de su ama, y se apartó apresuradamente del trono para quedarse sin ceremonia entre la Dama Arlana y el caballero Dougal.
Hubo silencio mientras la Dama Arlana abría el cartucho, sacaba el pergamino enrollado y rompía el sello del Parlamento de los Sueños. Su rostro no mostró ninguna expresión mientras leía las palabras escritas en pergamino trasgo. Sin hacer comentario alguno, entregó el mensaje de vuelta a Sir Gannon, que aprovechó la oportunidad para leer, por primera vez, el mensaje que lo había llevado a su destino.
La Dama Arlana se dirigió al Conde Declan.
-Parece que habéis traído vuestra propia condena a esta casa -dijo con su voz sin emoción-. Eso -dijo, haciendo un gesto hacia el pergamino que Sir Gannon tenían en sus manos- es una orden para que os presentéis ante el Parlamento de los Sueños para responder a acusaciones de posible complicidad en la desaparición del Alto Rey, ¿o debería decir del anterior Alto Rey?
Sir Gannon terminó de leer el mensaje, con su cara pálida y sus labios apretados con fuerza.
-Mi señora, -dijo- os juro, que hasta este momento, desconocía el contenido de este mensaje.
-Poco importa -dijo el Conde Declan, respondiendo en lugar de la Dama Arlana y hablando por primera vez en presencia de Sir Gannon-. Habéis cumplido con vuestro deber y debo obedecer la orden, o ponerme a mí y a mi nombre en rebeldía.
Sir Gannon intentó pronunciar una contestación apropiada, pero las palabras le fallaban en aquella complicada situación. La Dama Arlana intervino en su turno de réplica.
-Que así sea, Caballero Declan -dijo-. Pero debo recordaros que hace tan sólo unas horas os ofrecí mi hospitalidad durante tres días y tres noches. Sir Gannon, aquí mismo también os ofrezco por mi libre voluntad la hospitalidad de mi casa y mi honor garantizando vuestra seguridad durante los siguientes tres días y tres noches, comenzando en esta hora. Estoy segura de que no quebrantaréis mi hospitalidad hacia el Caballero Declan ni os negaréis a aceptar la hospitalidad que os he ofrecido.
-Tengo poca elección salvo obedecer a quienes me han enviado, mi señora -dijo Sir Gannon, sin molestarse en ocultar la decepción en su voz.
-¿Sois de la Rama Roja, supongo? -preguntó la Dama Arlana, con una débil diversión calentando el hielo de su voz.
Sir Gannon miró hacia sus pies, y de manera inesperada sus ojos se encontraron con la mirada de oro del gato, que lo observaba con algo parecido al desdén. Incómodo, desvió su propia mirada.
-Creo que podemos asumirlo con seguridad, sin forzar a vuestro invitado a admitir su membresía en una sociedad que considera el secreto casi tan sagrado como el honor -dijo Declan, con su voz tranquila.
La Dama Arlana asintió.
-Sir Gannon -dijo-, ¿aceptáis los términos de mi hospitalidad y comprendéis que, cuando se acabe el tiempo, podréis ejercer libremente vuestro mandato de entregar al Conde Declan al Parlamento para que sea juzgado?
Gannon tragó saliva, intentando refrescar su garganta seca para poder hablar sin traicionar su incomodidad.
-Dama Arlana -dijo-, como me ofrecéis la oportunidad de mantener mi palabra sin violar vuestra hospitalidad, aceptaré encantado vuestros términos.
-Espléndido -contestó la Dama Arlana, con su voz mostrando alegría forzada y repentina-. Muchas cosas pueden ocurrir en tres días, por no mencionar las noches que los acompañan. No ocurre a menudo que nuestra Casa acoja a un caballero de la Corte Luminosa. Estoy segura de que vos y el Conde Declan podréis discutir vuestro dilema, si es que lo hay, a lo largo de vuestra estancia como mis invitados.
Cuando hubo terminado de hablar, la Dama Arlana se levantó del trono, apartó al gato con una mano y se despidió de sus invitados. Con un ligero encogimiento de hombros, Calinthe siguió a su señora fuera del salón, deteniéndose un momento junto a Sir Gannon para sonreírle con coquetería.
