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Mensaje
por Theazlin » 03 Jun 2020, 17:17
Antes de recurrir a los dones de la sangre para avistar el pasado y las improntas que éste hubiera podido dejar en la puerta del nuevo refugio de Harvey, Brook los reclamó para algo mucho más sencillo pero no por ello menos impresionante. Se concentró, amortiguando los sentidos que no le interesaban para potenciar los que quería exprimir en aquel momento, y así, como si la luz de una vela se fuera consumiendo la vista del toreador empezó a perder nitidez, cubriendo la realidad con un manto oscuro y cada vez más opaco que apagaba los colores, diluía las formas y esbozaba los contornos de cuanto le rodeaba. Su gusto se secó en la boca y un sabor a ceniza que no pudo más que recordarle a Dereck le invadió en una oleada antes de desvancerse; y su tacto, otrora capaz de percibir incluso vibraciones lejanas, se volvió torpe, insensible y ajeno al mundo. A cambio, su oído se agudizó. Escuchó los pasos de una pareja de chicos que, una calle más arriba, caminaban presurosos en dirección a una discoteca cercana; escuchó sus corazones bombear, uno de ellos de forma asíncrona, producto seguramente de alguna alteración cardíaca que no tardaría en matarle. Brook apartó su atención de todos los sonidos que le invadían, de golpe, desde atrás y se concentró en los que provenían del otro lado de la puerta. Y así, el silencio murió con el crujir de algunas maderas que, fruto de la humedad de la lluvia, se dilataban casi imperceptiblemente generando un coro de sonidos constantes; escuchó las veloces pisadas de algún roedor pequeño que se alejaba de la entrada, seguramente alertado por la presencia de Brook y Jason; escuchó el agudo sonido de la brisa colándose a través de algún resquicio en la casa, tal vez una ventana o algún conducto de ventilación de la cocina... y más allá de eso, nada.
Su sentido del oído se empezó a apagar, perdiendo en el proceso la nitidez con la que era capaz de percibir el mundo auditivo que le rodeaba, un mundo rico en matices que, en general, la gente obviaba. Conscientemente lo cubrió con un velo tupido que, de un instante a otro, hizo que la mente de Brook se alterase al perder la conexión con su entorno; y, poco a poco, como avivando un fuego que apenas estaba en las brasas pero que era capaz de resurgir con el tacto adecuado, agudizó su olfato. Los olores se hicieron color, forma y sabor; se fundieron en un todo que azotó la consciencia dl toreador. Un todo que, paulatinamente, Brook tuvo que ir desgajando. Primero extrajo el olor a mojado, la capa más potente de fragancia que anegaba su percepción; luego el olor de Jason y su perfume; a continuación encontró su propio olor y también se deshizo de él -hay que tener un olfato muy fino para poder percibir el olor que desprende uno mismo-; y ya, adentrándose en las sutilezas de las esencias olfativas que percibía, encontró olor a madera, a moho, olor producto de limpieza, a metal, olor a tabaco (muy sutil) y, finalmente, un casi imperceptible olor a crisantemo.
No parecía haber nadie en la casa, nadie esperándoles, nadie observando, y nada extraño. Así que Wilson se dispuso a adentrarse en los terrenos pantanosos de lo que va más allá del aquí y el ahora.
La mano de Brook se posó sobre la fría puerta de madera y lo hizo con suavidad. Muchos pueden pensar que, conociendo el carácter brusco y hosco del toreador, sus movimientos serían acorde a ello pero nada más lejos de la realidad. Cada una de las yemas de sus dedos contactó con la superficie de la puerta en una sucesión delicada hasta que la palma misma se apoyó totalmente en ella. Los ojos de Wilson se cerraron. La privación sensorial no era una necesidad para lo que iba a realizar pero sin duda ayudaba a concentrarse y focalizar su atención en echar un vistazo al pasado, rompiendo momentáneamente el cristal del reloj de arena del tiempo y dejando que las arenas místicas se desparramasen.
