Publicado: 08 Feb 2017, 21:22
Val Barcels caminaba a paso vivo con las manos en los bolsillos de su chupa de cuero, no tanto para evitar el cortante frío de diciembre de la ciudad, como para combatir la creciente tentación de largarle una hostia a su acompañante que lo empotrara contra uno de los decorados escaparates de la Avinguda Diagonal. Literalmente.
- No nos jodas, Val, no puedes dejarnos plantados así. Los chicos llevan semanas preguntando por tí.
- Para joderte a tí tendría que lavarte en agua hirviendo primero y luego sacarme los ojos, Fardacho. Te lo digo por última vez. Tengo otras cosas que hacer, ya se lo dije al Pilas. Os dejé suficiente pasta como para calentaros la mezcla con cucharas de oro y a los de Badalona les dimos de hostias tanto la última vez que no creo que os toquen los huevos hasta el año que viene. Así que no me los toques tú a mí, y deja de seguirme. Que tengo cosas que hacer, coño ya. Y que no soy vuestra madre.
Fardacho era un chico enclenque y bajito de unos 16 años del grupo de skins que idolatraban a Val como sólo se puede idolatrar a esa edad a una camorrista buscabroncas que te paga los picos y le parte la cara a quien se le ponga por delante. En estos momentos, Fardacho se empeñaba en seguir a Val por la transcurrida Avinguda Diagonal, casi sin resuello, mientras el resto de viandantes se apartaban a su paso: la estética de ambos jóvenes, y los bufidos de Val, no invitaban a cualquier interacción casual. Al fin, Val se paró en seco y se giró hacia su persistente perseguidor.
- Mira chico, estos días estoy liada, de verdad. Pero después del 30 creo que volveré a tener algo de tiempo. Me paso por la Guarida y vemos que se puede hacer, ¿vale? - Val miró con atención la primera vez esa noche la demacrada cara del muchacho - y pásate por el burger y compra para los muchachos, venga. Pero por el burger, ¿eh?, que esto es para comida. Y mejor que sobre. Toma, la pasta. Y ahora, a tomar por culo de aquí.
Val observó al muchacho salir corriendo calle abajo, y suspiró. Tan pálido, los brazos llenos de pinchazos... Hubo un tiempo en el que lloraba cuando morían. El primero que falleció en sus brazos fue un rumano vivaracho y de mano larga. Comir. Se ponía una colonia de su país, que olía de una manera particular. Se consumió en medio año. Luego el tiempo fue pasando, como las vidas que pasaban por la Guarida, y Val dejó de llorar por ellos; aunque a veces seguía abrazándolos en su última noche. Y ahora, que tenía nuevas obligaciones, y la gente importante esperaba cosas importantes de ella, pensó Val mientras retomaba su marcha, Diagonal abajo, ¿se olvidaría de esos chicos? ¿o volvería a llorar por ellos?.
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¡MEEEEEC!
- ¿Lleva algo metálico, señorita?
Hacía horas que la mayoría de funcionarios que trabajaban en la Delegación del Departament dInterior de la Generalitat estaban ya en casa, pero la seguridad básica del edificio se mantenía. En este acceso lateral la seguridad básica se llamaba Antonio, un Mosso delgado y joven, y a buen seguro no era el más brillante de su promoción, pero tenaz. Al menos lo suficiente para empeñarse en que Val pasase por el arco de seguridad.
- Mmm, déjame pensar no creo que no. Salvo el choker de púas metálicas. Y las botas con los refuerzos de metal. Y los aros. Y los piercings. Y la bisutería. Y un par de pinchos, ya sabes, una chica tiene que defenderse. ¡Ah, y mi corazón de oro, claro!
Antonio, con un gesto de esfuerzo por el cálculo que le suponía integrar todas esas variables en su protocolo de trabajo, empezó a sudar profusamente
- Voy a necesitar que deposite esos objetos en la bandeja, señorita.
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Aún mientras subía por las imponentes escaleras del edificio junto a Alicia Giner, Val siguió riéndose un buen rato.
- Si hubiera proporcionado mi nombre a la entrada todo habría sido más sencillo, señorita Barcels.
- Sí. Y menos divertido. Y ahora, al lío. Dijiste que necesitabas verme para darme más información sobre la fiesta esa en la embajada. Soy todo oídos.
- La fiesta es la recepción formal de Monsieur de la Bonnafont, nuevo agregado cultural del consulado francés en Barcelona, o al menos esa es su identidad de cara al público general. La información detallada se la dará otra persona las dos mujeres dejaron atrás la balaustrada de mármol y las escaleras y entraron en una habitación de reuniones moderna, y de decoración minimalista. Vacía.
Val levantó una ceja y miró inquisitiva a Alicia, que se limitó a sacar una tableta de su bolso, y tras manipularla brevemente, la dejó sobre la mesa, en un ángulo de 45 grados y con una aplicación de videoconferencia activada.
- Hola, Val.
Desde la pantalla, el rostro de su sire, coronado por una mata de pelo naranja, le saludaba.