-Mi hospitalidad también es para vos, mi señor -dijo-, aunque seáis portador de malas noticias.
Cuando se quedaron a solas tras la repentina partida de su anfitriona y su doncella, Declan y Gannon se miraron el uno al otro en la sala de audiencias. El Conde Declan inclinó su cabeza hacia un lado y sonrió con malicia al caballero Dougal.
-¿Vamos a hablar, Sir Gannon? -preguntó Declan- Parece que no podemos luchar, al menos no durante los siguientes tres días.
El conde caminó hacia la puerta, haciéndole un gesto a Gannon para que lo acompañara.
Gannon acomodó sus pasos al caminar pausado de Declan y acompañó al conde desde la sala de audiencias hasta un pequeño salón en el que encontraron dos cómodas sillas. Unos refrescos y pastelillos de té se encontraban sobre una mesita baja en el centro de la estancia, aguardando la atención de los nobles. Declan se sentó en una silla junto a los refrescos y se sirvió un vaso de claro vino dorado. Después de una ligera duda, Gannon decidió acompañarlo.
-No sé qué decir -habló Sir Gannon, con sus palabras lentas y llenas de incertidumbre-. Asumo que fuisteis vos quien me rescató de quienes me atacaron en el camino, y por eso, estoy en deuda con vos.
El Conde Declan estudió a su adversario con cuidado, sin ocultar su escrutinio. Para crédito suyo, Sir Gannon ni parpadeó bajo la mirada penetrante del conde. Finalmente, Declan dejó su vaso medio vacío a un lado, y se inclinó ligeramente hacia delante en su silla.
-Apenas consideraría mi intervención un rescate -dijo-, ya que los atacantes ya habían huido cuando llegué. Sin embargo, admito que os salvé la vida, y debo añadir, que también la de vuestra montura, porque si no hubiera decidido investigar el sonido de la batalla, tanto vos como vuestro caballo hubierais perecido.
-¿Mi caballo vive? -la voz de Gannon mostraba sorpresa y alegría. Se levantó a medias de su silla antes de darse cuenta de que no tenía ni idea de donde buscarlo. Con reticencia, volvió a sentarse- Gracias también por eso -dijo con una renovada calidez en su voz.
Declan se encogió de hombros.
-Si queréis -dijo- os puedo acompañar a los establos donde podréis comprobarlo en persona. Así también podré comprobar cómo se encuentra mi propia montura.
***
Desde una ventana en el piso de arriba, la Dama Arlana observó cómo Declan y Gannon atravesaban el espacio entre el palacio y los establos. Cuando sus dos invitados hubieron desaparecido de la vista, se volvió hacia Calinthe y sonrió.
-Parece que todo va de acuerdo con los planes del Conde Declan -dijo a su doncella. Calinthe asintió, aunque no estaba segura de cómo procedía el juego que se estaba desarrollando ante sus ojos, sólo conocía su parte, pequeña e insignificante.
-Intenté esta tarde atraer su atención, mi señora -dijo escogiendo sus palabras con cuidado-. Pero no ha reaccionado a mis esfuerzos.
La Dama Arlana asintió.
-Sé paciente, cariño mío -dijo con su voz suave y animándola-. Mientras lo tientes con cuidado, puedes considerar que por lo menos estás haciendo tu trabajo correctamente.
La expresión confusa de Calinthe provocó una sonrisa llena de condescendencia por parte de la Dama Arlana.
-¿Todavía no te das cuenta de cómo las cosas pequeñas encajan en las grandes?
-Me temo que no, mi señora -dijo Calinthe.
-Nuestro invitado no sólo pertenece a una Casa Luminosa -dijo Arlana, cruzando la habitación para sentarse en la única silla disponible mientras hacía un gesto a su doncella para que se sentara en un escabel cercano-. Es de la Casa Dougal y es muy probable que sea miembro de la Rama Roja.
Calinthe frunció el ceño.
-¿Eso significa algo más de lo que parece? -preguntó.
