LA ÚLTIMA DANZA
Una calle cualquiera en una ciudad cualquiera. Un edificio de apartamentos con un bajo comercial donde en un letrero con elegante fuente se lee “ACADEMIA DE DANZA”. En el día de hoy hace frío, y la gente se apresura, caminando sin fijarse mucho en lo que ocurre a su alrededor. Sin embargo, hay alguien muy atento, una figura pequeña y nerviosa, vestida con un anorak azul, unos pantalones vaqueros y un gorro de lana azul. Ese niño ha dado una vuelta a la manzana, procurando pasar desapercibido, y tras asegurarse de que no hay nadie conocido en las proximidades, finalmente decide acercarse.
Sebastian se dirigió hacia clase de danza desganado. Sin duda le gustaba bailar, pero en la intimidad de su casa, sin miradas escrutadoras que lo pusieran nervioso. Después de un episodio humillante en el que se habían reído de él en el colegio, no había vuelto a bailar, al menos no en público. Se encerraba en la intimidad de su cuarto, ponía la música y entonces comenzaba a moverse siguiendo los ritmos y melodías, dejando volar sus pensamientos y sintiéndose libre de las preocupaciones cotidianas que podía tener un niño de doce años.
Cuando las risas, rumores y burlas de sus compañeros se acallaron con el paso de las semanas y el “incidente” quedó olvidado con las vacaciones de verano, o por lo menos convenientemente silenciado, Selena, la madre de Sebastian, le había dicho que ese año tenía que hacer actividades extraescolares, y entre las posibles opciones que podía elegir había clase de danza.
Sebastian había reaccionado con cierto sonrojo y alarma ante esa posibilidad. Por una parte le habría gustado. Por otra...recibir un nuevo aluvión de burlas y risas si sus compañeros llegaban a enterarse no le atraía nada. La vergüenza se enfrentó a la ilusión en un duelo singular, y finalmente, aunque con dificultades, se había impuesto esta última.
Y ahora se encontraba temeroso ante el local de la clase de danza, situado en el bajo de un edificio de apartamentos, casi como si estuviera haciendo algo clandestino y prohibido. Miró a ambos lados con cierta desconfianza. Cuando se aseguró de que nadie lo había visto en la calle, se dirigió hacia el edificio y haciendo acopio de valor y conteniendo el aliento, empujó la puerta con decisión e irrumpió en el interior cerrando los ojos por un instante.
Siete miradas sorprendidas se dirigieron hacia él. Al abrir los ojos Sebastian vio a la profesora de danza y seis niñas. Como había supuesto, no había ningún niño presente, y la vergüenza que había sentido en el pasado se removió en su interior una vez más, pero con dificultad la empujó de nuevo hacia dentro, aunque eso no impidió que se enrojeciera ligeramente. Inspirando con fuerza habló:
-SoySebastianyvenía...venía...me he apuntado a la clase de danza.
-Buenas tardes. Sebastian Swan, por supuesto -dijo la profesora. Era una mujer alta, esbelta y pálida, con dos grandes ojos negros y una sonrisa fina y comprensiva que inspiraban confianza.- Adelante, llegas a tiempo. Todavía estábamos con los ejercicios de calentamiento antes de comenzar la clase. Soy la profesora Ofelia Olmo. Y como primera lección, acuérdate siempre de llamar antes de entrar y de saludar.
Sebastian asintió, enrojecido, y se dirigió al vestuario para cambiarse. Se puso las zapatillas blancas, las mallas negras y la camiseta gris, que prácticamente estaban nuevas. Sólo las había utilizado en la intimidad de su habitación, y nunca ante otras personas. Acalló los nervios que latían en su interior y se obligó a volver a la sala donde le aguardaban la profesora y sus compañeras.
