“In eternity, where there is no time, nothing can grow.
Nothing can become. Nothing changes.
So death created time to grow the things it would kill.” -Rust Cohle, "True Detective"
Las luces rojas y azules de los coches de policía alumbran el ócaso en aquella parte del bayou, donde casas de madera se alzan sobre la rivera de los ríos, y el sol de la tarde moribunda lanza los últimos rayos dorados sobre las aguas canelas y tranquilas. Los juncos y la maleza se mecen al soplido de una suave y calurosa brisa que recorre el pantano como una bandada de pájaros invisibles.
Los ruidos de las radios con operadoras tranquilas buscando información sobre si sus compañeros necesitan refuerzos o que tipo de delito se ha cometido no obtienen respuestas. A cambio, los dos policías se encuentran en la orilla con el agua sobre sus rodillas. La grúa de un barco levanta quejumbrosa una jaula cangrejera, donde en vez de un cuerpo mutilado, debería encontrarse una cantidad ingente de cangrejos. Alguno permanece colgado de la podrida piel negra de la víctima, otros la devoran. Algas y restos marinos, caen junto al agua, sobre el mismo río, mientras los polis y los curiosos se echan las manos a sus bocas intentando contener las arcadas. El cuerpo permanece en una posición extraña, y le han sido mutiladas sus dos manos, en las que de una manera incomprensible, le han sido insertadas de manera burda y bizarra, dos pinzas de crustáceos más grandes.
Allá arriba, colgada, su cuerpo parecía nuevamente venerado. Su culto improvisado, al servicio de la autoridad, solo puede quitarse las gorras y ponerlas en el pecho en señal de respeto. Sólo su alma sabía el sufrimiento que había padecido. ¿Quién lloraría su pérdida?, ¿A quién le vendría su recuerdo, de vez en cuando, hasta ir apagándose paulatinamente?. Sólo se necesita tiempo para sanar todas las heridas...
Cómo tiempo había pasado desde esa escena donde una mujer mutilada era alzada en el bayou del suroeste de la ciudad, cerca del Lago Cataouatche. Un tiempo donde la policía se limaba los cuernos sin avances significativos. Un tiempo que poco a poco la llevaba nuevamente al olvido. Tiempo que había pasado. El Mardi Gras había llegado al calendario y a la ciudad y aquello significaba que todo se volvía un poco fuera de control.
{ https://www.youtube.com/watch?v=UFblVbYuY-0 - Out of control by The Rolling Stones }

Las calles aparecían engalanadas con aquellos colores tan significativos y místicos del evento. Morado para la justicia, verde para la fe y dorado para el poder. Eran tres valores que tenían que tener presente los miembros de The Big Unknown que permanecían en distintos puntos de Bourbon Street, en los balcones con sus manos apoyadas sobre las metálicas barandillas. Lo suficientemente alejados entre sí para cubrir el máximo espacio de vigilancia, pero a la vez no perder el contacto visual. Tenían una misión clara. Aquella época del año, la ciudad se llenaba de extranjeros sedientos de fiesta y jolgorío y aquello significaba tambien la llegada de magos nuevos, deseosos de un anónimato que la rectitud de sus ciudades de cristal y cemento les impedía. Al fin y al cabo, aquel sudeste pantanoso con aquel aderezo del vudú y la cultura criolla, parecía tan dado a la magia...
La cábala parecía dada a todos aquellos encargos que les hacía recordar su lugar en la capilla y en la ciudad: la de los novatos. Igualmente, no era una tarea denigrante, sino de una importancia relativa. Eran el primer filtro, el primer muro de fuego de aquel censo improvisado.
El sol empezaba a caer sobre los tejados de NOLA, e inundaba con el olor nocturno del pantano la ciudad, no así con sus sonidos, que eran pisados por todos los instrumentos de viento que sonaban en armoniosas melodías, y en los tambores que mandaban las vibraciones exactas para hacer mover tus pies. La calle aparecía atestada de gente. Los habitantes de Nueva Orleans, desconocían que se encontraban ante uno de los últimos años que la comitiva pasaría por Bourbon, ya que un futuro de atentados y miedo, alejaría la fiesta de la mítica calle del Barrio Francés.
