
El viejo empezaba a respirar con cierta dificultad, ya que empujar el carro cargado de trastos por los siniestros corredores no era tarea fácil para un cuerpo tan aparentemente castigado. La marcha, pues, era lenta aunque constante, y no tardaron en entrar en una monótona sucesión de pasadizos, rampas y desniveles que parecían haber sido construidos por una fotocopiadora más que por la mano del hombre.
Llevaban ya un rato adentrándose en aquel podrido vientre subterráneo cuando Marius torció el morro; no le había hecho mucha gracia la no tan sutil última insinuación de Marcelo. Así que, tras aspirar el aire necesario para poder contestar del tirón, le habló al perro, aunque sin duda, su replica, iba dirigida indirectamente al vampiro.
- Llevo treinta años viviendo en la calle y resguardándome en esta mierda de sitio, así que, me atrevería a decir que las decisiones que llevo tomando durante toda la vida han resultado no convenirme mucho, pero aquí seguimos este saco de pulgas y yo ¿eh, chucho?
Rió entre dientes, antes de mirar furtivamente al brujah - De todas formas, tranquilo, hijo, aunque soy un puto desgraciado reconozco a un hijoputa peligroso cuando lo tengo delante. Pura supervivencia ¿No? Además, las chapas siempre ayudan a hacer amigos...- añadió, guiñándole un ojo mientras le daba unas palmaditas al bolsillo donde se había guardado las monedas. El tintineo de las mismas precedió al tema de los «encapuchados».
- A veces, cada cierto tiempo, vienen por aquí unos fulanos raros de la hostia. Esos cabrones hablan poco y van a lo suyo. Ya sabes, son esa clase de gente que no pierde el tiempo con tipos como yo. Es decir, que se mueven rápido: entran, buscan lo que coño estén buscando y se dan el piro; tal y como aparecen, casi sin hacer ruido. ¿Entiendes? ¡Cabrones egoístas! Nunca le dejan nada al pobre Marius - se quejó, con evidente intención de sacar más provecho de Marcelo esa noche - Aunque te voy a decir una cosa, mejor así, porque la única vez que me pusieron el ojo encima... me lo hice en los pantalones. ¡Coño, aún lo recuerdo! Esa gente es jodida, jodida de verdad. No es que te puedan dar una paliza de muerte, como tú amenazas, hay algo más en ellos...detrás de ellos, más bien.
Por primera vez desde que le había encontrado, Marcelo percibió como el vello del sin techo se erizaba. Marius calló de repente, con los ojos entrecerrados y la mirada perdida en un punto indefinido delante de ambos. El pobre diablo se pasó la áspera lengua por encima de los agrietados labios; señal de que aquellos recuerdos le seguían secando la boca. El brujah, hábilmente y temiendo que apremiarle le distrajese de lo que le rondaba por la mente, le concedió ese instante de introspección al percibir un ligero temblor de manos en el hombre, que tras medio minuto recobró el ánimo, volviendo en sí.
- Ellos también le buscan. Siempre vuelven a buscarle, desde hace décadas. Yo entonces me escondo y les veo filtrarse con sus túnicas negras por estos pasadizos, como las ratas. Pero, ¡ja! él parece más listo, y nunca se dejará atrapar.
La satisfacción que el hombre sentía al decir aquello quedó remarcada por su amarillenta y mellada sonrisa. Un gesto que se fue apagando, poco a poco, mientras escrutaba detenidamente al brujah, de la cabeza a los pies.
- ¡Eh! ¿Tú no serás uno de ellos, verdad, demonio? - receló, dando un paso para ponerse junto al perro, al costado del carro - No, no lo pareces, desde luego - negó con la cabeza, de inmediato, convencido de alguna manera de que estaba en lo cierto - Pero, entonces ¿Qué es lo que quieres de él? Es mi amigo, y como te dije, me procura cierto...bienestar... cuando acude por aquí. Así que, si le pones una mano encima...
El saco de huesos decrépitos que era Marius levantó el brazo en señal de amenaza, lo que a ojos de Gozza era un gesto tan ridículo como patético. Aún así, había que reconocer que el viejo no era la peor calaña con la que Marcelo se había encontrado entre el ganado, y tenía más pelotas que algunos de los niñatos del club que se amariconaban después de la primera hostia. Tras bajar el puño, le indicó con la cabeza que debían tomar una desviación, justo en el punto en el que el camino se empezaba a estrechar, de manera que era imposible seguir la marcha con el carro.
Es por ahí, no falta mucho - le aseguró, para después agacharse a acariciar la cabeza del perro y susurrarle algo. Dante se tumbó obediente junto al carro, como si supiese que llegados a ese punto tendría que esperar el regreso de su compañero y mantener a salvo sus posesiones.
Vamos, tú delante - le dijo, finalmente, a Marcelo.