Aquella enorme lámpara rojiza que pendía sobre las escaleras avisaba al entrar del distinguido toque modernista que habían elegido para decorar cuidadosamente Le Gens que J'aime, el pub que daba la bienvenida al entrar con pequeños carteles en blanco y negro sacados de los años 50, además de aquel enorme objeto que presidenciaba la escalera.
Como detalle adicional, cambiaba de color según como tuviera la noche el dueño y habían entrado justo el día del rojo. Sin decir nada, el albino sintió de nuevo sobre sí la presencia burlona de los estereotipos que tenía aquel color sobre el amor y la pasión. Para él solo significaba, si acaso, la maldición que él no había elegido y con la que convivía noche tras noche, pero también, era el colofón cromático a una noche de muerte, supervivencia y...consecuencias.
Sin embargo, se cumplían aquellas dos únicas peticiones. A pesar de que había bastante gente en el pub, el ventrue ya tenía pensada la alternativa a tener que simular que eran tres más de la noche barcelonesa dispuestos a conversar con el resto de mortales que enmascaraban la música suave que sonaba de fondo.
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