Todo parecía discurrir con la relativa normalidad, sin que ello impidierá soltar ni un gramo de tensión a los magos, que permanecían ojo avisor a cualquier movimiento extraño, pero a la vez, manteniendo un gesto tranquilo y moderado que no les hiciera parecer unos regios agentes de la ley. Sus miradas se cruzaban en la distancia de vez en cuando, y un simple lenguaje de gestos les hacía comunicarse con cierta fluidez.
Pero esa tensión se endureció, rompiendo la tranquilidad de la fiesta, cuando un escalofrío brutal recorrió sus espinas dorsales, a comprobar como los gritos de éxtasis de la gente eran cambiados por gritos de pavor y horror. Al fondo de la calle, en una coreografía improvisada, la gente intentaba apartarse a los laterales de la calle, a veces pisándose unos a otros, en una mortal avalancha. Pero algunos no eran capaces de evitarlo... serían atropellados por dos corceles negros como la misma noche que estaba cayendo, que enfurecidos, arrastraban una diligencia negra donde nadie parecía tomar las riendas en el pescante. A cambio, dos fuegos fatuos y azulados aparecían en los laterales de dicha carroza.
El horror se apoderó de las gentes, que corrían despavoridas en todas las direcciones. Los corceles más tarde que pronto, tuvieron que cesar en su carrera, taponados por la multitud y sin que nadie que los fustigara. La posición donde los caballos, con su piel humeante, y la carroza pararon no fue muy lejana a la que estaban los miembros de la cábala, que sorprendidos se encontraban sin saber que hacer. Todo había pasado demasiado rápido.
Sin embargo, ahi no acababa la dantesca escena. En la parte trasera del enlutado carromato, un cuerpo desnudo aparecía atado y arrastrado por la empedrada calle. Una terrorífica máscara le cubría el rostro. Ahora la cabeza de un ciervo con el total de su cornamenta, aparecía ataviada sobre su propia cabeza. La gente gritaba horrorizada, mientras las personas con más aplomo intentaban calmar a los caballos, que relinchando intentaban soltarse del entramado que empujaban, soltando coces por doquier.
Varios policias uniformados entre la multitud, corrieron hacia el carromato. Los magos tenían instrucciones claras. No podían interferir en la escena de un delito, sin una petición expresa de algún miembro de la primogenitura Cerberus, ni interpelar con agentes del orden, que los pudiera poner en la palestra o en alguna situación incómoda, que luego obligara a la capilla a tomar cartas en el asunto para borrar cualquier cagada de sus subordinados. Así, que solo les quedaba contemplar la escena, y quedarse atentos a ver lo que acontecía, intentando ver si algun rostro o alguna actitud les parecía extraña. La gente empezaba a abandonar la fiesta de una manera más caótica que organizada, aunque muchos curiosos aún permanecían allí, lo que impedía que los magos quedaran descubiertos de aquel anonimato.
Aquel calambre que notaron sobre su espinazo hacía apenas unos minutos, se multiplicó por diez, al contemplar el rostro de la víctima, una vez que los polis quitaron aquella máscara tan cara. La máscara de la muerte. Sus miradas se cruzaron petrificadas. Ante ellos, abajo, en la calle, fustigado, torturado, señalado, sin vida, y con los ojos arrancados... aparecía el bueno y pacífico de Edgar Beaumont, Custo de la Cábala. Aquel que en el tiempo que había estado a vuestro servicio, había conseguido convertir la impostura de la Capilla en una amistad y fidelidad exquisita. Vuestro estómago se comprimió en un intento ahogado de llanto. Yacía allí él. Fiel Sirviente. Compañero. Amigo. Amante.
https://youtu.be/AD4KOWLNneE