Arlana asintió.
-La Casa Dougal sirve a los usurpadores Gwydion con la devoción de los esclavos -dijo-. Si podemos conseguir que uno de los lacayos de los Gwydion crea aunque sea ligeramente que los Hijos del Halcón podrían haber juzgado mal a las hadas Oscuras, entonces habremos dado un paso de gigante hacia la ruptura de su abrumador dominio del poder en Concordia. ¿Te parece demasiado descabellado?
Calinthe lo pensó por un momento e inclinó la cabeza.
-Supongo que no, aunque todavía no consigo ver cómo seducirlo puede provocar un cambio tan repentino.
Arlana se mordió el labio y se removió en su asiento.
-Eres bastante sutil en la cama, lo reconozco, pero todavía careces de la habilidad para ver que lo ocurre en el dormitorio no es tan distinto de cualquier otro intercambio de poder. Cuando puedas ejercer la misma fascinación y encanto de pie como tumbada, consideraré que habrás completado tu educación sobre la política. Te sugeriría que además de cumplir las órdenes que te he dado vigiles de cerca lo que ocurre entre el Conde Declan y nuestro invitado Dougal.
***
Esa noche, la Dama Arlana celebró un festín en honor de sus invitados. Sir Gannon consiguió dar una impresión de confianza al sentarse a la izquierda de su anfitriona, al otro lado del Conde Declan y mantener conversaciones educadas con los demás residentes de Bosqueplata. Ese mismo día, después de su visita a los establos con el conde, Sir Gannon había conocido a Sir Lochlan, el guardián del saber del Feudo. Era un Barbagrís que se aferraba con tenacidad a lo que quedaba de su ser feérico, y que rara vez abandonaba la biblioteca del palacio. Sir Gannon también conoció al Señor Thierry, un Rebelde que parecía disfrutar con su atractivo y proclamando unos ideales anarquistas. Por primera vez, Gannon vio a los Plebeyos del Feudo: Garsen, el Trol que servía como capitán de la guardia de la Dama Arlana, y Ziloa, una barda Eshu. Durante la comida, servida por un servicio de mortales que parecían Kinain o Encantados, Sir Gannon contestó a preguntas relativamente inofensivas sobre la historia de su Casa, un tema que parecía interesar a Sir Lochlan y Ziloa. Garsen preguntó a Gannon sobre el ataque, obviamente interesado en la presencia de una banda no autorizada de proscritos tan cerca de Bosqueplata. Calinthe, que se había sentado tan cerca de Gannon que casi podían tocarse, hablaba poco, pero escuchaba todo lo que Gannon decía. La Dama Arlana le preguntó a Gannon qué artesanía estaba aprendiendo, y no mostró sorpresa cuando Gannon le contestó que estaba aprendiendo bajo la instrucción de un forjador de espadas.
Finalmente, Declan, que se había quedado callado durante la mayor parte de la cena, levantó su voz.
-Estoy seguro de que tendréis alguna pregunta sobre nosotros. ¿No es así, Sir Gannon? -le preguntó- Por lo menos, si yo fuera un invitado en vuestro Feudo y me encontrara rodeado de una horda de hadas Luminosas, aprovecharía la oportunidad que se me presentara para aprender todo lo que pudiera sobre la otra mitad de nuestra raza.
De repente, la atmósfera del comedor cambió. Gannon sintió que lo habían arrojado al papel de interrogador.
-Preguntadnos cualquier cosa -le animó Calinthe, y su mano rozó el brazo de Gannon
-Por supuesto, puede que os mintamos -intervino Thierry arrastrando las palabras.
Sir Gannon decidió ignorar el comentario del joven Sidhe.
-Tengo una pregunta -dijo.
-¿Sólo una? Yo tendría por lo menos una docena -remarcó Ziloa.
Gannon entrecerró sus ojos e inhaló profundamente antes de hablar.
