


Coton no tenía muy claro cuánto le gustaría aquella fiesta tan humana a Ezekiel. Es más, sabía que no demasiado. Pero ella nunca había sido una chica fácil, de las que buscaban agradar, sino más bien lo contrario. Le encantaba jugar con todos aquellos que de alguna forma la pretendían. Además, estaba segura de que a las Reinas de la Misericordia les encantaría, se había informado. Y qué mejor forma de conseguir darle celos al obispo que entablando amistad con alguien a quien probablemente aborrecía, sin ser un enemigo declarado, claro está, tampoco era cuestión de perder la cabeza absurdamente.
La lista de invitados confirmados no era muy larga, a decir verdad, no es que fueran la cofradía más famosa de la ciudad y para ser realistas, su posición ahora mismo no era de lo más favorable a ojos de muchos. Pero era de sobras suficiente: Las Reinas al completo, Stéphanie L’Heureux de los Desgraciados, Lágrimas el pierrot, Los Navegantes, al menos Célèste y la gárgola Erinyi. No dudaban de que Gharston Roland se pasaría a echar un vistazo, como representante de la ‘contrariada’ arzobispo y por supuesto acudirían, por cuestiones de interés, los 25:17 y los Huérfanos. Sin olvidar a las Cinco Puntas, esa cofradía tan interesante como misteriosa. Pero el plato fuerte de la noche serían Las Viudas. Cuando la Rosa envió su carta de confirmación, tatuada en la espalda de un hermoso muchacho oriental, Coton supo que la fiesta sería un éxito.