[EO:M.P] Roleo grupal
Publicado: 24 Jul 2019, 16:30
Prólogo
A mis hermanos de Torres del Río y de Estella.
El rey de León ha muerto.
Como os dije en mi última misiva Alfonso IX se encontraba en plena peregrinación a la tumba del apóstol en Santiago de Compostela. Estaba planificada una parada de dos días en Vilanova de Sarria, villa fundada por el propio rey, allí el cortejo del monarca debía esperar al del rey de Castilla y a representantes de las diversas órdenes militares que defendemos a los peregrinos.
Llegué a la villa la madrugada del 24, me hospedé en el monasterio de la Magdalena junto a los frailes italianos. Recé laudes con ellos y estuve descansando hasta el Ángelus, pues un heraldo me comunicó que se me esperaba a última hora de la tarde en el salón de audiencias del palacete real. Tras cantar vísperas, me dirigí al improvisado campamento que se había montado a las puertas del palacete. Por toda la villa se encontraban caballeros, damas y sirvientes de los cortejos reales, hermanos templarios, hospitalarios, santiaguistas, etc.; además de los peregrinos habituales.
Poco antes de la cena me entrevisté con el rey, su majestad se interesó por la renovación de nuestros templos en el reino de Navarra y prometió realizar una donación. En la sala se encontraban su majestad Fernando III, doña Sancha, doña Dulce, herederas de AlfonsoIX, así como varios consejeros de las noblezas leonesa y castellana. Al salir, me crucé con dos caballeros constantinianos que entraban al salón de audiencias con paso tranquilo y gesto arrogante. El rey de León fue uno de los fundadores de la Sagrada Orden Militar Constantiniana de San Jorge, lo que me hace suponer que cenarían juntos y pasarían largo rato en compañía.
Sobre la medianoche, mientras charlaba con un compañero de la Orden de Calatrava en una taberna cercana al palacete real, un joven heraldo anunció la muerte del rey Alfonso IX. Poco después nos enteremos que el monarca había fallecido repentinamente mientras discutía con sus herederos; el rey agarró su brazo izquierdo, se golpeó el pecho y en unos minutos murió tirado en el suelo.
He decidido acompañar al cortejo fúnebre hasta Santiago de Compostela donde se realizarán las exequias apropiadas. No sé cuando podré volver a veros, continúo con mi perpetuo peregrinar.
Os escribe vuestro hermano Nuño González, en la madrugada del 25 de septiembre.
A mis hermanos de Torres del Río y de Estella.
El rey de León ha muerto.
Como os dije en mi última misiva Alfonso IX se encontraba en plena peregrinación a la tumba del apóstol en Santiago de Compostela. Estaba planificada una parada de dos días en Vilanova de Sarria, villa fundada por el propio rey, allí el cortejo del monarca debía esperar al del rey de Castilla y a representantes de las diversas órdenes militares que defendemos a los peregrinos.
Llegué a la villa la madrugada del 24, me hospedé en el monasterio de la Magdalena junto a los frailes italianos. Recé laudes con ellos y estuve descansando hasta el Ángelus, pues un heraldo me comunicó que se me esperaba a última hora de la tarde en el salón de audiencias del palacete real. Tras cantar vísperas, me dirigí al improvisado campamento que se había montado a las puertas del palacete. Por toda la villa se encontraban caballeros, damas y sirvientes de los cortejos reales, hermanos templarios, hospitalarios, santiaguistas, etc.; además de los peregrinos habituales.
Poco antes de la cena me entrevisté con el rey, su majestad se interesó por la renovación de nuestros templos en el reino de Navarra y prometió realizar una donación. En la sala se encontraban su majestad Fernando III, doña Sancha, doña Dulce, herederas de AlfonsoIX, así como varios consejeros de las noblezas leonesa y castellana. Al salir, me crucé con dos caballeros constantinianos que entraban al salón de audiencias con paso tranquilo y gesto arrogante. El rey de León fue uno de los fundadores de la Sagrada Orden Militar Constantiniana de San Jorge, lo que me hace suponer que cenarían juntos y pasarían largo rato en compañía.
Sobre la medianoche, mientras charlaba con un compañero de la Orden de Calatrava en una taberna cercana al palacete real, un joven heraldo anunció la muerte del rey Alfonso IX. Poco después nos enteremos que el monarca había fallecido repentinamente mientras discutía con sus herederos; el rey agarró su brazo izquierdo, se golpeó el pecho y en unos minutos murió tirado en el suelo.
He decidido acompañar al cortejo fúnebre hasta Santiago de Compostela donde se realizarán las exequias apropiadas. No sé cuando podré volver a veros, continúo con mi perpetuo peregrinar.
Os escribe vuestro hermano Nuño González, en la madrugada del 25 de septiembre.