-¿Cómo podéis defender tan descaradamente la creencia de que el honor es una mentira cuando he contemplado tantos ejemplos de conducta honorable en este Feudo? -El caballero Dougal dirigió su mirada hacia Declan mientras elaboraba su pregunta- Vos, señor, podríais haberme dejado muerto en el bosque y nadie lo habría sabido. En su lugar, decidisteis convocar a mi espíritu de las puertas de la muerte y también reparar el daño que le habían ocasionado a mi cuerpo. -Dirigió su atención hacia su anfitriona- Y vos, Dama Arlana -continuó-, me habéis ofrecido la amabilidad y largueza de vuestra casa, así como los cuidados de vuestro servicio.
El Señor Thierry se rió ante la mención de “los cuidados”, y Sir Lochlan lanzó una mirada amarga al Rebelde. Gannon ignoró aquel intercambio.
-No puedo sino apreciar honor en vuestros actos -terminó.
Por un momento pareció que la Dama Arlana iba a responder a su invitado cuando el Conde Declan, aclarándose la garganta, mostró su deseo de responder. La noble Sidhe inclinó su cabeza, permitiendo que el conde respondiera primero a la pregunta.
-Comprendo vuestra confusión, Sir Gannon -comenzó el Conde Declan, con su voz gentil e indulgente-. Asumís el mismo malentendido al igual que quienes siguen la insistencia de la muerte antes que el deshonor del Código Luminoso. Me temo que confundís acto con propósito. Por lo que a mí se refiere (y no pretendo hablar en nombre de nadie más) el honor, como vos parecéis definirlo, representa una serie de tópicos que sólo existen en el reino de la hipótesis. Vos os adherís a una serie de actos sobre qué hacer y qué no hacer impuestos por otros que os obligan a adoptar cierta conducta.
“Yo rechazo cualquier orden que me den otros de definir o dictar mis acciones. Mi honor es lo que yo hago de él, no la voluntad de otros. Cualquier otra clase de honor es una mentira. -El conde hizo una pausa y miró a la Dama Arlana- ¿Deseáis añadir vuestra respuesta a la mía?
La Dama Arlana sonrió.
-¿Responde eso a vuestra pregunta, Sir Gannon? -preguntó- Porque si no es así, puedo compartir mis propios pensamientos sobre el tema para aclarar la cuestión, o quizás complicarla más.
-Creo que he comprendido lo que ha dicho el caballero Declan -contestó Sir Gannon-, pero me honraríais si me permitís escuchar también vuestra respuesta.
Arlana asintió.
-Os advierto que podéis encontrar mi visión sobre el asunto del honor menos personal y más provocadora que la del Conde Declan -dijo preparando su respuesta.
Gannon asintió.
-El Juramento de la Hospitalidad me ata y me prohíbe ofenderme ante vuestras palabras, mi señora -dijo con cuidado-. Especialmente cuando las he solicitado.
-Bien dicho -intervino Sir Lochlan.
-Entonces, con el espíritu de la mutua hospitalidad -dijo la Dama Arlana, atrayendo la atención de su invitado hacia sí misma-, dejaré que mi mente hable para vuestro beneficio. Mediante sus propios actos, la Corte Luminosa ha demostrado la verdad de nuestra filosofía de honor. Lo que los ejércitos de Gwydion, Fiona, Dougal, Eiluned y -sospecho- Liam hicieron durante la Guerra del Acuerdo no encajan debidamente dentro de mi definición de una conducta honorable. Desde luego, no hubo lugar para el honor en la sala de reuniones durante la Noche de los Cuchillos de Hierro.
La cara de Gannon se sonrojó con una furia repentina cuando las palabras de Arlana cortaron el aire, cargando la estancia con la electricidad de la confrontación. Contuvo una respuesta apresurada y aguardó en silencio a que la mujer continuara.
La Dama Arlana parecía ajena al efecto de sus palabras.
-El hecho de que treinta años después, la Corte Luminosa todavía mantenga una soberanía absoluta sobre las hadas de Concordia también indica una interpretación algo negligente del concepto del honor, pero podría pasarme casi toda la noche hablando de la traición fundamental de lo que vos y los vuestros consideráis honor. Supongo que me limitaré a decir que preferimos afirmar que el honor es una mentira porque hemos visto tan a menudo la verdad de vuestras palabras manifiestas en el gran escenario de la política.