-Muy bien, Sebastian -la profesora Olmo asintió con aprobación y le indicó que se acercara-. Y como estamos comenzando, hoy os enseñaré unos pasos sencillos que también os servirán para ejercitar las piernas. Atentos, clase…
Como había dicho la profesora, aquellos pasos eran sencillos, pensados para estirar y fortalecer los músculos de las piernas. Aunque al principio estaba nervioso, Sebastian pronto captó el ritmo, y comenzó a seguirlo como un autómata, poco a poco dejando de lado la vergüenza y disfrutando de la danza. Su cuerpo seguía los pasos de la profesora casi instintivamente, y poco a poco su talento innato hizo el resto.
Terminó la clase con una sonrisa contenida. Había sido mucho mejor de lo que pensaba. La profesora Olmo elogió a su alumnado y les dio algunos consejos para que mejoraran. Concluyó hablando sobre la importancia de una dieta sana y una vida sana y por encima de todo, les dijo que procuraran disfrutar de la actividad.
Sebastian se iba a cambiar al vestuario, pero de repente se frenó en seco, y dejó que sus compañeras se adelantaran y se cambiaran primero, sin entrometerse en su intimidad. La profesora Olmo sonrió.
-Para otra ocasión, si no quieres esperar a que tus compañeras terminen de cambiarse, te puedes cambiar en esa habitación de ahí detrás.
Sebastian se lo agradeció en silencio, inclinándose nervioso y de forma exagerada, y se sentó en un banco mientras esperaba.
***
Cuando terminó de cambiarse apresuradamente en el vestuario, se dirigió hacia la parada del autobús. Su madre no podía ir a buscarle aquel día, pero a Sebastian no le importaba. Le gustaba ir en el autobús, pensando para sí mismo y fantaseando. Fue entonces cuando vio a una de sus compañeras de la clase de danza, que también estaba esperando en la parada. En ese momento se dio la vuelta y lo miró.
Era una niña alta y delgada, más alta que Sebastian, con unos ojos grandes y negros que destacaban en una preciosa cara redondeada de rasgos delicados y piel pálida. Llevaba su cabello negro recogido en un moño, y vestía con un chándal azul claro, a juego con una bolsa de deportes. ¿Cómo se llamaba? La profesora se la había presentado antes...Se llamaba…
-Clara.
Había pronunciado su nombre en voz alta. La niña sonrió y Sebastian sintió...no sabía que había sentido, aunque otros lo habrían llamado “mariposas en el estómago.” Nervios. Los malditos nervios. Eso eran.
-Hola, Sebastian.
El autobús llegaba con retraso, y de alguna manera, Sebastian se sintió como en la clase de danza: poco a poco los nervios fueron dejando paso a una fluida confianza y una conversación natural. Dos niños de la misma edad a los que les gustaba bailar y tenían un espacio y tiempo para compartir juntos. Intercambiaron sus piezas favoritas, sus grupos musicales favoritos, se dijeron dónde vivían.
Y así fue cómo Sebastian y Clara se conocieron. Pronto la clase de danza se convertiría no sólo en un espacio compartido que disfrutarían juntos, sino también en el comienzo de algo más importante, aunque en aquel momento todavía lo desconocían.
***
Qué rápido pasa el tiempo cuando te sientes feliz. Para Sebastian la clase de danza no sólo se convirtió en un espacio donde practicar una afición que le gustaba desde que la danza había tocado su corazón, sino también el lugar donde se veía con Clara. Con el tiempo, reunió valor para pedirle salir juntos, y para su sorpresa, se encontró con que ella acudía a verle para pedirle lo mismo. Y de esa manera, la amistad entre ambos creció para convertirse en algo más. Las mariposas en el estómago alzaron el vuelo y la semilla compartida de su relación creció y se extendió. Aunque iban a escuelas distintas, pronto buscaron maneras de encontrarse más allá de la clase de danza, y cuando alguno de los dos sentía una preocupación siempre podía encontrar comprensión y ayuda en el otro, y de esta manera aquel amor que se iba fraguando los fue mejorando, ayudándolos a crecer en el mundo.
Y al mismo tiempo que seguían los pasos del baile de la vida, en la escuela de danza practicaban los pasos que marcaba la enseñanza de la profesora Olmo, con coreografías entretejidas con historias de amores, tragedias y aventuras, imitando los movimientos de la naturaleza y probando diferentes estilos, clásicos y modernos. La feliz pareja destacaba entre sus compañeras.
