Webvampiro

El camino desde la terraza al cuarto piso ha sido pacífico. Apenas había ruido ni voces, como si la paz no hubiese sido perturbada ni el mundo alterado. Y sin embargo, Julián y Marga podían sentir una tensión en el ambiente, una especie de niebla mental que les constreñía el estómago y que les pedía huir, el mismo instinto que un ciervo nota cuando en el bosque los lobos aúllan, anunciando la caza.

Al abrir la puerta al tercer piso, el ambiente cambia. Se escuchan disparos, se huele la sangre, se percibe el caos. Porque es evidente que la violencia ha pasado por aquí. Hay manchas de sangre en la pared, algunas abundantes, otras meras salpicaduras. Justo detrás de la puerta que conecta con el cuarto piso, hay el cadáver de un ghoul mutilazo por un garrazo en el cuello, mirando al infinito con los ojos perdidos, muerto.
- Quitadle las armas -ordena Damià, con una frialdad poco sorprendente.

No deja mucho espacio a la reacción, pues vuelve a retomar el paso. Si los mortales siguen o no su orden, no parece importarle demasiado.

El piso en el que se encuentran estaba dedicado a la seguridad. Habitaciones con monitores de cámaras, ordenadores, armas... con un largo pasillo recorriendo las mismas hasta la puerta al siguiente. Sólo se trata de ir con cuidado. Sin hacer ningún sonido...

Off: haced una tirada de sigilo y posteadla en vuestro post

El camino escaleras abajo es tenso, y Marga no se separa de Julián... y procura no acercarse a Santiago. Los vampiros no parecen especialmente preocupados por los mortales que les acompañan, pero no puede evitar sentir el aura amenazadora que tienen los depredadores cuando se sienten en peligro.

Al llegar al tercer piso la situación no mejora, sino que se muestra en toda su crudeza. Además de la sangre y los destrozos, el hombre mutilado a su lado la deja paralizada unos segundos. Su mirada se clava en la sangre, y Marga se sorprende pensando en la cantidad que hay por todos los lados, provocando un extraño sentimiento en ella, que no podría identificar como asco o repugnancia.

Damià escribió: - Quitadle las armas -ordena Damià, con una frialdad poco sorprendente.

Marga mira a Damià, luego a las armas junto al hombre, y luego a Julián, esperando a ver su reacción.

Tirada de Sigilo 3d10: [ 2 6 10 ]

No hago caso a la respuesta que me otorga Damià. Es evidente que no ha entendido, o siquiera se ha parado a pensar el significado de mis palabras, y la verdad, es que ni me interesa lo más mínimo entablar una conversación y/o intercambio de sarcasmos en esta situación. Lo único que importa ahora, es salvar una vida que ya ha sido enjuiciada y declarada terminada. Así suele ser el ser humano, convicciones frágiles, engaños a uno mismo, sentimientos antaños duros y seguros se convierten en barcos de papel en pleno huracán. Sé que estoy muerto, y aún y así sigo buscando salvar la vida... sólo hace falta un detalle, para que se desmorone toda la convicción que poseía.

La sensación es la de cruzar un pantano a oscuras. Sabiendo que hay distintos tipos de animales que en un paso en falso, te convertirán en una amalgama de carne picada.

Una sensación que empeora en cuanto cambiamos de piso. La visión de la sangre en las paredes, la cabeza mirando al infinito a través de nosotros, la normalidad con que esos dos afrontan la situación... El hedor de la muerte empieza a acomodarse en el ambiente, al igual que el bloqueo en mi cabeza va desapareciendo lentamente, por desgracia. Las sensaciones cada vez son más peligrosas, más dolorosas, más temerosas y en cierto modo, gratificantes. Gratificantes por haber pensado en su momento que sería el primero en caer, y darme cuenta que ya ha caído alguien antes que yo, algo que sin darme cuenta, se enfatiza en la comisura de mis labios en forma de media sonrisa. Aunque de forma futil, ya que la situación me devuelve a la seriedad de la que es merecedora. La sensación de los pies pesados empieza a formarse en mi. No es cansancio, sino el propio miedo que hace que la sensación de lentitud se apodere de ellos.

Las duras palabras de Damià me despiertan, haciendo que gire la mirada hacia Marga, y posteriormente a las armas que dice Damià que hay. Si son armas de fuego de poco retroceso, tipo Glocks, haré el gesto de cogerlas, pero si son armas blancas y cualquier otro tipo, no les haré ni medio caso. Las armas blancas tengo claro que no sirven con lo poco que he visto de ellos, puesto que dependen de mi fuerza y velocidad, algo en lo que ellos ganan seguro, armas largas requieren de una experiencia que no poseo, por lo que tampoco me sirven.

(Sea lo que sea la acción que ocurra) Miro a Marga. Ver su rostro me tranquiliza, puesto que me transmite los sentimientos que poseo yo mismo, y eso hace que mi orgullo aflore y se haga con la situación. Le sonrío, levantando los hombros a modo de resignación, aunque con mirada aparentemente segura, una mirada corta, puesto que de alargarla se notaría mucho que sólo es postureo. Es el instinto de otorgar seguridad, por mucho que por dentro pueda estar acojonado, que en cierto modo es así, pero una pequeña parte de mi, una que desconocía, parece estar ¿disfrutando? de la situación. No sabría explicarlo ni si quiera a mi mismo. Es un conjunto de sensaciones parecidas y antagónicas a la vez, pero confluyen en una cierta seguridad que aboga por las situaciones novedosas que terminan saliendo bien. Es como estar en un videojuego en el que sabes que si mueres, puedes volver a probar el nivel.

