Publicado: 25 Jul 2018, 01:10
Había dos cosas que el tremere le había pedido al abogado en cuanto se alejaron del cordón policial; tranquilidad y oscuridad. Después de enterarse de su affaire con la chiquilla de Socías, no le sorprendió el local escogido por él. Parecía que el ventrue ya había estado ahí más de una vez. Egwu alguna vez había salido por Londres con Laren, pero si ya con ella reguñía por hacerle abandonar la comodidad de la vieja biblioteca escondida de Owen, sin ella sentía que sus noches de criatura nocturna no tenían sentido más allá de acumular conocimiento sobre Historia y Rituales, que se le planteaba infinito siendo joven como cainita.
Aquella enorme lámpara rojiza que pendía sobre las escaleras avisaba al entrar del distinguido toque modernista que habían elegido para decorar cuidadosamente Le Gens que J'aime, el pub que daba la bienvenida al entrar con pequeños carteles en blanco y negro sacados de los años 50, además de aquel enorme objeto que presidenciaba la escalera.
Como detalle adicional, cambiaba de color según como tuviera la noche el dueño y habían entrado justo el día del rojo. Sin decir nada, el albino sintió de nuevo sobre sí la presencia burlona de los estereotipos que tenía aquel color sobre el amor y la pasión. Para él solo significaba, si acaso, la maldición que él no había elegido y con la que convivía noche tras noche, pero también, era el colofón cromático a una noche de muerte, supervivencia y...consecuencias.
Sin embargo, se cumplían aquellas dos únicas peticiones. A pesar de que había bastante gente en el pub, el ventrue ya tenía pensada la alternativa a tener que simular que eran tres más de la noche barcelonesa dispuestos a conversar con el resto de mortales que enmascaraban la música suave que sonaba de fondo.
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Aquella enorme lámpara rojiza que pendía sobre las escaleras avisaba al entrar del distinguido toque modernista que habían elegido para decorar cuidadosamente Le Gens que J'aime, el pub que daba la bienvenida al entrar con pequeños carteles en blanco y negro sacados de los años 50, además de aquel enorme objeto que presidenciaba la escalera.
Como detalle adicional, cambiaba de color según como tuviera la noche el dueño y habían entrado justo el día del rojo. Sin decir nada, el albino sintió de nuevo sobre sí la presencia burlona de los estereotipos que tenía aquel color sobre el amor y la pasión. Para él solo significaba, si acaso, la maldición que él no había elegido y con la que convivía noche tras noche, pero también, era el colofón cromático a una noche de muerte, supervivencia y...consecuencias.
Sin embargo, se cumplían aquellas dos únicas peticiones. A pesar de que había bastante gente en el pub, el ventrue ya tenía pensada la alternativa a tener que simular que eran tres más de la noche barcelonesa dispuestos a conversar con el resto de mortales que enmascaraban la música suave que sonaba de fondo.
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El camarero de la camisa de cuadros salió de la barra y abriendose paso guió a los 3 hasta una sala privada al fondo del local, no cerrada completamente pero sí que guardaba la suficiente intimidad para que pudieran hablar sin problemas de que nadie los interrumpiese. Cuando se sentaron, el camarero se quedó esperando con las manos cogidas sonriendo esperando que pidiesen.
El albino miró a Francesc esperando que tomase él la iniciativa.