Cruzó los brazos aún echado sobre aquel camastro sacado de algún barracón militar de los años 60 y mirando al techo, dedicó unos minutos a meditar a solas todo lo ocurrido en la anterior noche.
<Amelia...¿seguirá en el templo?¿la estaba ocultando Sahil?> pensó recordando que encima del escritorio del malkavian, habían dos documentos y uno de ellos...no lo había escrito el lunático. No era la misma caligrafía. A la pregunta a sí mismo le siguió el pensamiento del recuerdo de la advertencia de Sendra...o la insistencia de Sendra, de que no se le ocurriera ir allí a solventar nada del asunto de Amelia.
Y por supuesto, el requerimiento extra del Regente de que colaborase con Garza en el siguiente ritual, siendo guiado por él. Apretó los labios con algo de rabia al recordar la sonrisilla de suficiencia de aquel aprendiz cuando se le adelantó en el ritual de localización de la magister traidora. Pero ser un tremere ortodoxo suponía también preparar una estrategia con la que adelantarse a los acontecimientos. Adelantarse y seguir fingiendo que estaba de capa caída o que era un pasota distraído por asuntos banales. Ya iban dos veces que había mencionado a Joanna; una a Constantí y la otra a Sendra y aquella mujer desenfadada que bailaba en el templo con sus pies descalzos le había salvado de tener que dar explicaciones más serias. Y ahora se las debía a ella.
Por eso, esta noche, era la noche en la que debía meditar bien el siguiente movimiento. Y también resolver lo pendiente.
Se levantó de la cama y se dirigió al aseo directamente a ducharse y a asearse. Frente al pequeño espejo del lavabo vio a alguien agobiado.
<¿Estoy pagando todo el tiempo que he pasado encerrado en la biblioteca ajeno al mundo durante 6 años?> volvió a preguntarse a sí mismo mirando su reflejo pálido. Y aunque su palidez era natural, temió que todos esos años encerrado entre libros le hubiesen costado perder la noción de lo humano y que se estuviera perdiendo a sí mismo.
De repente recordó que tenía que haber hecho algo importante y se pasó las dos manos por el pelo.
- Mierda.
Se vistió corriendo, cogió la pistola, la estaca y su puñal, se los colocó en el cinto de cuero con el que sostenía su daga girandolo para que se colocase en su lumbar, volvió a ponerse su abrigo negro y se dirigió a la puerta. Paró un momento solo para sacar el móvil y enviar un mensaje.
Y justo después de ese momento, al echar un último vistazo a la habitación para que quedase recogida e impoluta su vista se topó de nuevo con los volúmenes prestados por Serafín y la idea que estuvo meditando la noche anterior. La pregunta, que no idea
¿Dónde había tenido la misma sensación mística que tuvo frente al homúnculo en el ritual de localización de Amelia?
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