Sin embargo, lo mejor llegó el día en que Sebastian, sacudiendo una vez más los nervios, que cada vez eran menos molestos, se declaró tímidamente, con la inocencia propia de su edad, y Clara sonrió y le dio su primer beso.
Fue mucho más que las mariposas en el estómago que había sentido al principio. Fue la puerta y el inicio a un mundo completamente nuevo, un mundo más allá de los límites de la imaginación, lleno de maravilla.
El mundo de los sueños.
***
Sebastian siempre había creído que los sueños eran...sueños, y no podía pensar que existiera un lugar en el que los sueños cobraran vida propia. Clara hacía tiempo que había traspasado esa puerta como una Princesa Cisne, y bajo su amable guía, Sebastian también pudo traspasar el umbral entre la incredulidad y la fantasía, encantado gracias a la magia de los sueños. En ese mundo habitaban hadas y duendes muy diferentes, pueblos moldeados por su propia historia y las creencias. Así supo que la Profesora Ofelia Olmo era una condesa de la estirpe de los elfos, los gobernantes de aquel mundo, y para su sorpresa también descubrió que algunos de sus amigos también se encontraban presentes en aquel mundo. Tim Waters, un genio de la electrónica y la informática, entre las hadas y duendes se dedicaba a construir máquinas maravillosas en su taller. Melanie Molnár, la chica tímida de la clase, trabajaba en una cafetería llena de arañas parlanchinas…
Y gracias a Clara, ahora Sebastian podía formar parte de aquel mundo. Y el tiempo siguió pasando rápido en medio de aquella felicidad soñada. Vivieron muchas aventuras en aquel mundo lleno de criaturas de los sueños, y al mismo tiempo el amor entre ambos brotaba y crecía.
Por supuesto, no todo fue un camino de rosas. El mundo estaba lejos de ser perfecto, y ellos mucho menos, y la vida ponía en su camino los problemas típicos de su edad. Clases aburridas, broncas en casa e incluso conflictos con otros compañeros. Hasta Sebastian y Clara discutían a veces, pero conseguían encontrar un camino hacia la reconciliación y seguir soñando juntos. La clase de danza era su espacio sagrado, donde se encontraban el uno al otro en los pasos de baile, en las hermosas coreografías y el esfuerzo compartido bajo la atenta guía y atención de la profesora Olmo. A Sebastian dejó de importarle la condescendencia burlona de alguno de sus compañeros de la escuela -y de algunos adultos- porque siendo un chico recibía clases de danza.
Pero su vida era mucho más que la danza. Más allá de las clases Sebastian y Clara compartían momentos de amor, veían películas juntos, daban largos paseos, iban a la playa, y en fin, disfrutaban como podían hacerlo dos niños de su edad, despreocupados a medida que los años los hacían crecer en cuerpo y mente. A medida que crecían también comenzaron a aparecer las nubes de la adolescencia, y también las preocupaciones por el futuro, pero siempre conseguían encontrar un refugio y ayuda en el otro.
Y en el último año del instituto, cuando ya pensaban en la universidad y habían consultado a la profesora Olmo de sus posibilidades de hacer una carrera en el mundo de la danza, una palabra trastocó el mundo de Sebastian Swan para siempre.
Una serie de días especialmente agotadores en verano, un malestar repentino, una consulta rutinaria en el médico, y una palabra:
Leucemia.
Sebastian salió asustado de la consulta. Se sentó en un banco fuera de aquel edificio blanco al que pronto tendría que regresar y lloró.
***
Los meses siguientes estuvieron llenos de visitas a la consulta del médico especialista, de preocupación, de miedo. Sebastian no quería morir, y no sabía qué hacer. Se esforzó por cumplir los tratamientos, por poner buena cara y no aumentar la preocupación de su familia y amigos, pero a pesar de ciertas esperanzas iniciales, la enfermedad lo iba consumiendo. Se volvió pálido como un vampiro, y sus ojos claros y optimistas se apagaron poco a poco con las sombras de los miedos internos que se agitaban en su interior.
