A la pesada cadencia se une el lejano eco de los agónicos cánticos del maltrecho pueblo que deja atrás. Los llantos de los huérfanos y las viudas y los pocos de sus hermanos que aún conservan la cabellera. Débil y hambriento reducto de una tribu abandonada por sus dioses. Maldecida y devorada por sus propios espíritus malignos y demonios.
Nadie ha despedido al viajero entre tanta devastación. El peso de la supervivencia recae sobre sus hombros. Descansa sobre el perfil de su hacha y la punta de sus flechas. Sobre el filo de su cuchillo afilado con piedra. El choque de los cascos de su montura contra el suelo le abre un camino que debe recorrer solo. Sobre los lomos del caballo, el cazador olfatea la noche. El olor a tierra mojada del desolado valle que deja atrás es el olor de su éxodo. Y quizá de la esperanza. Pero el tiempo se difumina y le arrastra. Le impele a adentrarse en lo desconocido.
La voluntad del cazador requiere caminos no hollados,
Tal es su esencia de viajera incansable,
Y quiere avanzar.
Pero avanzar no es alcanzar una meta,
Supone el movimiento errante pero firme
El camino es el destino de
Nuestras posibilidades,
Vislumbradas por nuestra consciencia.
Retumbar de tambores en la distancia.
***
Una nube de humo envolvía el pequeño campamento que había improvisado. A su diestra, sobre el suelo, el pequeño acopio de ramas y hierbas que había recogido del bosque iba menguando conforme el crujido de la floresta seca era devorada por las llamas. Ese crepitar era su único acompañante, ya que ni siquiera las moscas acercaban su vuelo cerca de las vísceras del enorme búfalo que yacía muerto a escasos metros tras su espalda.
El animal había sido abierto de arriba a abajo, desangrado y después descuartizado. El cazador había sido rápido, limpio y muy meticuloso al hacerlo, reflejo del respeto que le debía al gran bisonte; uno de los últimos ejemplares de la otrora majestuosa manada que había pastado sobre aquellas tierras desde los tiempos de sus ancestros. Ahora solo quedaba honrarlo, así que, el cazador cogió la pequeña y húmeda bolsa de pelo y piel desollada y extrajo con sumo cuidado - y trato casi reverencial - la esencia misma de la magnífica bestia.
- ¿Qué vas a hacer con eso? - se sobresaltó, más que por la inesperada irrupción - pues no esperaba a nadie - porque aquella sibilina voz le era familiar. La enjuta figura del brujo se abrió paso entre las sombras sin emitir sonido, como el silencioso reptar de la muerte. El cazador no le miró, pues temía que al hacerlo aquellos malignos ojos pudiesen obrar su perversa magia, hipnotizándole, o algo peor.
- Me lo voy a comer - fue lo que contestó en un susurro. En su tono vibraba la determinación, pero también el recelo y la codicia por el corazón crudo que sujetaba entre las manos.
- ¿Por qué? - preguntó acercándose el hechicero - ¿Acaso no sería mejor saciar tu hambre con su jugosa carne? - el cazador alzó la vista y pudo ver la siniestra sonrisa llena de dientes que el otro esgrimía.
- Será la tribu quien se la coma para honrar su sacrificio. No es alimento lo que yo busco, sino su alma. Que forme parte de la mía y ser uno con él, como «tú» me enseñaste,... - le dijo al brujo que no era el brujo - ...a través de la sangre. Me tragaré su corazón, y con ello su poder. Así volveré entre mis hermanos más fuerte y les protegeré mejor.
- Proteger mejor ¡Ja! - se burló de él con una siniestra carcajada - ¿No eres tú quien mató a sus propios hermanos? - la pregunta fue tan despiadada como la siniestra verdad que encerraba. El rostro del brujo que no era el brujo se transformó en una mueca cruel, inhumanamente cruel.
- Tengo otros nuevos - el cazador intentó parecer seguro de sí mismo, aún sabiéndose la acechada presa de aquel cuando aparecía - Y no, yo no...nunca les haría...Esta vez les protegeré mejor. No permitiré ser tu instrumento para hacerles daño- exclamó.