Un pesado silencio siguió al discurso de la Dama Arlana mientras la atención de todo el mundo se concentraba en Sir Gannon, esperando su réplica. Sir Gannon cerró sus ojos, recordándose que, de hecho, había sido él quien había realizado la pregunta que había provocado la condena del honor Luminoso por parte de su anfitriona. Cuando volvió a abrir sus ojos, había recuperado la compostura. Confiando en no expresar nada más allá de sus palabras, asintió tanto a la Dama Arlana como al Conde Declan.
-Gracias a los dos por vuestra sinceridad y franqueza -dijo-. Me habéis dado mucho que meditar antes de ir a dormir esta noche.
La cena terminó unos pocos minutos después y los invitados se dispersaron. Sir Lochlan regresó a la biblioteca, mientras Ziloa y el Señor Thierry se marchaban juntos fuera del palacio. Calinthe se marchó por las escaleras del piso de arriba, murmurando su deseo de acurrucarse en una cama caliente y mullida. La Dama Arlana se excusó, afirmando que tenía que ocuparse de los asuntos de la casa. Se encerró en su estudio con Garsen.
El Conde Declan permaneció en silencio cuando se quedó a solas con Sir Gannon. El caballero Dougal lo miró despacio.
-No pretendía estropear la cena -dijo como disculpa.
Declan se rió.
-Al contrario -dijo-. Permitisteis a nuestra anfitriona una rara oportunidad de predicar sus principios más allá de un coro de aduladores Oscuros. La pasión antes que el deber es otro de nuestros principios -le recordó a Sir Gannon.
Los dos caballeros continuaron debatiendo sobre el honor hasta bien avanzada la noche, sin que ninguno consiguiera una victoria clara en el campo de batalla de las palabras. Cuando Sir Gannon finalmente se marchó a su habitación en las primeras horas del alba, encontró a Calinthe esperándole en su cama. En esta ocasión se permitió responder al deseo que había despertado en él.
***
Erengannon había llegado al lugar de la batalla justo a tiempo de ver a un joven caballero en medio de su resistencia final contra una horda de criaturas de pesadilla, Thallain enfurecidos y desesperados por entrar en Arcadia, y monstruos quiméricos nacidos de los sueños aterrorizados y furiosos de las hadas abandonadas. Sin pararse a considerar su propia seguridad, Erengannon se lanzó a la batalla, y su espada se abrió camino entre los atacantes con mortífera precisión. Finalmente, el caballero Dougal consiguió llegar hasta el caballero caído.
-Levántate -le ordenó Erengannon, esgrimiendo su escudo sobre el caballero herido, cuyo sobreveste ensangrentado mostraba el dragón de plata y las estrellas de la Casa Ailil- ¡Protege mi espalda y sigue mis pasos!
Tras haber hablado, Erengannon procedió a abrirse camino de nuevo entre las filas enemigas, la furia y la desesperación, apartaron cualquier pensamiento de derrota de su mente.
A su alrededor, el mundo temblaba y se lamentaba mientras las convulsiones de agonía del Ensueño se intensificaban. El cielo se volvió de un color verde enfermizo y el viento aulló una endecha fúnebre que hubiera avergonzado el lamento de una bean-sidhe.
Una vez fuera de la batalla, Erengannon y su protegido enfrentaron un tortuoso ascenso hasta los restos del portal, donde la Dama Moira, con su cara drenada de cualquier color, todavía luchaba por mantenerlo abierto mediante su pura fuerza de voluntad. Eregannon agarró la mano de su amada y la acercó a él, mientras arrastraba el cuerpo del caballero herido a través del umbral hacia el Paso que se desintegraba con rapidez.
Mientras atravesaba el portal, el caballero miró agradecido a su rescatador.
-Mi vida es vuestra para siempre -dijo-. Así lo jura Declaniel de la Casa Ailil.
***
Sir Gannon despertó envuelto en un sudor frío. Junto a él, Calinthe todavía seguía durmiendo, sus sueños -cualesquiera que fueran- no eran molestados por sus propios recuerdos.