A pesar de las reticencias de Sebastian, Clara permaneció a su lado, firme y serena. De alguna forma parecía saber el momento en el que respetar sus silencios amargos y sabía cómo animarlo y distraerlo de las preocupaciones que lo atormentaban. El amor que había entre ambos creció, pero también se hizo más doloroso.
Los amigos de Sebastian y el mundo mágico en el que soñaba de alguna manera parecían más distantes, “se había vuelto más banal”, como decían algunos, pero aunque esa magia parecía menguar y ensombrecerse, seguía ahí, presente. Los amigos le apoyaron, soportaron los ocasionales estallidos de frustración tras los que se disculpaba, y siguieron ahí, siempre que Sebastian quería, lo que ocurría con menos frecuencia a medida que la enfermedad avanzaba. La palidez fue acompañada de náuseas, dolores y debilidad, su cuerpo era cada vez menos fuerte y le costaba cada vez más seguir los pasos de la profesora Olmo, aunque ella se mostraba comprensiva y procuraba no fatigarle.
Y llegó el final del curso y el comienzo del verano. Los alumnos organizaron una pequeña fiesta de graduación, ya que terminaban un ciclo y al año siguiente muchos irían a la universidad o comenzarían a trabajar y se distanciarían. Sebastian asistió en compañía de Clara y se esforzó por disfrutar, lo que no le resultó nada fácil, pues en su mente se agolpaba la tristeza de perder de vista a varios de sus amigos y de no poder asistir a la universidad.
Bebieron, bailaron y se despidieron sin mayor consecuencia. Cuando regresaban a casa, bajo la luz de la luna y las estrellas, Clara le dijo:
-Pasemos por mi casa. Te tengo una sorpresa preparada.
***
La casa de Clara se encontraba cerca del instituto, en una pequeña urbanización tranquila con un pequeño jardín presidido por la figura gris de un cisne de piedra que parecía vigilante. Era un lugar que con el paso de los años se había llenado de recuerdos felices, y Sebastian había participado en ellos en los últimos años. Sebastian se esperaba que Clara hubiera preparado una celebración más íntima, quizás con algunos amigos cercanos y poco más, pero la casa se encontraba vacía y a oscuras. Clara encendió la luz. El salón estaba completamente despejado y sin muebles, mostrando la blancura de las paredes y el parquet del suelo. Sólo en el centro de la estancia un círculo de velas blancas que rodeaba un círculo de pétalos rojos de rosa, un escenario improvisado.
Clara encendió solemnemente las velas con un mechero. Sus ojos miraron a Sebastian con una sonrisa en los labios.
-He preparado un baile especial para ti. Bailemos juntos como nunca lo hemos hecho.
Encendió su móvil y dio inicio a una melodía que Sebastian conocía muy bien. “El cisne”, de Camille Saint Saëns. Era una obra de dos pianos y violonchelo que imitaba el paseo natural y sereno de un cisne sobre el agua. También había recibido una coreografía de ballet.
Los dos se acercaron suavemente, y como en tantas otras ocasiones, Sebastian sintió el cuerpo delgado, esbelto y firme de Clara contra el suyo, con una suave calidez. Después de tanto tiempo bailando juntos, los movimientos de la danza en compañía eran algo sencillo y casi innato. Una vez más, Sebastian se aferró a la felicidad de los recuerdos de tantos buenos momentos que habían pasado juntos, y estaba dispuesto a que aquel baile permaneciera para siempre en la memoria de los dos.
La música sonaba como ondas sobre el agua. Sus pies pisaban sobre la suavidad esponjosa de los pétalos esparcidos por el suelo, y los dos giraron una y otra vez, moviéndose y siguiendo el acorde de la canción melancólica y a la vez dulce, que emanaba serenidad, la serenidad del cisne. La misma serenidad de Clara.
