Publicado: 14 Dic 2017, 00:12
A Joana le encantaba el aroma de la la shisha de Sahil. Nunca se acordaba de preguntarle que llevaba esa mezcla que se quemaba a fuego lento en el dispositivo, de un vivo color rojo y de aspecto antiguo y valioso, pero conociendo a su anfitrión probablemente su pregunta no le hubiera dado ninguna información precisa. Sahil le habría hablado de la miel que produce un enjambre perdido de las praderas de la galicia polaca, de la importancia de que el agua provenga del rocío de las rosas crecidas en tierras abonadas con el humus de una ladera montañesa vírgen y orientada al norte, de la variedad de tabaco que había traído el Khan cuando vino a Europa a conquistar la mismísima Roma y así de un puñado más de mentiras hermosas para alimentar el alma, pero que le hubieran dejado sin saber la marca del producto. Pero en realidad no le importaba. Como tampoco le importaba que la mayoría de la gente con la que compartía en estos mismos momentos espacio pensaran que no era muy lista. En realidad lo prefería. Tampoco era mentira del todo. Y de esa forma era más fácil ver a través de sus máscaras.
Joana miró a la media docena de personas que se sentaban con ella y Sahil. Estaba ese corredor de seguros, de manos largas y corazón corto, que lloraba cada noche cuando se acostaba sólo en su cama. Estaba las pareja de adolescentes que se arrullaban al calor de las drogas cada noche, y cada mañana fingían no conocerse de nada en las clases de su facultad. Estaba esa cincuentona terminal que había vivido más este año en el templo que en toda su pasada vida. Y estaba el amigo de Daren, que le sonreía tímido, algo falso, y definitvamente incompleto. O tal vez hueco por dentro. Joana le devolvió su sonrisa, acariciando su mano suave para tranquilizarle. Al principio el Templo siempre era un poco intimidatorio. Después de unas pocas noches, lo que te acababa resultado intimidatorio era todo lo que estaba fuera de él. La última componente en el círculo de colchones era una mujer hermosa y jóven, de cabellos rojos y mirada triste y clara, que Joana tampoco había visto antes de hoy. Fue a preguntarle su nombre, pero Sahil le interrumpió.
- La noche es un ama dadivosa, al menos hoy, que nos ha traído nuevos compañeros de viaje en nuestro camino sin retorno -ah, pensó Joana, así que efectivamente hoy era una de las primeras noches del amigo de Daren en el templo; pero las siguientes palabras del malkavian la sacaron de su error - Elaine nos ha honrado con su presencia y con ella nos ha traido la sangre celta y normanda y sajona que bendice su templo, y ahora el nuestro. Bienvenida, Elaine.
- Gracias, Sahil. En pocas ocasiones la generosidad de un anfitrión sin doblez está a la altura de la oferta que la anuncia. Soy afortunada de ser merecedora de la misma, y haré lo posible para corresponderla y devolverla - su acento inglés era encantador, casi coqueto.
- Me acusas de virtudes de las que carezco. Pero sea, así estaremos en paz - respondió Sahil, con la mejor de sus sonrisas, recostándose con comodidad en su montaña de cojines.
Joana miró con curiosidad a Elaine, que resplandecía lángida a la vista de todos, y decidió afrontar el enigma de sus ojos sin reflejo de la misma manera que solía afrontar a todos los humano.
- Bienvenida al templo, Elaine, aquí encontrarás lo que andas buscando- dijo Joana, con su sempiterna sonrisa, tras lo que procedió a arrodillarse a su lado para abrazarla fraternalmente y con generosidad.
- Gracias, no lo dudo - le contestó la mujer, mientras miraba algo sorprendido a sus compañeros de cojines, deteniendo al fin sus ojos en los de Jean Luc - no lo dudo.