Tirada de sigilo 3d10: [ 9 8 9]

Marga observa como Julián se hace con un revolver pequeño que el cadáver tenía en su mano abierta. Al ver como el hombre lo coge, lo mira sopesándolo y lo da por bueno devolviéndole la mirada, Marga le imita. Hinca la rodilla sin posarla sobre un charco de sangre cercano y deja sus tacones en el suelo. Abre una funda de cuchillo que el hombre lleva en la cintura y se hace con el arma que contiene. Coge los tacones y vuelve a levantarse, mirando a Julián que la observa. Marga hace un gesto con sus labios de sonrisa forzada, como asintiendo a su gesto, pero la situación está para pocos gestos. Inmediatamente, con cautela y pretendiendo no hacer ruído, se encamina tras los pasos de los vampiros.

Ni Damià ni Santiago hacen sonido alguno cuando avanzan. El joven va con zapatillas deportivas y es sencillo pasar desapercibido, pero ni siquiera los zapatos de vestir de Grifols emiten un sólo roce. Marga ya fue consciente de esa habilidad en otro momento, pero ahora es como si hubiese una campana que suprimiese el ruido y provoca un efecto de irrealidad extraño en los dos mortales.

El pasillo es largo y el andar, lento. Algunas puertas están abiertas y se ven señales de pelea. Uno de los pomos está arrancado de cuajo, señal que las defensas simples no sirven de mucho ante las criaturas de la noche. El revolver de Julián se torna de pronto muy inutil....o no, quién sabe.

Otra puerta abierta muestra varios monitores. Las cámaras de casa Marfà no son plato de buen gusto. Una de ellas, muestra una oscuridad total, como si estuviese rota (primer piso), pero algunos movimientos extraños demuestran que algo sobrenatural está ocurriendo. Otra, es testigo de una escena dantesca en un baño medio abandonado (baño segundo piso). Lo que está claro es que ningún rincón es seguro.

Quedan ya pocos metros para la salida. Pero justo una habitación contigua a la siguiente puerta...se oye un gruñido y el desagradable masticar de una mandibula poderosa. Cuando los cuatro se asoman a la puerta, observan una criatura sacada de una pesadilla, una mole de músculo informe que parece recordar muy vagamente a un hombre.

Pero sin duda su anatomía no es mortal. Posee un morro alargado, con dientes sobresalientes que mastican el estómago abierto del cadáver de uno de los guardias. Los ojos sin vida del hombre reflejan en su expresión el horror de ese ser, que con unos brazos casi tan largos como el resto de su cuerpo, parece avanzar más como un simio que como un humano. Unas garras afiladas acarician el suelo, con un sonido que provoca dentera hasta en el más valiente.

Si ninguno de los presentes rompe el sigilo, lo más seguro es que salgan sin problemas. Pero una mínima distracción y la criatura se dará la vuelta...

Y una presa viva siempre alimenta más que una muerta.

Marga se queda paralizada ante la monstruosidad y el horror que descubre en la última habitación. Y precisamente ese horror es el que la salva, pues se queda sin habla a pesar de abrir la boca con miedo. Y el que Julián se mueva a su lado la saca de la parálisis, y sudando y con más cautela si cabe de la que ya tenía, la mujer avanza por el pasillo lentamente, cuchillo en una mano, tacones en la otra.

Tirada de Sigilo: [3, 10, 7]

[10, 2, 10] = 22

La medio sonrisa de cretino que se me había puesto hace un momento, desaparece en cuanto mis ojos ven a esa bestia salida del averno. Los pasos se detienen, quedando un pie en medio del umbral, y el otro en el borde anterior, pareciendo un cuadro del pintor más pintoresco que se pueda venir a la mente. Unos segundos que parecen horas, hacen que mi silueta momentáneamente estática retroceda nuevamente hasta la pared anterior al umbral, pareciendo una broma del mismísimo Bill Cosby.
En mi interior intento gobernar mi agitada respiración para no delatarme, viniendo a mi mente los ejercicios de una embarazada y clonándolos en esta situación para que el oxígeno vuelva a penetrar en mi cerebro mórbido haciendo competencia a la mismísima Pereza.

Miro mi revólver de una manera como si de una rama de abedul se tratara sin darme cuenta que el cañón del arma está mirando hacia mi sien. Parece que mi cuerpo está actuando sin que mi cerebro perciba conscientemente ninguno de mis gestos... al menos hasta que de súbito esa parálisis desaparece en cuanto me doy cuenta de la subnormalidad que estaba haciendo... la parte positiva es que ya vuelvo a tener el control de mi propia esencia.

Una vez estabilizada mi respiración avanzo como si estuviera pisando huevos, con el arma apuntando a esa cosa que está cenando alguno de los desgraciados que tal vez me haya cruzado en algún momento de la noche. Como se atreva a girarse, vacío el cargador antes de ser su segundo plato.

El miedo confiere la habilidad a los mortales de ser tan silenciosos como una corriente de aire. Lo único que resuena en la sala mientras avanzan es el crujir de los huesos entre los dientes de la bestia, sonido que les acompañará para siempre durante las noches de pesadilla.
Por fortuna, la criatura no se gira.

Y con ese mismo cuidado, salen del piso, bajando al siguiente.

off: qué suerte habéis tenido hahahaha ahora os abro el siguiente tema