Las luces de las velas parpadearon y parecieron apagarse, pero la luz no se desvaneció del todo, a su alrededor permanecía un suave resplandor blanco en medio de la oscuridad. Siguieron danzando juntos y Sebastian apretó a Clara contra su cuerpo, sintiendo su calidez familiar. De repente sintió un leve sonido, como un chapoteo y para su sorpresa, se dio cuenta de que cuando pisaban en la superficie de la oscuridad, bajo sus pies parecían brotar ondas sobre el agua. Las paredes de la habitación parecían haber desaparecido a su alrededor, y donde debía encontrarse el techo ahora se mostraba un cielo cuajado de estrellas lejanas.
De repente, sonó un trompeteo lejano, que fue contestado por otro. Era el canto de unos cisnes. En el horizonte una bandada de sombras blancas alzó el vuelo sobre lo que parecía un lago de oscuridad, que reflejaba las luces del cielo estrellado. Sin embargo, Sebastian y Clara no se hundían en el lago, sino que seguían bailando sobre su superficie, formando ondas oscuras bajo los pasos de sus pies, que brotaban con el ritmo de la melodía y se perdían en la lejanía estrellada.
Sebastian sentía como si volara, como si se elevara hacia el cielo estrellado, y por primera vez en mucho tiempo se sintió en paz, sin las preocupaciones de los últimos meses, sin la enfermedad, sin el dolor, sin el miedo que lo habían atenazado. Sólo él y Clara, bailando y bailando bajo la luz tenue de las estrellas como si el tiempo no existiera para ellos. Por un momento cerró los ojos y deseó permanecer en ese momento de felicidad para siempre, antes de volver a abrirlos y mirar a Clara con una sonrisa.
Los cisnes cantaron y el cielo se llenó de alas, un suave aleteo emplumado que parecía llegar desde más allá de las estrellas, formando su propia melodía. Una gran bandada voló a su alrededor y cubrió a los dos danzantes con un manto de luces y sombras, y el eco del canto de las aves se enredó en aquella música mágica que los envolvía a ambos y los elevaba sobre la superficie del lago.
De repente Clara miró a los ojos a Sebastian. Ella también sonreía, y alzó una de sus manos para acariciarle el rostro. Lo besó suavemente en los labios y de repente fue como si el cielo se iluminara. Por un momento Sebastian pensó que Clara se había convertido en un cisne, que agitaba las alas y alzaba el vuelo para unirse a la bandada. Era como si estuviera soñando, como si estuviera en medio de un sueño…
Y entonces despertó.
***
Sebastian abrió los ojos y volvió a cerrarlos de inmediato, confundido y deslumbrado ante la intensa y repentina luminosidad blanca que lo rodeaba después de la suave oscuridad de su sueño. Por un momento pensó que había muerto y se encontraba en el cielo, pero cuando consiguió adaptar su mirada a la luz de la estancia se dio cuenta de que estaba tumbado en una cama, en la tristemente familiar habitación blanca y esterilizada de un hospital. Su madre estaba sentada en un rincón, medio dormida, pero cuando se dio cuenta de que su hijo había despertado, se incorporó rápidamente y acudió a su lado. Le puso la mano en la frente y pulsó un botón en la pared para avisar a una enfermera.
-¿Dónde está Clara? -preguntó Sebastian débilmente.
Su madre le dijo que no lo sabía, pero cuando estuviera mejor y hubieran venido los médicos la llamaría. Al parecer, la profesora Olmo había traído a Sebastian desde la fiesta de fin de curso, desmayado, y sus padres habían decidido llevarlo al hospital, donde le habían hecho pruebas antes de dejarlo dormir.
Una enfermera se presentó en la habitación, y tras comprobar que todo estaba en orden, salió de la estancia para avisar al médico de guardia. Poco después el médico se presentó, con una carpeta gris llena de análisis, informes y notificaciones. Parecía confundido y carraspeó para aclararse la voz antes de hablar.
-Bueno, esto es sorprendente...
