Publicado: 30 Abr 2018, 18:55
Francesc entró cabizbajo a aquel peculiar local, donde aquella incordiosa música parecía taladrarle la cabeza. O tal vez estuviera más susceptible de lo normal por lo que había pasado un rato antes, con la carta de Jean-Luc y la sobreimpresión de aquellos recuerdos. En cualquier caso, estaba fastidiado por, una vez más, superponer la profesionalidad a su estado de ánimo, y a sus ganas, especialmente aquella noche, de mandarlo todo a la mierda.
El local era ciertamente estrecho, pero sin embargo de una profundidad aceptable. Las mesas más exteriores estaban absolutamente llenas, con gente buscando el fresco de la madrugada. Algunos disfrutaban de una fresca taza de salmorejo, especialidad de la casa, mientras huían de paso de la estruendosa música, que hacía las delicias de los más avezados en el baile, que en el fondo de local, zapateaban, nunca mejor dicho, en una pequeña tarima de madera de apenas cinco metros cuadrados y al que el calificativo de escenario quizás le quedara muy grande. Elementos de la cultura andaluza y catalana, ornamentaban las altas paredes del local. Sin duda, un popurri curioso, con un toque algo cañí. Los vapores en el techo, movidos por unas enormes aspas, traían aromas a tomate y ajo pero también sudor.
Cesc llegó hasta la barra sin problemas, y tras descargar sus cosas en el taburete de al lado, levantó la mano para llamar a la camarera, que tiraba una caña al otro extremo y le asentía con la cabeza, confirmando que lo había visto. A los pocos segundos, se acercaba poniendo la oreja, como si Fornals fuera a pedir algo.
- Hola, buenas... me gustaría hablar con Julita... llamé hace un rato. - dijo el abogado alzando un poco la voz ante el bullicio y la música.
- Ah sí... ahora mismo la llamo - contestó la muchacha con un notable acento sureño. - ¿Quiere tomar algo mientrás espera?.
- Por ahora no, gracias. - replicó Cesc.
La muchacha volvió hasta el fondo de la barra y accedió a la puerta abatible de lo que sería sin duda la cocina. Mientras Cesc tamborileaba nervioso con los dedos en la barra. En su cabeza, un torbellino de ideas y sensaciones se tornaban en un batiburrillo estresante. ¿Cuantos recuerdos más serían falsos?... ¿como podría saberlo?... ¿como podría averiguarlo sin levantar la liebre de la investigación?... ¿por qué no mandar a la mierda la investigación, si al fin y al cabo Paula le había hurgado en la cabeza?... Pero... ¿y si Paula lo hizo para protegerlo...? ¿Y si la auténtica verdad era tan jodidamente comprometida para el abogado que la sheriff se vio en la obligación de hacerlo?... ¿O si tal vez lo manipula todo tal y como le advierte Jean-Luc?... en cualquiera de los casos, debía una disculpa al caitiff, y aquello era algo que dolía en su orgullo ventrue... pero sin embargo la vanidad, seguía siendo un pecado, no solo para los mortales, tambien para los vampiros. No se le iban a caer los anillos por hacerlo. Daren se lo había advertido hacía solo unas horas... "-Tienes que abrir tu percepción, Francesc... no obsecarte..." Sin embargo no le cuadraba todo aquello... ¿Quien era aquella voz tan grave, capaz de erizar la piel?... ¿Por qué le entregó Verónica?... Su amor no era una mentira... lo había visto... en sus ojos y en su alma... el amor era recíproco... entonces ¿por qué le traicionó?.
Y así, divagando, intentando sanar la herida invisible y siempre abierta, del recuerdo de Verónica... pensó que si eran capaz de manipular su mente, alguien con el mismo poder de la sangre sería capaz de arrancar a Verónica para siempre de su mente... ¡¿como no se le había ocurrido antes?!; pero sin embargo el pensamiento contrario se le cruzó en la mente, aterrándolo... ¡¿Y si le hicieron lo mismo a Verónica?!... ¿y si le borraron la mente para que no amara a Francesc...? Otro planteamiento contradictorio, otro "sí pero no"... otro callejón sin salida.
Una señora entrada en edad, quizás rozando el medio siglo, apareció en la sala. Tenía su teñido pelo recogido en una coleta alta, con la frente muy estirada y unas gafas de pasta rojas, que realzaban sus ojos verdes, llamativos sobre aquellas profundas ojeras. Iba vestida totalmente de negro, y llevaba las cartas del menú, pegadas al pecho. Sin duda, Julita, debía ser la maitre del local. Lo que venía siendo una persona normal y corriente. Era increíble, como a pesar de los años en el oficio, Cesc se resistía a abandonar el cliché que de los delincuentes tenía. Donde esperaba una chica joven tatuada, tal vez llena de piercings, y drogada hasta las cejas, como cualquier trabajador de un Drug Lord que se dignara, encontró una señora de lo más normal, que se acercaba con gesto tranquilo, pero serio, quizás salpicado por algo de curiosidad.
Cesc extendió la mano para saludarla, y en el momento que ella la encajó, se presentó:
- Hola Julita, soy Francesc Fornals... tenemos un amigo en común... ¿Podemos sentarnos y hablar? Serán solo unos minutos...
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