LOS MOUROS
Como lo contó el viejo Éburos, Barbagrís Musgoso, Guardián del Cido:
Algunos grises y banales eruditos vinculan el origen de O Courel con la presencia de varias minas y yacimientos minerales explotados desde época romana, pero para las hadas y duendes locales, el origen de su país encantado se pierde en las nieblas del tiempo, antes incluso de la llegada de la humanidad.
Según cuentan los sabios feéricos, lo primeros moradores o “mouros” de los bosques de O Courel eran criaturas mágicas en contacto con la naturaleza. Durante un tiempo insondable vivieron aferradas a sus tierras, creciendo en sabiduría y poder. Vivían en sencillos poblados de madera y piedra, utilizaban arados, tijeras y herramientas de oro, nunca enfermaban ni sufrían dolor y podían vivir miles de años, siguiendo el ciclo de las estaciones que pasaban a su alrededor, aunque realmente no tenían necesidad alguna de medir el tiempo. Aunque a veces surgían enfrentamientos entre ellos, preferían la paz, y así vivieron ajenos al mundo más allá de sus tierras, disfrutando de una edad dorada.
Inevitablemente, el poder y la riqueza de los mouros atrajeron curiosidad y envidia. Otros pueblos se hicieron eco de su existencia, especialmente de su oro y riquezas, y finalmente llegó un día aciago en que a la lejana Roma llegaron noticias sobre ellos. Los gobernantes romanos ambicionaban poseer todas aquellas riquezas y no dejaron pasar la oportunidad de conquistar aquellas tierras. Las legiones que portaban águilas de bronce se pusieron en marcha y atacaron a los mouros.
Los mouros resistieron, porque aunque amaban la paz, eran bravos y valientes, pero a pesar de su poder sus enemigos eran tan numerosos como las olas del mar y traían con ellos una marea de hierro que los ahogaba. Los mouros ganaron batallas, pero siempre llegaban más romanos, y detrás de ellos otros muchos, mareas de enemigos que portaban hierro y que fueron arrebatándoles sus territorios y arrinconándolos en las montañas más apartadas.
A pesar de la resistencia de los mouros, los romanos eran tenaces y estaban decididos a apoderarse de sus riquezas, y tras años, décadas de guerra, los últimos mouros se refugiaron en la última de sus ciudades, que se alza en una cumbre de difícil acceso. Los romanos no se atrevieron a lanzar un ataque directo, pues sabían que perderían muchas vidas y podrían ser derrotados, así que fueron pacientes y aislaron a los mouros excavando un foso que los rodeó por completo.
El cerco fue largo y terrible. Los alimentos escaseaban y las gentes morían. Los mouros fueron reducidos a una sombra de lo que habían sido en su edad dorada, y supieron que había llegado el fin, y saberlo tenía de amargura sus días. Habían sido poderosos, sabios y valientes, y lo habían perdido todo. Les habían arrebatado todo lo que tenían, así que decidieron que no se dejarían arrebatar lo único que les quedaba: sus propias vidas.
Se reunieron en asamblea y se prepararon para el final. En la montaña sobre la que se alzaba la última ciudad crecían numerosos tejos. De sus hojas y frutos extrajeron un veneno que provocaba la muerte. Cuando todo estuvo a punto, los mouros se reunieron en la noche bajo la luna llena. Entonaron un cántico antiguo, tan viejo como ellos, un llanto que rompió la noche e inundó, como una ola imparable, los campamentos de los romanos que rodeaban la montaña. Los que escucharon aquel canto lleno de dolor y pérdida se sintieron inundados por una fuerza imparable. Muchos legionarios romanos lloraron aquella noche sin saber por qué.
Terminó el canto y llegó el silencio. Los romanos callaban, sintiendo que estaba ocurriendo algo trascendental.
Un grito hirió la noche. Seguido de otro, y después de otro, y pronto la montaña entera fue un coro de gritos. En la ciudad, los padres cortaban las gargantas de sus hijos, las madres apuñalaban a sus hijas, y después todos los supervivientes bebían el veneno del tejo, que les provocaba fuertes convulsiones y dolores antes de morir. Se suicidaron para no ser sometidos, una ofrenda a sus dioses. Los mouros murieron libres. Hombres, mujeres, ancianos, niños…cuando los romanos llegaron a la mañana siguientes, sólo encontraron cadáveres.
Pero no todos desaparecieron. Algunos se ocultaron bajo tierra para convertirse en testigos del mundo desaparecido. Se adaptaron a vivir en las profundidades, ocultándose de la vista de sus enemigos, y los mouros pasaron a habitar bajo castros y túmulos, utilizando llaves invisibles para abrir las puertas de sus pasadizos y hogares bajo tierra, convirtiéndose en un pueblo por completo mágico.