- ¿Ah, sí? Pareces muy seguro, William Duffy, pero como siempre, estás muy equivocado - el brujo tiró a sus pies, junto al fuego, varios objetos. El cazador los reconoció al instante. A la izquierda, el pequeño y brillante crucifijo que Cillian siempre llevaba colgado del cuello estaba ahora arañado y oxidado. Junto a él, un mechón de color rojo fuego había sido arrancado de la melena taheña de Melissa Sherwood, aunque las fibras habían comenzando a pudrirse y ennegrecerse. Y, finalmente, tembló al fijarse en un par de ojos, de pupilas verde y miel respectivamente, comprendiendo de inmediato que pertenecían al sacerdote; su cofrade tzmisce, Razvan.
El cazador - Bill - se escurrió hacia atrás sobresaltado. Temeroso como un primerizo de lo que aquel ser del averno, el brujo que no era el brujo, le había mostrado; y temiendo lo que le podía llegar a mostrar.
- Niño rabioso e ignorante, dices que buscas el poder para protegerlos, pero ¿no te equivocas de bestia? - seguía hablándole a él, pero su mirada se dirigía un poco más atrás; a su espalda. Bill, el cazador, se dio la vuelta y lo que vio le atenazó en cuerpo y alma, pues se vio a si mismo tumbado en el suelo. Su cuerpo ocupaba el lugar en el que había estado su presa y era ahora él quien había sido abierto en canal, desde el bajo vientre hasta el cuello. Su esternón había sido forzado y las costillas desplazadas a los lados. El terror se adueñó de él cuando del interior de la caja torácica salió una víbora que se irguió siseando, moviendo con frenesí su cascabel en lo que parecía una carcajada. El cazador cayó de rodillas y observó cómo ahora era su propio corazón palpitante lo que tenía en las manos, chorreando vitae entre sus dedos.
- ¿A qué esperas, Martillo de Montreal? Vamos, cachorro estúpido y hambriento, come. ¿No eres tú el verdadero mal de ellos? Todos irán desapareciendo, muriendo, si se acercan a ti, cazador. Solo hay una forma de obtener el poder para proteger a tus hermanos: devorarte a ti mismo.
El cazador sabía que llevaba razón, y con lágrimas en los ojos acercó su boca al órgano latente. Las mejillas de Bill fueron recorridas por rojizas perlas de sangre mientras hundía los colmillos en su corazón. El eco de la siniestra y perentoria risa del brujo que no era el brujo llegó a sus oídos mientras se alejaba para desaparecer por dónde había venido, con la serpiente enroscada sobre su cuello como un viscoso adorno.
- ¡Ah! Quizá haya otra manera - sugirió juguetón y malicioso - pero para eso primero tendrás que encontrarme entre los «vivos». Y aún queda mucho, mucho tiempo para eso...mientras tanto, aprendiz de brujo de la oscuridad, seguirás devorándote. Volveremos a vernos, cazador.
Bill no entendió aquellas últimas palabras, y perdido en su sueño siguió dedicado a llorar y absorber, masticar y tragar su sangre y su carne.
Poco a poco, los tambores quedaron cerrados a la noche de pesadillas sangrientas y a la robada inconsciencia.

1975 - 1981
El lasombra, ajeno a la conversación entre su cofrade tzmisce y el nosferatu, recordaba aquel sueño con más nitidez de lo que le gustaría; y, por consiguiente, de lo que llegaría a admitir. Habían pasado años desde que lo tuvo, y tras él hubo otras pesadillas, pero los oscuros hados, irónicos y retorcidos, habían querido que fuese ese y no otro el condenado sueño que se abriese paso en su memoria justo en el momento menos - ¿o más? - apropiado.
Su bestia le azuzaba palpitante, como siempre que frente a él se abría una puerta - y solo hacía falta un pequeño resquicio - por el que asomar la cabeza y continuar con la larga búsqueda que había consumido su existencia durante aquellos últimos años. Muchas eran las noches en las que antes de que el amanecer le clavara su invisible estaca, su último pensamiento atendía a la pregunta de si acaso no estaba persiguiendo al espectro de sus propios demonios internos. El traslúcido fantasma de su fortaleza mental debilitada a raíz de una espera infructuosa; una reclusión que empezaba a ser enloquecedora.