Los resultados médicos habían sido extraños. Frente a los análisis y los historiales previos que habían indicado un progresivo agravamiento de la leucemia de Sebastian, las últimas pruebas que le habían hecho la noche anterior habían dado como resultado que Sebastian se encontraba completamente sano. No había rastro de la leucemia que lo había estado consumiendo en los últimos meses, ni de hecho, de ninguna otra enfermedad. Era como si hubiera remitido milagrosamente por sí sola. Se habían repetido las pruebas, para cerciorarse de que no se había producido ningún error, pero el resultado había sido el mismo. Un milagro, sin duda. El médico había dicho que estas curaciones repentinas eran excepcionales, aunque no desconocidas, y Sebastian había sido muy afortunado. Si así lo deseaba podrían darle el alta aquel mismo día, aunque debería volver en una semana, para comprobar que aquella mejora inesperada continuaba.
Sebastian le pidió a su madre el teléfono móvil, y ella se lo entregó con una sonrisa de júbilo y alivio, tras los largos meses de silenciosa tristeza por la enfermedad de su hijo. Se apresuró a buscar el número familiar de Clara, que aparecía repetido una y otra vez en el historial de llamadas. Quería compartir aquella alegría súbita con ella.
Pero aunque llamó varias veces, y volvió a intentarlo a lo largo del día, Clara no respondió.
***
Fue un entierro bajo la lluvia. Asistieron la familia y los amigos de Clara, y por supuesto, Sebastian no podía faltar. Aquel día triste se vistió con unos pantalones negros, una camisa blanca y una cazadora negra. Se presentó en el cementerio estoicamente, con el corazón abatido y lleno de preguntas, y la dolorosa sospecha de que su amor había entregado su vida para salvarle de la enfermedad que lo consumía. Fue entonces cuando entre los asistentes descubrió la figura alta y delgada de la profesora Olmo, vestida con un sencillo vestido negro y sombrero, enjugándose las lágrimas con un pañuelo mientras sostenía un gran paraguas. Sebastian se acercó decidido a ella. Sostuvo su mirada un momento y finalmente expresó los interrogantes que sentía. Había dudas que tenía que resolver.
- Usted estuvo en casa de Clara. Usted me llevó a casa cuando me desmayé después de la fiesta de fin de curso. Usted sabe lo que ocurrió. Sabía lo que iba a pasar.
La profesora Olmo se enjugó nuevamente las lágrimas antes de responder.
-El amor de una Doncella Cisne atrae la tragedia antes o después. Clara lo sabía, pero aún así te quería demasiado para renunciar a ti, y cuando llegó el dolor, decidió sacrificar su vida, y tomó tu destino para salvarte de la muerte. Yo no sabía cuál era su intención hasta que todo había terminado y me llamó por la noche para que te llevara a tu casa después de que te desmayaras.
-¡Pero no quería que muriese por mí! ¡No tenía que morir por mí! -las palabras de Sebastian estaban llenas de frustración.
-Si hubiera sido posible, no habría muerto ninguno. Ella te quería de verdad, y por eso quiso dar su vida por ti. -La profesora lo miró comprensiva. -Fue una chica valiente hasta el final y todos la recordaremos en nuestros corazones. Guarda su recuerdo contigo, guarda los buenos momentos que vivisteis juntos y disfruta de la vida, Sebastian. Ella así lo habría querido.
-No sé si podré... -la voz de Sebastian se quebró, atacada por el llanto.
-Podrás. El tiempo te ayudará a llevar el recuerdo en tu interior, vendrán momentos felices que te harán darte cuenta de lo maravilloso que es estar vivo, y te alegrarás de haber conocido a Clara.
-No sé…
-Con el tiempo sabrás. Ahora ve al encuentro de tu vida, Sebastian Swan.
***
Con la vida por delante, tras guardar un tiempo de recuerdo y luto, Sebastian decidió que quería hacer carrera en el mundo de la danza. Con el consejo de la profesora Olmo solicitó ingresar en una academia y se convirtió en un bailarín profesional y recorrió el mundo mostrando su arte al público de muchas ciudades.
Y así, Sebastian Swan, el Príncipe Cisne, puso sus pies en el mundo de los sueños, y viviría muchas aventuras.
Pero eso es otra historia y será contada en otra ocasión.