Jason, a su lado, guardó silencio. Había visto a su hermano realizar aquello muchas veces a lo largo de los años con resultados muy distintos. En ocasiones apenas unos segundos después de empezar el toreador terminaba, impasible, para comentar que no había vislumbrado nada de nada; otras, en cambio, su cuerpo se arqueaba, convulsionaba y, finalmente, caía exhausto para después exponer una serie de desvaríos que solo Kaminsky parecía capaz de apreciar en su propia lógica y unir en algo con un mínimo de sentido y estructura. Y entre medio, todas las posibilidades. Así que el Ventrue se colocó tras Brook presto por si tenía que sostenerlo antes de caer al frío suelo de adoquines.
Cuando el toreador cerró los ojos y se hizo la oscuridad absoluta, sintió la muerte, profunda e inamovible. No la suya propia si no la de la madera, el cadáver manufacturado de los restos de un árbol que antaño había crecido, vivido y se había calentado bajo la luz del sol. Y vislumbró, tras las tinieblas, una tenue luz. De repente, y como arrancado de Londres en un vertiginoso barrido, Brook se vio transportado a un cada vez menos frondoso bosque. El sol brillaba en lo alto del cielo e, instintivamente, el toreador se crispó e intentó cerrar sus ojos antes de darse cuenta de que ya los tenía cerrados.
Jason vio como el cuerpo de Brook se tensaba de golpe, emitía un gutural gruñido nacido de sus entrañas y sus facciones se endurecían en una mueca de terror que, en apenas un instante, se distendieron. Extendió los brazos por si su hermano se desplomaba pero no lo hizo. Y allí, en aquella oscura calle, envueltos en una cada vez más densa niebla, aguardó.
Todo se volvió borroso, vertiginoso, desbocado sentimiento de movimiento aún y estar detenido el que atenazó a Brook mientras perdía de vista el bosque y aparecía a su alrededor, casi como si de una mancha de tinta que al correrse toma forma, una habitación alumbrada por la tenue luz de las velas. Una figura, turbia e imprecisa a sus ojos, trabaja la madera con esmero. No era el trabajo de un carpintero sino más bien el de un ebanista que, con su cincel talla precisas formas haciendo de la madera un lienzo. Y de nuevo, extirpado del lugar, Brook vio alzarse a su alrededor un edificio y la puerta, encajada en sus goznes, clausuraba el acceso al interior. Una pareja, cuyos rostros se perdían en la conciencia del toreador y que luego sería incapaz de reconocer o reproducir, acababa de entrar y ella, consumida por un deseo avivado a fuego lento, se giraba y besaba, por vez primera al chico, que se dejaba apoyar suavemente en la puerta disfrutando del primer beso y sintiendo su corazón desbocado palpitar exageradamente. Ambos, amantes, se disolvieron y su carne, como líquido densificándose, constituyó una oreja, enorme y grandiosa, que se apoyó en la madera de la puerta y escuchó. Un sentimiento de ira descontrolada amenazó con apoderarse de Brook, sintiendo lo que la desdichada alma padecía al otro lado del dintel. ¿Un amor despechado, un amante engañado o un celoso perturbado? La ira crecía en el interior del toreador mientras los gemidos de una mujer ensordecían el silencio imperante.
Jason, en tensión, vio como los colmillos de Brook asomaban lentamente, rasgando los labios de su boca, la cual permanecía cerrada y rígida. Estuvo a punto de poner su mano en el hombro de su compañero y zarandearle levemente con el fin de sustraerle de... bueno, de aquello en lo que estuviese sumergido; pero sabía de buena tinta que Brook no lo aprobaría así que se detuvo y siguió esperando.
La oreja, los gemidos y la furia se disolvieron formando una voluta de humo que creció hasta ser una densa niebla que arropaba y abrazaba la calle en la que se encontraban. Era noche cerrada y la puerta estaba cerrada. Y entonces, en la penumbra de la noche, una luz roja intermitente empezó a destellar en el centro de la puerta. Brook extendió la mano y rozó, con la punta de los dedos, el resplandor rojo. Estaba frío como el hielo y, unos segundos después, escuchó un ruido de fondo, creciente, parecido al volar de un enjambre de insectos. Pero tal como vino, se fue y la luz se apagó. El toreador se encontraba delante de la puerta, una simple puerta, fría y muerta. Abrió los ojos para descubrirse ante una puerta, una simple puerta, fría y muerta.
Jason, a su espalda, vio a su hermano salir del trance. Y aguardó.