¿Debo traicionar ahora a alguien cuya vida todavía sigue a mi cuidado? ¿Recuerda el juramento que me hizo?
***
Durante los siguientes dos días y dos noches, Sir Gannon y el Conde Declan pasaron la mayor parte de su tiempo en su mutua compañía. La Dama Arlana organizó una caza de zorros quimérica en el Ensueño Próximo que coexistía con los terrenos mortales de su palacio. Sir Gannon se olvidó de sus preocupaciones por un breve rato disfrutando del inesperado regreso de la salud y la fuerza de su corcel feérico.
***
Por su parte, Declan disfrutó de la oportunidad de estudiar a placer a un miembro de la Corte Luminosa. Descubrió que como él, a Sir Gannon le gustaba el ajedrez y los dos caballeros pasaron una tarde entera enfrentando su habilidad. Declan pronto aprendió una visión acertada de la táctica en el juego del caballero Dougal. Sir Gannon tendía a enfrentarse a la oposición de manera directa, aunque no se desperdiciaba a ciegas una ventaja a largo plazo por una victoria a corto plazo. El propio estilo de Declan favorecía la sutileza y los riesgos calculados. No muy diferente a lo que estoy asumiendo ahora, se recordó Declan mientras tomaba la reina de Gannon en su ataque final, aprovechando el movimiento del caballero Dougal. Sir Gannon le concedió la victoria con tranquilidad, indicando que sus pensamientos se encontraban en otro lugar.
-Deberíais haberme obligado a realizar varios movimientos más- observó Declan mientras ordenaba las piezas en el tablero- ¿Estáis preocupado porque se acerca el fin de nuestro período de gracia?
Su voz era suave, pero sus ojos retenían la mirada de Gannon con un agarre implacable.
-Quizás -respondió Sir Gannon, con su tono dando la impresión de que la observación de Declan había dado en el clavo, aunque no tanto. Volvió su cabeza a un lado y miró a un punto detrás del conde. -¿Recordáis algo?
Declan parecía confundido.
-No estoy seguro de comprender a qué os referís -contestó.
-¿Soñáis con el tiempo anterior a la Ruptura? -dijo Gannon, decidiendo que se había terminado el tiempo de la evasión, si es que de hecho habían tenido ese tiempo en los últimos tres días.
-Tengo unos pocos recuerdos nebulosos -contestó Declan, midiendo con cuidado la pregunta de Gannon- ¿Qué os lleva a preguntarme eso?
Lleno de dudas, Gannon le contó los sueños que habían acudido a él. Cuando terminó su historia, con las últimas palabras pronunciadas en el mundo mortal por Declaniel ap Ailil, se sintió como si se hubiera liberado de una pesada carga.
El Conde Declan permaneció en silencio durante unos breves momentos, sopesando la historia de Gannon.
-Si vuestros recuerdos son verdad -dijo al final-, entonces mi juramento todavía se mantiene, porque no me habéis liberado de él.
-Lo sé -dijo Gannon, con su voz llena de dolor-. Y siento que os he traicionado trayendo un mensaje que contenía vuestra condena.
-No puedo evitar lo que sentís -dijo Declan, negándose a retirar la dureza de sus palabras con palabras de consuelo-. Debéis seguir vuestro código de honor. Si en verdad mi vida está en vuestras manos, entonces soy vuestro para que hagáis lo que creáis que debéis hacer. El juramento que decís que os hice no incluye ninguna condición sobre mi seguridad o mi libertad.
Gannon se levantó de su asiento junto a Declan y caminó por el pequeño salón que la Dama Arlana utilizaba como sala de juegos. Se detuvo ante la ventana y contempló los tranquilos terrenos que rodeaban el palacio.
-No puedo renegar de mi deber al Parlamento de los Sueños -dijo, hablándose más a sí mismo que a Declan.
-Nadie os pide que lo hagáis -dijo Declan. Gannon miró al conde, a quien había llegado a respetar y admirar.
