
DÍA CATORCE: VIAJE A NINGUNA PARTE
-No me encuentro bien...
En efecto, con un disparo en el pecho, James no se encontraba nada bien. El chevrolet azul recorría la carretera como una centella, perseguido por las sirenas de la policía. El paisaje desértico destilaba calor y adrenalina.
-Tranquilo, pronto llegaremos -intentó tranquilizarle Louie.
Concentrado en el volante, intentando huir de sus perseguidores, Louie sabía que se les acababa el tiempo. Quería a James, era lo que le había permitido seguir adelante, en una vida marcada por la violencia y que iba a terminar con violencia.
Había conocido a James hacía tres años, cuando había comenzado la Caza. La casa de James había sido corrompida por los vampiros, primero sus padres y después el propio James. Cuando Louie se lo había encontrado, desahogaba su vida de mierda con alcohol, drogas, y comiendo pollas, todo para olvidar el infierno que había anidado en su casa.
Louie se había ganado su confianza, primero para acercarse a él y a su familia, pero poco a poco se había dado cuenta de que lo quería, y que salvarlo se había convertido en una cuestión de amor. Supo que en su búsqueda de éxito, el padre de James había vendido su alma al diablo, y que después había ofrecido a su esposa y sus hijos como ofrenda a sus amos. Con el tiempo Louie había ideado un plan para acabar con los chupasangres.
Pero James se le había adelantado. En un estallido de furia había roto sus cadenas de sangre, y desató su rabia en un incendio que había arrasado su casa y a su familia. Cuando la policía había comenzado a indagar, Louie le ayudó a desaparecer, y juntos continuaron la Caza. La Caza y el amor eran los vínculos que los unían, su forma de vengarse de un mundo podrido que les había hecho daño.
Eran buenos, y por donde pasaban una sanguijuela o dos eran destruidas antes de seguir su camino, procurando no dejar rastros. Louie era más metódico, pero James era más temerario, y la combinación de ambos elementos les había permitido conseguir una victoria tras otra contra la oscuridad.
Pero en su último ataque finalmente el pasado los alcanzó. James se encontró con su padre convertido en una sanguijuela asquerosa en uno de los bares de los chupasangres, y la vieja rabia ardió nuevamente. El bar de las sanguijuelas ardió por los cuatro costados, y ellos apenas consiguieron escapar con vida.
Pero en esta ocasión habían dejado un rastro que encontró la policía. Encontraron a los pirómanos en un hotel de carretera, y tras un intercambio de disparos, James había sido gravemente herido. Al principio Louie se engañó a sí mismo pensando que conseguirían despistarlos, que llegarían a un hospital...pero poco se dio cuenta de lo inevitable: James se moría y la gasolina se estaba agotando.
Sintió una lágrima caliente rodando por su rostro, y el sabor amargo en la comisura de los labios. Fue entonces cuando vio el desvío. Sabía a donde llevaba. Apretó el acelerador, obligando al coche a devorar combustible para aumentar su velocidad. El camino rojo en contraste con el cielo azul los recibió en el horizonte. Y de repente el camino se terminó. Louie cerró los ojos y pensó que volaban hacia el cielo.
-Te quiero...
James no le contestó.
El chevrolet azul cayó por el barranco mientras el sonido de las sirenas de la policía se acercaba, a lo lejos.