Una noche más en esta ciudad:
Caminaba hacia por fin hacia casa, tras una fugaz visita a la redacción, donde un par de chicos aún trabajaban aunque había caído ya la noche. Volvía con un pequeño portátil en el que tendría que terminar los documentos necesarios para mañana.
Al pasar por mi calle, di un rodeo para esquivar a los jóvenes que se estaban pinchando con una jeringuilla. Todavía me acuerdo de cuando éste era un barrio bien.
No veía el momento de llegar, pero por fin el viejo ascensor culminó su lento ascenso. Pasé a mi apartamento y cerré la puerta. Dejé mis cosas un momento sobre la mesa de café y me quité los tacones con un sonoro gemido de alivio. Al fin. No suelo vestir ese calzado, pero cuando tienes que convencer a unos viejos empresarios de que se anuncien en un periódico anticapitalista, toda ayuda es poca.
Me dejé caer en el sofá, espatarrada y fofa como una muñeca de goma. Mi jornada todavía no había acabado, pero necesitaba quedarme un rato como tonta sin hacer nada antes de volver a la batalla de las hojas de cálculo.
¡Ding, dong!
"¿Pero quién?". Me levanté acompañada por un profundo suspiro de protesta. Y se me metió un poco de miedo al acercarme a la puerta. Miré por la mirilla y vi a un pequeño hombre barbudo, al que abrí.
─ ¡Jordi! ¡No puedo creer lo que ven mis ojos!
Jordi estaba plantado frente al umbral mirándome intensamente. No sabría decir por qué, pero me parecía más como un fantasma que como mi amigo, pálido, ausente y a oscuras en el rellano.
─ Carme. Hola.
─ ¿Cómo es que vienes por aquí?
─ ¿No me vas a dejar pasar?
Me aparté y le hice un gesto, y el entró lentamente como si estuviera atravesando una barrera. Pasó directo hasta el salón, ya que conocía bien la casa. Lo miré por fin a la luz.
─ Tienes mejor aspecto que la última vez.
─ Es que he cenado antes de venir ─no comprendí demasiado su respuesta, pero no tenía ganas de tratar con sus cosas raras.
─ ¿Qué es, Jordi ─dije ya algo cortante─?
─ Me gustaría que me ayudases con una cosa.
─ ¿Qué te pasa ─lo dije con toda la intención─?
─ Necesito ropa.
─ Pueees... cómprala.
─ Me gustaría que me ayudases a comprarla.
La propuesta me dejó muy descolocada. ¿Después de meses evitándome ahora venía aproponerme planes? Le vi vestido con una camisa de manga corta a pesar del frío de diciembre y unos pantalones gastados que necesitaban un lavado. Quizás sí era que necesitaba ropa y nada más.
─ Pensaba que te comprabas ya tu propia ropa. Joder tío, que tienes 42 tacos ya.
Él se giró y miró hacia la pared. Supe que echaría de menos la foto nuestra que ya no estaba colgada. Se quedó un rato en silencio, diría que no le sentó nada bien comprobar que la vida seguía sin él.
─ Carme, necesito tu ayuda. Ríete de mí si quieres. Me compro mi ropa, de vez en cuando. Pero necesito ropa para una fiesta de postín y no quiero hacer el ridículo.
─ ¿Una fiesta de postín ─dije con toda la extrañeza en la cara─? ¿A qué fiesta vas tú? Quiero decir, ¿a qué fiesta "de postín"?
Jordi se volvió a girar un poco hacia mí, pero bajando los ojos. Desde que dejó de venir al periódico y empezó con asuntos raros, tenía dos formas de estar frente a mí: o me lanzaba una mirada intensa y perforante, o miraba para otro lado esquivando mis ojos.
─ Es una fiesta en el consulado francés. La invitación pide acudir en "traje, chaqué o esmoquin".
─ ¿Qué? ¿Qué pintas tú en el consulado? ¿Tú sabes la gente que va ahí?
─ No lo sé. Me han invitado. Supongo que como director del periódico...
─ ¿Pero tú sabes la gente que va allí? ¿Tú crees que les gusta lo que escribimos?
De repente volvió a clavar sus ojos en los míos. Lo hizo con tal velocidad y fuerza que me asustó.
─ ¡Carme! Necesito que me ayudes, por favor. No tengo a nadie más en quien confiar.
─ Tú no confías en mí ─prostesté─.
─ Carme, por favor, esto es importante para mí.
Lo contemplé, con su mirada intensa y magnética, pero a la vez suplicante. Más que pena, sentí enfado de que, después de todo lo que había pasado, recurriera a mí cuando necesitaba cualquier cosa.
Pero luego pensé que quizás podría ayudarle. No a comprar ropa, pero si le apoyaba con esto quizás empezara a confiar de nuevo en mí y me hablase de lo que fuera el lío en el que estaba metido. Y le estaba perdiendo la paciencia a Jordi y sus vaivenes, pero de veras quería salvarle, aunque no supiera de qué.
─ Tranqui, tío. Mañana si quieres después de comer puedo acercarme contigo al Passeig de Gràcia.
─ Tan pronto no puedo, te recojo a las siete en la redacción.
─ Ya empezamos.
─ Gracias, Carme.
Antes de que pudiera reaccionar me dio un beso en la frente y salió del salón y escuché la puerta. Después de tomarme un momento, miré al ordenador y decidí llenar la bañera y mandar al trabajo a tomar por culo.