-Sin embargo, hay una cosa que puedo hacer -dijo-. Se me ha ordenado que os acompañe hasta Tara-Nar y os entregue en las manos del tribunal. Pretendo permanecer junto a vos y dar mi propio testimonio de vuestro carácter y vuestro honor, a pesar de nuestras diferencias sobre el significado de esa palabra. Ofreceré mi propia reputación como caballero de la Casa Dougal y miembro leal de la Rama Roja sobre vuestra inocencia de las acusaciones en vuestra contra.
Sir Gannon suspiró al admitir que formaba parte de esa sociedad semi-secreta de caballeros de Concordia.
-No necesitáis asumir ese riesgo por mí -dijo Declan. Existe una solución sencilla a vuestro dilema moral, si queréis disponer de ella. Sólo hace tres días que os devolví el favor. Podéis considerar una vida por otra como el cumplimiento de la deuda y liberarme de mi juramento. ¿O podría ser una respuesta demasiado fácil para una Casa que se enorgullece de la dureza y la discapacidad?
La amargura en la voz de Declan era inconfundible. Sir Gannon se quedó callado ante el insulto directo a la debilidad de su Casa.
-Si creéis que voy a enfadarme por una referencia tan grosera a esto -dijo mostrando su mano izquierda mutilada para que Declan viera claramente su deformidad- habéis juzgado mal mis intenciones. No estoy tratando de buscar una salida de mi dilema; estoy buscando una salida para vos.
-Y acabo de daros una, si la aceptáis -susurró el Conde Declan.
Sir Gannon asintió una vez.
-Que así sea -dijo, con su voz carente de toda emoción, salvo dolor- Os libero de todos los juramentos que me habéis hecho -y dando la espalda al noble Ailil, Gannon salió rápidamente del salón.
Cuando se quedó a solas, Declan pasó unos pocos minutos moviendo de manera aleatoria las piezas del ajedrez. Entonces, también se levantó y salió del salón.
***
Gannon despertó a solas en la mañana de su partida de Bosqueplata. Rápidamente reunió sus pocas pertenencias y se puso su armadura de viaje, de nuevo en buen estado, sin señales de los golpes que había recibido unos pocos días antes. No había soñado nada mientras dormía, aunque se sentía menos que descansado. Una curiosa reticencia a dejar el Feudo le recorría la mente. Durante los últimos tres días, había participado en la vida de un Feudo que, a pesar de todas sus diferencias, todavía mostraba gracia y dignidad. Siempre lo recordaré.
Tan pronto como hubo terminado sus preparativos, Gannon buscó a la Dama Arlana para decirle adiós y agradecerle su hospitalidad. Ella lo recibió en su salón privado.
-Calinthe me ha transmitido sus disculpas por no poder estar aquí para deciros adiós, pero le resultan difíciles las despedidas. Todavía es joven y cede ante su corazón con demasiada facilidad.
Gannon sintió que se sonrojaba. Al darse cuenta de su incomodidad, la Dama Arlana se rió suavemente.
-No os preocupéis. Debe aprender las maneras del amor cortesano de alguien. Creo que un día se os mostrará agradecida por vuestra instrucción en amores imposibles.
-¿Habéis visto al Conde Declan? -preguntó Gannon- Ahora que debo regresar a mis deberes, debo asumir su custodia y entregarlo en Tara-Nar.
La Dama Arlana enarcó una ceja y permitió que una pequeña sonrisa asomara en las esquinas de sus labios.
-Me temo que el Conde Declan ya se ha marchado de mi casa -dijo mostrando un silencioso placer perverso al observar cómo una mirada de sorpresa aparecía poco a poco en la cara de Sir Gannon-. El tiempo de hospitalidad del Conde Declan se acabó hace horas y se marchó. Pensé que lo comprenderíais.
Sonrió despreciativamente, aunque la expresión de sus ojos traicionaba su remordimiento.
-Entonces tengo menos motivos para quedarme ahora que mi bienvenida ha terminado -contestó Sir Gannon-. Os agradezco de nuevo vuestra hospitalidad y las lecciones que he aprendido durante mi estancia bajo vuestro techo.
Se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta.
