La primera buena señal fue no encontrar el coche en el aparcamiento. Parece que ella decidió irse, algo que Jordi había llegado a dudar. Consultó el móvil y vio algunos mensajes que debía de haber mandado antes de salir de la fiesta y encontrarse con el conde, o lo que fuera, Mijali D'Abras.
Desdeñándolos con una sonrisa, guardó el móvil y siguió su camino, con una preocupación a pesar de todo. ¿Por qué no había mandado un mensaje al llegar a casa?
Bajó por las calles de la Ciudad Condal dándole vueltas en la cabeza a todo lo que había pasado esa noche. A mitad de camino, un escaparate junto a una farola reflejaba su rostro, y el Brujah se detuvo un momento a mirarse a sí mismo, extraño con el smoking.
Se preguntó qué vieron los otros dos Vástagos en él esa noche. ¿Un idiota sin cabeza? ¿Un caballero enamorado dispuesto a enfrentarse al dragón para salvar a su dama? A Jordi le habría gustado verse así, pero en su fuero interno sabía que no era amor puro lo que había sentido esa noche.
Para empezar, cuando la contempló por primera vez esa noche, maquillada, peinada y vestida para la ocasión, fue lujuria lo que se despertó en el periodista. Y ni siquiera fue un deseo por hacerle el amor, sino más bien del tipo de lujuria que los Vástagos sienten por la sangre de sus víctimas.
Jordi se había prometido que nunca se alimentaría de su amiga. Pero cuando escuchó que Carme sería ofrecida como aperitivo en la fiesta, un fuego nuevo para él ardió en su interior. Sintió que no permitiría bajo ninguna circunstancia que otro Vástago probara la vitae de Carme. Dicho de un modo peor, si alguien tenía que beber su sangre, no sería otro más que él.
Nunca había sido celoso, pero encontró que en lo que respectaba a los Condenados, Carme era suya, y habría tratado de matar a quien intentase tocarla, fuera el conde de Bonnafont, Jean Luc, Val o la mismísima Dolors. Si a esto se le unía las formas bruscas y autoritarias que Jordi no podía evitar cuando discutía con ella, dibujaba un perfil. Y Lliures.cat había dedicado suficientes páginas a la violencia machista como para saber cuál era.
Deseó romper el escaparate, pero ya había habido suficiente estropicio por esta noche, y tenía la cabeza un poco más fría que en la fiesta. Consultó de nuevo el móvil y vio que seguía sin tener mensajes de ella. Guardó el aparato y continuó su camino, apresurando el paso.
Veinte minutos después encontró el coche en una plaza de minusválidos cerca de la casa de Carme. Y mal aparcado encima. Quizás no había sido muy buena idea dejarle conducir después de todo lo que había bebido.
La puerta de la casa se abrió gracias a la llave que Carme solía dejar oculta en el buzón. A Jordi le tranquilizó escuchar una fuerte respiración, casi ronquidos. Encontró a su compañera durmiendo en un sofá que era demasiado pequeño para eso, el cuello doblado en una mala postura. Vaciló sobre si delatar su intrusión en la casa, pero no podía dejarla así.
─ Carme... Carme...
Era inútil, cuando bebía tanto no había fuerza que pudiera despertarla. Recordándolo, se la cargó encima y la llevó hasta la cama, mientras ella ni se enteró. Le quitó el vestido y lo dejó sobre una silla, y no pudo evitar contemplar un momento la elegante lencería. Dudó porque no quería llegar más lejos, pero sabía que estaría incómoda por el sujetador. Al final lo desabrochó sin retirarlo.
Desgraciadamente, no pudo evitar captar su aroma. No el de esa colonia, agradable, pero inocuo. Fue el olor corporal, que le trasladó a los días de su vida mortal donde compartió cama con ella, y a su vez despertó instintos y deseos menos humanos. No pudo evitar echarle la cabeza atrás y oler su cuello de cerca. Inspiró profundamente varias veces para empaparse de esa esencia. Para atesorarla en su memoria. Pensó en su cama, en la que reposaba durante el día, que siempre estaba fría y no olía a nadie, no como este lecho cálido y humano. Inspiró una vez más. Puso su mano en el muslo de ella para sentir su calor. Escuchó su respiración. Notó sus latidos. Los colmillos del vampiro crecieron lentamente.
Tirada de Autocontrol:
Antes de que sus labios tocasen el cuello, se detuvo un momento. Había prometido no hacerlo, pero después de todo lo sufrido en la fiesta, y sabiendo que no podría despertar, se había ganado tomar aunque fuera sólo un poco. Durante un rato se estuvo debatiendo, pero levantó la cabeza y se vio en el espejo, echado sobre su amiga inconsciente. Se retiró y la arropó con las sábanas y la manta.
Tremendamente avergonzado, cogió las llaves del coche del mueble de la entrada, salió y bajó las escaleras rápido. Había conseguido evitar los peligros de la noche para él y su amiga, pero era más difícil escapar de en quién se estaba convirtiendo.
Fuera de Juego: