Publicado: 29 Jul 2018, 12:22
Riosequillo, un puñado de casitas blancas más o menos agrupadas en el lateral de una pequeña garganta por la que alguna vez circuló el río que le deba nombre, no destacaba nada con respecto a los otros pueblos de la zona. De la veintena de edificios de blancas paredes encaladas que podrían componerlo, la mitad parecían clamente abandonados, con parte de los techos derrumbados u otros desperfectos estructurales graves. En sus inmediaciones se había plantado vid en el pasado, pero ahora sólo sobrevivían algunos esqueletos de las cepas, resecas y retorcidas, como manos sufrientes que surgían de la tierra, que daban testimonio del cambio mediambiental que había arruinado a la región.
La casa, una construcción de dos pisos, típica de la zona, se situaba en el borde superior del pueblo y era la más grande de todas, calculabas una planta de 300 metros cuadrados. Un caminito de tierra prensada y asfalto deshecho serpenteaba entre las otras construcciones hasta alcanzar la entrada de la de la supuesta abuela de Mariajo, enfrente de la cual estaban aparcadas hasta cinco relucientes motocicletas (alguien las había lavado recientemente, como evidenciaban los charcos cercanos), modelos muy diferentes entre ellos (había desde una Honda trialera hata una Triumph GT, sin pasar por alto una icónica Harley, que sí, parecía original), pero todos de alta gama. En la trasera de la casa había una vieja huerta rodeada de un murete de piedra, que no estaba del todo abandonada dado que en ella no crecían las malas hierbas que sí abundaban por el resto del pueblo, si bien tampoco parecía cultivado. Lo que más destacaba era un pequeño contenedor metálico de obra, que permanecía vacío, así como algunos materiales de reforma (ladrillos, botes de pintura, plásticos....). Sin embargo por fuera no parecía aparente que se estuviera desarrollando obra alguna. La fachada externa de la edificación parecía robusta, y todas las ventanas permanecían cerradas y con las persianas bajadas (las del piso inferior estaban cegadas con ladrillos, como las de otras casas de la zona, probablemnte para evitar robos) y sin luces encendidas.
El silencio casi absoluto (sólo los sonidos de grillos y cigarras añadían cierto ruido de fondo a la estampa sonora) permitió al afilado oído de Miriam en su actual forma alada escanear la zona en busca de actividad de forma muy cuidadosa. El pueblo en principio parecía abandonado, más allá de algún felino despistado, aunque no descartaba que pudiera haber algún vecino solitario en alguna de las casas. La que en realiad le interesaba estaba también en silencio, aunque un leve rumor de ¿música? ¿televisión? se colaba por alguna de las persianas no del todo estancas del primer piso. La única entrada evidente, además de la principal, era una puerta trasera que daba a la huerta. Ambas puertas permanecían firmemente cerradas.
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