-Sir Gannon -La Dama Arlana lo llamó, haciendo que el caballero Dougal se detuviera en el umbral-. Antes de irse, el Conde Declan me pidió que os diera esto -le ofreció una carta sellada a Gannon-. Me dijo que os podría ayudar a suavizar el golpe.
Gannon se obligó a aceptar la carta, metiéndola en una de sus bolsillos antes de dejar el Feudo. Una vez lejos de Bosqueplata, cabalgó rápido hacia Tara-Nar, deteniéndose sólo cuando él o su caballo se cansaban. Unos pocos kilómetros cerca de su destino, hizo una pausa para leer la carta de Declan. Tras romper el sello, leyó las palabras a través de una visión nublada por lágrimas contenidas.
Eregannon
Perdona mi ignorancia fingida cuando me contaste tus recuerdos sobre nuestro antiguo pacto. Desde que invoqué el poder del Ensueño para curar tus heridas y revivir tu espíritu feérico, también recordé nuestro breve encuentro hace tantos siglos. Atesora tus recuerdos de esa ocasión, aunque al principio puedan traerte amargura ante mi percibida traición de tu confianza. Necesitaba que me liberaras de mi juramento -y por eso te estoy agradecido.
Cree si quieres que carezco de honor; condéname si debes, pero por favor comprende que ahora, más que nunca, has ganado un valioso conocimiento del corazón Oscuro de mi Casa. He aprendido a respetar tu dedicación y no lamento el tiempo que hemos pasado bajo el mismo techo. He intentado aferrarme a mi propia definición de honor. Si alguna vez tenemos la ocasión de volver a encontrarnos, espero que me consideres tu adversario, y no tu enemigo.
Tu hermano en el Ensueño
Declaniel ap Ailil
***
La Dama Arlana pasó el día tras la partida de sus invitados supervisando el cierre de Bosqueplata y preparándose para su propia partida de Concordia. Por mucho tiempo. Sus contactos en Hibernia aguardaban su llegada a través de un Paso al día siguiente o dentro de dos, y no tenía planes de regresar a su Feudo en breve. Garsen y Sir Lochlan aceptaron quedarse atrás para cuidar del Fuego con la esperanza de que el Parlamento de los Sueños les permitiera mantener la posesión, o por lo menos permiso, para residir en el Feudo ahora sin dueño.
-Lo único que lamento -Le dijo a Calinthe mientras preparaban la partida- es que no voy a poder ver la mirada en las caras de los ministros del Parlamento de los Sueños cuando se den cuenta de hasta qué punto Declan ha jugado con ellos como los necios que son.
-¿Qué queréis decir? -le preguntó Calinthe, su cara un espejo de confusión.
-Cuando el Conde Declan llegó primero con el cuerpo inconsciente de Sir Gannon, rompió el sello del mensaje que llevaba nuestro invitado Dougal. Después de leer el contenido, Declan cambió un nombre. El mensaje original se refería a mí, no a Declan. Parece que la noticia sobre mi visita al Reino de los Sauces se filtró poco antes de la desaparición de David Ardry. Naturalmente, el Parlamento asumió lo peor.
“Los actos de Declan no sólo me han ayudado a ganar tiempo para preparar mi partida, sino que le dieron la oportunidad de incrementar su conocimiento sobre nuestros adversarios mediante su asociación con Sir Gannon.
-¿Qué le ocurrirá al Conde Declan? -Calinthe quería saberlo.
-Sospechó que volverá a aparecer en pocos días, ya que no es sospechoso de ser cómplice de ningún crimen contra Concordia. Como mucho, puede que lo amonesten por falsificar un documento oficial, pero tiene suficientes amigos en lugares elevados para asegurarse de que cualquier castigo que sufra debido a su lealtad a su Casa sea mínimo.
-Me gustaba Sir Gannon -confesó Calinthe con sinceridad. Unos pocos momentos después volvió a hablar- ¿Tuvisteis algo que ver con la desaparición del Alto Rey?
La Dama Arlana la miró con tristeza.
-La verdad no importa -contestó- Dejemos la duda.