
Anthony Pozzi espera sentado en el interior del restaurante, cerrado ya al público por la hora que es, pero abierto para sus asuntos. Tomaba un café y respiraba con dificultad por el sobrepeso evidente que mostraba. Tindalos nunca había terminado de tener del todo claro a quién podría servir dentro de aquel barrio. Se decían todo tipo de cosas de la vida nocturna de Little Italy, pero poco más era demostrable que el hecho de que aquellas calles, cada vez más cercadas por el avance de la vecina Chinatown, tenían sus propias reglas. Y que el antiguo Principado que se enorgullecía de gobernar todo Nueva York lo había dejado a su suerte cuando la Segunda Inquisición comenzó a repartir facturas.
El tipo parecía realmente lo que simulaba ser: el dueño de una trattoria más de las miles de Nueva York. Tindalos sabía que detrás de esa fachada se escondía un auténtico hijo de la gran puta sin escrúpulos, buenos contactos y una proverbial buena suerte. El hecho de que trabajara más de noche que de día aunque aún respiraba le había hecho pensar siempre a la Brujah que estaba bien alimentado por algún Vampiro.
Pozzi sonrió abiertamente al ver aparecer a Tindalos y la invitó a sentarse enfrente. La Brujah lo hizo con calma y mirando aquel mantel de cuadros rojos y blancos que transmitía una peculiar inocencia cuando en realidad todo cuanto se podía tratar aquella noche en aquel lugar seguramente iba a infringir unas cuantas leyes federales.
- Buona notte, tesoro -dice con un acento italiano muy forzado. Por mucho que intentara aferrarse a esa identidad, aquel bastardo se había criado en el Bronx- ¿Habéis dormido bien?
Tindalos conocía aquel protocolo. A tipos como Pozzi les gustaba fingir una supuesta normalidad. Preguntar por la familia, por las últimas vacaciones. Banalidades que seguramente no le importaban lo más mínimo. Pero nunca había que perder las formas. Tras un rato de charla vacua, Pozzi dio un sorbo a su espresso y fue directo al grano.
- ¿Tienes la dirección?

Nicole se notaba más centrada. Estar allí encerrada y con aquel teléfono no dejaba de ser un logro. Y había que tener en cuenta las pequeñas victorias. Ahora mismo nadie le pisaba literalmente los talones, aquella antigualla era imposible de rastrear por métodos medianamente modernos, en el restaurante no había nadie... y Tindalos estaba con ella. Valoraba especialmente el compañerismo de la Brujah. Había sido un golpe de suerte toparse con ella justo cuando todo empezaba a torcerse.
La alimentación había ayudado finalmente a su mente a centrarse. La sangre de personas dormidas tenía esa capacidad analgésica. No le inducía a ella ningún tipo de somnolencia, pero sí que le ayudaba a calmar su bucle de pensamientos y centrarse en lo que tocaba en cada momento. Y ahora era particularmente importante mantener la concentración y no dar más pasos en falso.
Al quinto tono, cuando la Malkavian está a punto de perder esa tranquilidad para empezar a ponerse nerviosa, se escucha una voz al otro lado. Es de una mujer y evidentemente Nicole acaba de despertarla, si bien al escuchar el nombre de la señora Chang parece espabilarse.
- Si es usted quien creo que es, se encuentra en busca y captura, no es una buena idea que nos veamos.
Un jarro de agua fría cae sobre la mente de Nicole, quien murmura un improperio que no llega a escuchar su interlocutora.
- Déjeme por escrito qué necesita en el buzón 180 de la oficina de Correos de la 215 Oeste con la 104. Lo recogeré por la mañana y le dejaré respuesta en el mismo lugar. El código del buzón es 1989.
La abogada de la señora Chang no da opciones a más conversación, ya que Nicole escucha cómo cuelga. El improperio lo suelta ahora en voz alta.