Publicado: 13 May 2018, 22:29
El primer tercio del viaje se le hizo cortisimo a Miriam. Estuviste muy entretenida programando el GPS con la nueva ruta, que abandonada en seguida la autopista de la costa para remontar tierra adentro hacia la ciudad de Granada, pero evitándo entrar en ella; a la vez vigilabas ocasionalmente tanto a la sombra negra que, ahora estabas segura, seguía a tu vehículo a muchos metros de altura, mientras no perdías de vista la aguja que indicaba los niveles de gasoil; no habíais pasado por una gasolinera en la noche anterior, y el enorme vehículo negro consumía a un ritmo alarmante el poco combustible restante. No obstante decidiste priorizar alejarte de Hispavegas, ya habría oportunidad de llenar el depósito más adelante.
Unos kilometros más adelante tu precaución se mostró acertada. Había controles de acceso a la ciudad de Granada, y aunque en principio no tenías nada que esconder, la mera molestia de ser detenida y registrada bien valía el pequeño rodeo. Aunque por otro lado, pensante consultado el mapa de carreteras, la ruta que habías escogido y que te dirigía al norte del desierto de Tabernas ya constituía un gran rodeo per sé. Las casi dos horas que llevabas de coche te habrían llevado casi hasta la zona árida por la ruta más breve, mientras que esta hacía que aun tuvieras por delante más de la mitad del trayecto.
La autopista dirección norte se tornaba en una nacional mal mantenida que giraba hacia el este una vez sobrepasada Granada y sus alrededores. Eras ligeramente consciente de que el teléfono móvil que habías abandonado en el asiento del acompañante había vibrado en un par de ocasiones durante el trayecto. Después de leer el último mensaje de Tristán lo habías abandonado allí, y no lo habías vuelto a atender. La sombra aleteante que te perseguía en ocasiones se dejaba de ver, lo que alimentaba durante unos minutos tus esperanzas de que se hubiera aburrido y hubieras dejado de perseguirte, pero en todas las ocasiones reaparecía tras una nube alta, de forma insistente y un tanto desesperante.
A medida que te adentrabas en la península te aproximabas también a Sierra Nevada. Ya de camino a Hispavegas el enorme macizo montañoso era una presencia muda pero poderosa, una especie de fuerza salvaje que de alguna manera parecía apelar a tu naturaleza salvaje, como si quisiera llamarte a su presencia. Por lo poco que sabías de la zona Sierra Nevada era uno de pocos parajes vírgenes protegidos de esta parte del sur de España. Hoy lo observabas por su cara opuesta, la interior, y te parecía incluso más imponente. En algún momento, hurtando la atención que te exigía la conducción, y pese al riesgo que eso suponía, te quedaste con la mirada clavada en el perfíl aserrado de los picos, iluminando tus ojos como dos ascuas rojas para poder apreciar algo más que sombras, y admirar, aunque fuera brevemente, ese gigante, que hoy te parecía incluso más espectacular después de salir del agujero infecto de Hispavegas.
Cuando el color de alarma de gasolina cambió de amarillo y rojo supiste que no podías retrasar mucho más el repostaje. Delante de ti no tenías muchas opciones dada la hora y tu posición. Había un par de gasolineras disponibles en próxima localidad de tamaño medio (decenas de miles de habitantes) que ibas casi a rozar en tu ruta. O bien podías parar en alguno de los pueblos pequeños que contaban con uno de estos establecimientos. O, por último, optar por una de las gasolineras que descansaban solitarias bordeando la moribunda nacional.