Publicado: 05 Sep 2016, 20:46
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En un aparcamiento a las afueras de Barcelona
Miriam, notas el calor de los neumáticos efecto de la derrapada que has metido sobre el asfalto mojado, ahora humeante bajo las suelas de tus botas de cuero. Serault te hace caso, y sin que tengas que repetirle la orden dos veces se monta de un salto en el asiento trasero de la moto deportiva con una agilidad que no corresponde a su edad. Notas el cuero duro de su maletín contra tu espada, la fuerza con la que se agarra a tus costillas con sus huesudas manos, y alcanzas a oír, antes de que el motor empiece a rugir de nuevo silenciándola y salgáis despedidos hacia el desvío que conduce a la autopista, su voz gritándote al oído:
- ¡Señorrita, vienen dos más, rápido, rápido!
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Bruno, en el último momento has conseguido impedir la pirueta con la que vuestro atacante quería sobrepasaros agarrándole de su chaqueta acolchada. El tipo es muy rápido y ágil, y consigue zafarse de tu precaria presa a la vez que hace una finta para evitarte a ti y al cuatro por cuatro que tienes tras de ti. La visera oscura del casco no te deja distinguir su rostro, pero por un momento parece mirarte directamente, retándole a que vuelvas a intentar impedirle que llegue hasta Serault
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Eneko, vuestro agresor vuelve a encararse con Bruno, mientras tal vez tú miras impotente el fino cortaplumas que sostienes en tu mano derecha, ahora cubierto de unos restos resecos de una sustancia viscosa y pardusca... dudas si quiera que haya sentido los pinchazos. A tus pies, el conductor del cuatro por cuatro que os embistió y Miriam tiró al suelo empieza a gemir, recuperando poco a poco la consciencia. También llegan los primeros testigos mortales, probablemente atraídos por el sonido martilleante del fuego automático de hace unos minutos: veis a una pareja muy joven de chicos que probablemente hayan llegado desde la discoteca y que desde lo alto de un pequeño terraplén y a bastante distancia, os observan mientras uno de ellos parece que empieza a hacer una llamada.
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En un bloque de apartamentos de Badalona...
Jean Luc, subes de dos en dos las escaleras para llegar cuanto antes al cuarto piso, mientras intentas mantener el manto de ofuscación que te oculta de cualquier curioso accidental. Como por ejemplo esa señora oronda, adormilada, pero de oído afiladísimo (¿doña Avelina?) que abre con disimulo la puerta de su vivienda en el descansillo del tercer piso, probablemente para investigar a que se debe tanto trasiego de gente de madrugada en sus dominios
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Smaragd, el pastor alemán te gruñe, enseñándote los dientes mientras se prepara para saltar sobre tí si das un solo paso más hacia su dueña. Pero probablemente a ti te interesa más como, en respuesta al rápida sucesión de palabras que pronuncias, el rostro de la tal María se queda congelado en una mueca de sorpresa, que poco a poco va mutando en un rasgo de pavor, al comprobar cómo el grito instintivo que empezaba a nacer en su boca muere, mientras el eco de vaya-usted-a-saber-qué recuerdos va despertando poco a poco en un perdido rincón de su mente. Da un par de pasos hacia atrás, en dirección a la puerta entreabierta de su vivienda.
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