¡No esta noche!, pensó. Al volver en sí y observar alrededor, se percató de que era otra fortaleza la que, si se descuidaba, le embriagaría de nerviosismo y desconfianza, pues el subterráneo baluarte que les cortaba el paso - y mucho menos el señor que lo regentaba - no debía ser menospreciado. Razvan se mostraba inquieto ante las puertas de «Los Desgraciados», y aún más ante la mención a su Ductus: el cainita más «contundente» de la Ciudad de los Milagros Negros. No le falta razón para, cuanto menos, mostrarse precavido, observó Bill, pues ninguno de los tres le había comunicado a Elías La Ballena su intención de visitar su patio de recreo.
La sangre feudal del tzmisce y su arraigo por las reglas de la hospitalidad de su clan no eran ningún secreto para Duffy, y él mismo entendía perfectamente que el sentimiento de posesión para con el dominio y refugio de algunos cainitas podía llegar a ser feroz. Como lo fue el atronador graznido que surgió de la oscuridad.
- Vaya, vaya, vaya, mira a quién tenemos aquí - el Ductus de Los Desgraciados, aunque parecía totalmente imposible a juzgar por su enorme talla, salió abruptamente de la nada, mostrándose ante ellos sin que ninguno supiese decir cuánto tiempo les llevaba observando. La cota de seguridad que irradiaba en sí mismo lidiaba con la mal disimulada curiosidad que brillaba en sus ojos - Al pequeño paria oscuro y sus amigos. ¿Debo sentirme honrado porque te dignes a visitarnos, Duffy, o es que te has perdido al salir de tu agujero? - se acercó, moviéndose con más agilidad de la que se podía presuponer, y golpeó un par de veces a Bill en el pecho con uno de sus gruesos dedos índices a través de la reja , poniéndole énfasis a la pregunta - Casi no recuerdo la última vez que vi tu sombrero, Martillo de Montreal. Y dicen por ahí que desde hace unos años se ha vuelto más..."puntiagudo".
La insinuación no cogió por sorpresa a Bill. Sabía que si se encontraba con Elías, en algún momento este haría referencia a las habladurías que corrían entre algunos de los cainitas de Montreal, y que le habían ido señalando, poco a poco, como «brujo lasombra» - o eso se empezaba a rumorear sin levantar mucho la voz -.
Además ¿había alguna información que pudiese tardar mucho en atesorar un nosferatu? Por eso Duffy no se sorprendió, ni dio muestra alguna de que aquello le incomodase - En Montreal se dicen muchas cosas, eso es cierto, pero ni yo voy a hablar por boca de nadie, ni voy a poner en duda que el Ductus de Los Desgraciados es suficientemente inteligente para saber cuáles pueden ser ciertas y cuáles pueden no serlo.
Elías sonrió, mirándole desde las alturas - sus alturas - por unos segundos, sopesando la contra estocada - Buena respuesta, "Guardián", aunque te advierto que no vas a jugar conmigo. Conozco bien las retorcidas artes de los los tuyos. La verborrea y adulación lasombra no te va a servir aquí. E intentar no mojarte, tampoco. Dime ¿A qué has venido? - desde luego Elías no parecía dispuesto a andarse por las ramas; y echando un vistazo a Vasilescu y Lionel, estaba preguntando en plural.
Bill asintió, y adquirió un gesto más serio para responder a Elías. Tras elegir con cuidado las palabras, le respondió con cierta sinceridad y con respeto; algo que esperaba que tuviese en consideración.
- Llevamos toda la noche siguiendo el rastro de algo, y ese rastro nos ha traído hasta aquí - levantó una mano para señalar que no había acabado de hablar - No voy a pedir tu ayuda si no quieres prestárnosla, ni a abusar de tu confianza o privarte de lo que tengas que hacer esta noche, pero si en algo has valorado o aún valoras a la Cofradía de Los Fundadores, te pido que nos dejes pasar y seguir con nuestra búsqueda. Sé que esta parte de la ciudad te pertenece, y que poco de lo que pasa aquí abajo se te escapa, pero aún y así, no podemos demorarnos. Dime, Ductus, ¿Habéis sentido algún tipo de energía esta noche en las cloacas?
