
Blanca duda. Oye el jaleo a través de la puerta y en menos de un segundo se da cuenta de que para abrirla, tiene que desencajar la silla que ha colocado para hacer algo más difícil entrar por el otro lado. Lo que no había pensado es que eso también dificultaría escapar por ahí, ya que la tiene que apartar en menos de un segundo para poder salir corriendo.
Y todo esto lo piensa inmediatamente al mismo tiempo que recuerda sus casi nulas capacidades de correr ahora mismo. Sigue llorando de la tensión y del miedo y en cuanto Gonçal se descuelga, ella le imita, sintiendo al mismo tiempo un dolor tremendo en el pecho que, aunque no puede obviar, lo soporta como un dolor de parto.
Era curiosa la analogía porque esta noche, cuando había decidido cruzar la puerta del edificio, se había transformado en una nueva mujer capaz hasta de lo más rastrero para conseguir lo que quería. Y todo se había esfumado. Ahora estaba luchando por preservar la vida que tanto odiaba y sintiendo el dolor que le había costado cada una de las decisiones que había tomado.
Pensó en que de toda su vida, el tramo más feliz de su tiempo había sido en Barcelona, lejos de la opresión familiar y con la libertad que más o menos le daba su trabajo. O por lo menos es lo que esbozó su cabeza mientras pataleaba mentalmente con el hecho de que estaba en la situación más jodida de su vida intentando ser libre.
Siguió bajando tras el escritor.