Publicado: 07 Oct 2017, 02:16
La pequeña multitud congregada en el muelle de carga B7 del puerto comercial de Barcelona prorrumpió en gritos simultáneos de celebración y decepción cuando la luchadora sueca, casi dos metros de músculo vikingo, palmeó la lona con su mano derecha en señal de abandono. El duelo final había estado tremendamente disputado hasta el último momento, instante en el que el favorito del público, un chico de Mataró alto y fibroso, practicante de artes marciales mixtas, había inmovilizado con una llave de agarre al cuello a su contrincante, que no había podido hacer otra cosa si no conceder la victoria.
Luis Carabajal respiró aliviado, no sólo por la plata que acababa de ganar con su apuesta por el chaval, si no porque finalmente parecía que su pequeño torneo clandestino de lucha había sido un éxito. Carabajal conocía a un tipo que conocía a otro tipo cuyo primo tenía un gimnasio de entrenamiento, o al menos eso le había dicho a Bruno. No le había costado mucho convencerle de correr la voz por otros locales de entreno de la zona. Se iba a celebrar un campeonato clandestino en un par de semanas. Los premios eran humildes, pero prometían un porcentaje de las apuestas. Todas las artes marciales estaban permitidas, y se estableció un sistema de puntos para decidir las victorias.
De la localización y otras cuestiones logísticas se había encargado el propio Bruno. Carabajal no quiso preguntar, pero las puertas de uno de los muelles comerciales del puerto de la ciudad quedaron abiertas esa noche para celebrar el evento. Desde algunos de los gimnasios de los barrios más pudientes llegó público con ganas de apuestas y emociones fuertes, atraído por la peculiar (y peliculera) localización y por el carácter clandestino del torneo. Se montó un ring de lucha en menos de una hora y entre filas y montañas de containers, con las enormes grúas portuarias de carga y descarga de fondo y los enormes cargueros prendidos con sus luces de posición iluminando el negro Mediterráneo, dio comienzo a la velada.
Era casi medianoche cuando el arbitro levantó la mano del vencedor entre aplausos, la mitad del público encantado con su bolsillos llenos; la otra mitad, también contenta; al fin y al cabo, la mayoría de asistentes era gente joven con posibles, de buena familia y posición, y que a la mañana siguiente tendrían una experiencia nueva que contar, bañada en adrenalina ajena, que bien valía un puñado de euros. Con dinero y enegía, la noche estival era un fruto maduro y apetitoso al alcance de quien estirara la mano para cogerla. Tal vez no sólo la noche lo fuera.
---La mayoría de gangrels nous habían llegado hacia el final del torneo ilegal, cuando el duelo definitivo acaparaba las miradas de la mayoría de asistentes mortales que se habían congregado en el muelle B7. No estaban todos. Habían acudido Akula y Lucas, ambos enormes, aunque el primero fuera casi un prototipo de gangrel feral, mientras el segundo su antítesis física, un hombre entrado en años y carnes, vestido con un traje chaqueta tan fuera de lugar y de pasado de moda como unos anteojos ahumados y ridículos que enmarcaban sus ojos pequeños. Habían acudido Miriam y Ariadne, chiquilla y sire, con su presencia imponente que invitaba poco a tomarse confianzas. Y por supuesto estaba Zuriñe, líder de facto observando discretamente la escena sobre uno de los contenedores comerciales que se distribuían interminables por el muelle de carga, como piezas de colores de un juego infantil de construcción.
Tampoco estaban todos los vels; habían llegado dos o tres gangrels jóvenes, tanto en edad aparente como real (Lluisa, una chica que siempre parecía estar frunciendo su ceño; luego estaba Emilio, y... ¿còmo se llamaba el tercero?). Estaban Rodrigo y Bruno, sire y chiquillo, el segundo organizador de aquella reunión. Y por supuesto estaba Ana Franco, azote de la ciudad, que ahora se había puesto delante del resto de su facción, como quien protege a sus polluelos, sin perder de vista a la otra mitad de su clan.
Mientras, los mortales, intercambiando risas y gritos, fueron vaciando poco a poco el recinto, primero el público, luego los propios participantes, tras ducharse en una vieja instalación de los estibadores. Finalmente los propios promoters del evento abandonaron el muelle. Todos los presentes sabíais que eran vuestros si queríais alimentaros de ellos. Sangre pija, sangre repleta de adrenalina, sangre de viejos luchadores... ese era el menú, el refrigerio antes de la reunión realmente seria. Lucas desapareció el primero, tras la pista del vencedor del torneo, el chaval aquel de Mataró, en quien se había fijado con expresión golosa. Lluisa volvió tras unos minutos con el ceño algo menos fruncido, de la zona de las duchas. Rodrigo también se ausentó durante unos instantes, al igual de que la propia Zuriñe. Hasta que al final fuisteis una doce de vástagos, mirandoos unos a otros, en silencio, en medio de una calurosa noche estival, con la brisa soplando desde el Mediterraneo hacia la ciudad, silbando entre corredores interminables de containers de colores.
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