Vasilescu se quedó observando al monstruo nosferatu, pensando en los rincones más profundos de su mente en las amplias posibilidades que aquel enorme cuerpo le podría brindar a sus poderes de vicisitud. Guardaba absoluto silencio de momento. Por su parte, Cristhianus, más acostumbrado a tratar con su hermano de clan, se acercó hasta la reja, situándose junto a Bill. Su cansada mirada apoyaba la petición del lasombra, aunque el lenguaje no verbal entre nosferatus le decía a Elías que la última palabra le pertenecía al Desgraciado.

En el presente.
Bill recordaba perfectamente el momento en el que fue llamado por la Inquisición. Sin esfuerzo, su memoria le podía devolver con todo lujo de detalles a aquella sala, en la que su lealtad al Sabbat era puesta a prueba pregunta tras pregunta del interrogatorio. Y también recordaba el dolor sufrido durante el proceso. Los largos y tortuosos mecanismos que la inquisición utilizaba para sacar una confesión. Por suerte, aquellos se habían mostrado muy efectivos, y de allí habían salido traidores, culpables y una gran victoria contra el infernalismo dentro de la la secta, pero una vez reconocida la inocencia y utilidad del lasombra en la lucha contra los herejes, él no había sacado nada de lo que - en lo más profundo de su ser- le hubiese gustado, quizá lo más importante en aquellos años de pérdida: algo que le acercase a averiguar, si quiera vislumbrar, qué había sido de sus cofrades desaparecidos; entre los que no habían muerto de ellos.
Sin embargo, tras compartir en silencio el pesar del nosferatu, apartó esas escenas de su cabeza para poder pensar con claridad sobre dos de los hechos presentes más reveladores que éste había puesto encima de la mesa; borrando la oscura sombra que aún después de décadas seguía instaurada en ambos si mencionaban -aún sin palabras- la traición del otrora Arzobispo Sangris.
Primero, algo andaba mal en Los Bibliotecarios. Y ese algo, si metía a su viejo aliado y amigo de por medio, no podía simplemente obviarlo. Lionel era un viejo zorro, curtido e inteligente, y si él mismo reconocía que los dedos de la corrupción habían tocado a sus cofrades, llegando a rozar la mismísima Letanía de Sangre, Bill no podía permitirse hacerse a un lado, menos aún si Ágathe estaba relacionada, aunque fuese indirectamente, o tan solo de soslayo, con una presunta corrupción de cualquiera de las cofradías de la ciudad.
- Que nuestra Sacerdotisa preste ayuda a un hermano es algo que honra su vinculo de lealtad a la Secta, y goza de la libertad suficiente como para establecer lazos con sus hermanos de clan- comenzó a decir mientras recordaba la desaparición de la Tremere en el acto de Concordia - pero...- levantó un dedo para puntualizar algo - viendo como se desarrolló la noche, y los acontecimientos posteriores...bueno, soy consciente de que en Montreal nadie da puntada sin hilo. Sabes de sobra que «La Negra», sus cofrades y su ductus no me son plato de buen gusto. Y que no me fio de ese enfermizo interés que siempre que puede muestra por tu cofradía. Por otro lado, es la primera noticia que tengo; y aún no conozco al brujo de los Relojeros - el nosferatu supo que tras las palabras del lasombra había una clara intención de tratar el asunto con la Tremere en privado. Seguramente para pedirle explicaciones al respecto. Sin duda, que Ágathe tuviese cerca a la 25:17 era algo que le molestaba.
- ¿Debería preocuparme? - inquirió, para dilucidar si todo lo que le estaba contando estaba relacionado - Porque de lo que hablábamos antes, o lo estabas a punto de contarme, eran esos asuntos sucios que amenazan incluso a la Letanía. Si es una de tus superiores supongo que no te refieres a Molly 8. Así que ¿Béatrice, Marie Ange? Si alguna de ellas se está metiendo en terrenos farragosos, quizá podamos seguir ayudándonos. Nadie puede decirnos, ni sería sorprendente, que como dijiste antes, nuestras preocupaciones y problemas no sean dos páginas a medio escribir de un mismo relato.