"Science has stolen most of our miracles" -Danny Witwer, "Minority Report"

La fachada del Black Jacket Club parecía la entrada al mismísimo averno. Los neones rojos que precedían la escalera de bajada se hacían dañinos a la vista, y en tal condensación lumínica, dejaban ver perfectamente la lengua de vapor rociado de humanidad que salía de aquella garganta metálica. La estridente música retumbaba en las planchas y en los escalones enrejados, haciendo que cada paso que descendíais la vibración en vuestros pies fuera mayor.
En el camino de bajada, se agolpan a los lados de cada pared, diferentes miembros de las más variopintas tribus urbanas, en su mayor parte, punks, heavys, rockers y algún que otro nómada, haciendo gala todos de los más misceláneos tatuajes retroiluminados o cabelleras con injertos de fibras de chillones colores.
La doble puerta de metal al final de la escalera, late como el corazón de un autómata al compás de la música que suena dentro, y que se multiplica por millares, cuando un descendiente de Odín os la abre. El ruido rítmico de guitarras y bajos siguiendo el ritmo de la sonora batería, quedan un nivel por debajo de la agudísima voz de la aspirante frustrada de soprano que intenta llegar a la nota más alta en el punto más álgido del tema. El grupo en sí, queda aislado de la marabunta, en una especie de jaula que flota por encima de sus cabezas. Algunos en el populacho en pleno éxtasis intenta saltar y agarrarla, otros intentan ver si a la cantante se le ve algo por debajo de aquella especie de mini-kimono sintético negro, que deja ver unas largas piernas que se pierden en sus altas botas. Otros escupen hacia arriba, desde saliva a cerveza, y otros simplemente, se golpean unos con los otros, intentando derribar al prójimo con una carga de hombro digna de la NFL.
Os sorprendió en demasía, encontraros unos a otros allí aquella noche y prácticamente a la misma vez. Aunque fuisteis llegando a cuentagotas, enseguida fuistéis sabedores de que algo gordo se iba a cocer alli cada noche. Uno a uno, todos los miembros de la cábala habíais sido reunidos allí por una misteriosa persona. Alguno, como Ishanti, había pasado la tarde con su mentor, que no le dijo nada nuevo, salvo que estaba de paso, y se dedicó como siempre a criticar la estaticidad de las Tradiciones en la ciudad angelina. Lang, en cambio, había ignorado la artificial llamada de su mentora, en parte por su voluntad y en parte por el alcohol, pero que en cualquier caso le produjo una grata sensación ante el autocontrol que creyó poseer. Rick había llegado el primero, pero había permanecido en la esquina de enfrente analizando la entrada, mientras intercalaba un cigarro con otro, único momento en que su presencia se hacía plausible, cuando el encendedor iluminaba su cara. Artís, llegaba extrañado por el belicoso comportamiento de su amigo y amante ocasional, mientras la conversación de ambos se reproducía una y otra vez en su cabeza.
No os fue difícil encontrarla. Los privados en el Black Jacket Club estan la mayor parte del tiempo cerrados, por desuso. Sin embargo, un piloto verde, simulando una luz del siglo pasado, daba cuenta de la apertura de uno de ellos. Curiosamente, el hermetismo de la habitación, lo aislaba acústicamente, mucho mejor que el exterior del bar. En una de las puntas de la mesa, jugueteando con su dedo sobre un vaso chato de whisky, una mujer, cuyo enigmatismo la hacía más atractiva incluso que su propio aspecto físico. Tenía un pelo rubio, moteado con enormes mechas de color castaño. Un lateral de su cabeza aparecía rasurado, dejando ver un tatuaje en su oreja en forma de serpiente y otro en la parte superior, con extraños símbolos cuneiformes. Permanecía oculta bajo unas enormes gafas de espejo que retiró a vuestra entrada, mostrando dos bonitos ojos color miel. Sus labios rojos y abultados casi invitaban al pecado, y su estilizado cuello era rodeado por la parte superior de una chaqueta de cremallera con un estampado marrón de camuflaje.
En el centro de la mesa, con sus líneas de led rojas parpadeantes, mostrando así el testigo de su actividad, un anonicubo, haciéndoos ver así, el secretismo de aquel encuentro.
